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Análisis de Bayonetta 2

Fly me to the heaven.

El mesmerismo, o la llamada doctrina del magnetismo animal, postula que existe una suerte de fuerza magnética que afecta a todos los cuerpos y cuya influencia puede desatar sanaciones y reacciones inesperadas; aquellos sujetos con una mayor predisposición, decía Franz Anton Mesmer, pueden inducir a los demás a la sugestión mental en una suerte de sueño lúcido. Aunque la teoría de Mesmer fue vilipendiada por los científicos del siglo XVIII y más tarde conformaría las bases de lo que hoy conocemos como hipnosis, es sin duda la palabra que mejor describe el efecto que Bayonetta 2 ha causado en mí: no solo mi sueño lúcido ha sido uno especialmente frenético y memorable, sino que el potente magnetismo tanto de su protagonista como de su inmejorable diseño es algo a lo que, creo, nadie puede resistirse, y cuyos efectos quedan muy cerca de la hipnosis. Solo que esta vez era perfectamente consciente de lo que estaba viviendo.

Es curioso que, a pesar de que el lanzamiento del Bayonetta original fue hace ya cinco años y que la industria ha cambiado bastante desde entonces, esta secuela es como visitar a un viejo amigo que sigue siendo el mismo pero que ha mejorado con la edad. En los primeros compases es fácil dar por hecho que el baile visceral de Bayonetta es exactamente igual al de la primera entrega, pero las apariencias engañan: nuestra bruja parece estar en mejor forma, si cabe, los combos se enlazan de forma más orgánica en cada movimiento y cada destello se siente como una extensión lógica de nuestros dedos; es más, parece que el nuevo corte de pelo responde a una razón de mayor peso de lo que podría parecer, a la madurez de la protagonista, a los cambios pequeños pero significativos que dan cuerpo a esta entrega. A los detalles, al fin y al cabo: el mayor don de Platinum Games.

Bayonetta 2 es exigente: no hay margen de error en su jugabilidad, y si hay error es exclusivamente por culpa nuestra.

Porque es eso, la obsesión por los detalles, la obsesión sana y consecuente, lo que deja claro que nos encontramos ante un caso especial en el diseño de videojuegos, no único, quizá, pero sí muy poco común. Platinum Games, como decía, ha reparado hasta en el elemento más insignificante y lo ha pulido hasta la perfección - no acostumbro a usar nunca esa palabra, pero creo necesario hacerlo aquí. Como jugador resulta imposible escapar a la magnánima fiesta a la que nos han invitado Hideki Kamiya y Yusuke Hashimoto: el arte de Bayonetta es su capacidad única de hacer fácil lo difícil y de unir la accesibilidad con una profundidad prácticamente inabarcable. Resulta complicado encontrar un sistema de combate más milimétrico que el del primer Bayonetta, pero en esta segunda parte Platinum ha ido incluso más allá.

Es admirable cómo, repito, el equipo de desarrollo ha conseguido lo complicado parezca fácil para desplegar un sistema de combate que no solo deja en evidencia a los demás hack'n'slash disponibles, sino que es la columna vertebral del producto y a lo que se supedita todo lo demás, algo que no es muy común hoy en día; la historia tiene menor importancia aquí, y aunque resulta más comedida que la de la primera entrega y se limita a desarrollar poco a poco lo expuesto, no es más que una mera excusa para llevarnos sin ningún tipo de restricción por todo tipo de lugares y situaciones que únicamente tienen como prioridad hacernos disfrutar de la forma más genuina posible.

Esta vez Bayonetta debe rescatar a Jeanne, cuya alma ha sido encerrada en el Inferno y hay que salvar antes de perderla para siempre. La historia sigue siendo tan esperpéntica como los propios diálogos, algo a lo que ayuda en gran parte la aparición de Loki, un niño con fuerte acento inglés y demasiado temerario, pero eso no sorprende a nadie. Sea como sea, el verdadero objetivo de la historia es que abramos el armario y sigamos trasteando con los juguetes: a medida que avanza se desbloquean armas adicionales que, a excepción de las pistolas iniciales, son originales y totalmente distintas a las vistas anteriormente. Es obligado experimentar para obtener combinaciones que abren nuevos abanicos de posibilidades. Bayonetta 2 es el paraíso de los puristas del género.

El diseño de niveles va más allá en cada capítulo y nos regala un juego visual pocas veces visto antes. Todo a unos 60fps a prueba de bombas.

Incluso aunque no recordéis ninguna combinación de botones la confidencia con el jugador se hace patente desde el primer minuto: cualquiera puede controlar a Bayonetta fácilmente, pero cualquiera, también, cae en sus redes y descubre la enorme profundidad que hay en todos y cada uno de los aspectos del juego. A Bayonetta 2 se le da mejor que al primero eso de hacernos sentir invulnerables desde el primer minuto, pero, también como la primera entrega, es un viaje que hay que saber disfrutar con cierta calma y contemplación para poder exprimirlo al máximo en una segunda vuelta. Es ahí cuando el efecto que tiene sobre el jugador es devastador e indeleble: tras el impacto de los fuegos artificiales los sólidos cimientos de su diseño quedan al aire, y es cuando, después de haber caído al suelo varias veces, podemos empezar a pedalear con la soltura de quien sabe que lo domina todo a su alrededor. Dicho de otro modo: es casi obligado pasárselo varias veces para descubrir su potencial, e incluso el nuestro propio.

Vuelve el Tiempo Brujo, una mecánica inmejorable para premiar los reflejos del jugador que ralentiza el tiempo si esquivamos un ataque en el momento indicado, pero el mayor cambio es el Clímax de Umbra, un ataque que depende de la barra de magia y que se une a las secuencias de tortura con la peculiaridad de que puede dañar a grupos de enemigos. Es especialmente importante para derrotar a jefes finales, por lo que se añade otro nivel táctico al combate. También vuelve la posibilidad de convertirnos en pantera para avanzar a más velocidad por los escenarios, aunque ahora se le une la posibilidad de transformarnos en serpiente acuática para sortear también los obstáculos debajo del agua.

Rodin sigue encargándose de proveernos de arsenal para que podamos equiparnos de la forma que creamos oportuna y armarnos con objetos de lo más dispares tanto en manos como en pies. Esta es otra capa de profundidad que añade un discreto toque de personalización para aumentar la diversidad de las partidas: experimentar con las distintas configuraciones de armas puede llevarnos a combinaciones realmente locas entre las que podemos alternar con solo tocar un botón incluso en mitad de los combos, lo que da pie a danzas mortales de múltiples ataques que son espectaculares visualmente, y letales para cualquier enemigo. Podemos, de nuevo, hacernos con las armas de los enemigos si acabamos con ellos de una forma determinada, y aunque son temporales acostumbran a ser especialmente efectivas y a contar cada una de ellas con movimientos específicos que aumentan todavía más las posibilidades en el combate.

"Es la obsesión por los detalles lo que deja claro que nos encontramos ante un caso especial en el diseño de videojuegos, no único, quizá, pero sí muy poco común"

Hay atuendos desbloqueables que convierten a Bayonetta en un Link de dos metros un tanto afeminado o en una Samus con su 'morphball' y todo. Es incongruente y delicioso, y por eso nos encanta.

Es complicado trasladar qué se siente cuando un juego hace exactamente lo que esperas que haga, cuando sabes que los errores nacen únicamente de tu falta de habilidad y cuando se penaliza especialmente la desgana a la hora de ponerse a los mandos. Bayonetta 2 es, junto con la primera entrega, uno de los títulos más sencillos, profundos y exigentes que he podido jugar nunca, por mucho que pueda sonar paradójico, y precisamente por eso resulta tan satisfactorio entender sus mecánicas y dejarse llevar por su belleza. Decía en mi análisis del maravilloso (nunca mejor dicho) The Wonderful 101 que tras jugarlo sentí como si hubiera vuelto de un viaje emocionante e inesperado, como si regresara a la velocidad de la luz y con la melena enmarañada, y que de lo único que tenía ganas era de volver a él para superarme a mí mismo. Es un punto que tienen en común todos los juegos de Platinum Games, y es quizá el mayor piropo que se le puede dedicar a Bayonetta 2: mide y perfecciona nuestra propia habilidad. Las secuelas pueden aportar cambios significativos a la fórmula o limitarse a replicar los puntos fuertes que llevaron al éxito a su predecesor para rascar el bolsillo de los que siguen poniendo la cartera al primer tintineo. Esta segunda entrega, de alguna forma, se las arregla para seguir sorprendiendo con su magnífica jugabilidad, con el nuevo modo cooperativo con más de 50 desafíos o con guiños como el tributo a After Burner.

Días antes de que se publicaran los análisis de Bayonetta 2 recuerdo el revuelo que se originó en las redes sociales por la "sexualización" exagerada de su protagonista, de la que algunos afirmaban que servía como distracción y que desmerecía el sobresaliente conjunto. Muchos defendían que eso era, precisamente, lo que alejaba al juego de la excelencia. Pero yo no creo que sea así. Bayonetta funciona como protagonista - y como juego; sin ella nada existiría - porque es una caricatura deliberada y exagerada que se ríe a carcajada limpia de los convencionalismos y de la imagen de la mujer en los videojuegos, es el "yo haciéndome fotos desnuda en casa", que describía alguien en Twitter, frente al "me hacen fotos en la playa" de juegos como Dead or Alive. Bayonetta es sexy, claro, pero también demuestra una seguridad y una determinación únicas, y se sitúa en el extremo opuesto de la clásica damisela en apuros. Es una caricatura, como decía, que únicamente tiene cabida en los videojuegos, pero una caricatura al fin y al cabo.

Confieso que me ha costado. Me ha costado encontrar las palabras adecuadas para plasmar de qué va todo esto, qué es Bayonetta 2, por qué debéis jugarlo, y por qué nos apasiona tanto. ¿Recordáis ese gusanillo en el estómago que sentíais al levantaros una mañana de Reyes? ¿La ilusión que os hacía recibir ese regalo que hacía meses que esperabais? Bayonetta 2 es ese gusanillo: una perfecta celebración del videojuego repleta de euforia y de puro asombro. Una vez tras otra.

10 / 10

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