Análisis de Far Cry 3
Locuras en la jungla.
Al final, muchas veces, lo que decide si un juego es bueno o malo no son ni los gráficos, ni la duración ni cualquier otro de tantos, y trillados, aspectos que solemos comentar. El principal culpable de que un juego nos guste y nos tenga casi encadenados a la silla es el diseño; la lógica, las mecánicas y la estructura que lo componen.
Far Cry 3 aprueba con buena nota todos esos aspectos típicos de los que hablábamos al principio pero, además, y lo más importante de todo, se mantiene sobre un diseño y una estructura tan bien ajustada que lo convierten en un título extraordinario.
En los primeros minutos ya intuimos que su potencial es enorme con una misión de huida en la que dejamos atrás a nuestros piratas captores. Somos Jason, un pijo americano que estaba de vacaciones con su hermano y sus amigos en una isla paradisíaca hasta que los secuestran unos piratas que delinquen de todas las formas que os podáis imaginar. La secuencia en cuestión deja boquiabierto a cualquiera por su acabado técnico, la ambientación -el momento ¡Corre Forrest, Corre!- y su crueldad.
Justo entonces somos rescatados por una tribu que lucha contra los piratas de las tres islas, y se nos abre un mundo gigantesco y rico en todo tipo de detalles, que iremos descubriendo poco a poco. Empieza lo bueno.
Far Cry 3 no añade novedades realmente originales, casi todo lo que hace ya lo han hecho otros, pero sí que lo hace mejor. Mientras vamos realizando las misiones principales, destinadas a salvar a nuestros amigos y a acabar con los piratas -aunque hay más sorpresas-, especialmente con Vaas, el cabecilla, tendremos todo tipo de misiones secundarias. La caza, por ejemplo, tan de moda últimamente, además de ser variada y divertida gracias al comportamiento de los animales y a la gran variedad de especies, es imprescindible si decidimos querer llevar más objetos porque necesitaremos piel de un determinado animal para crear una mochila más grande. Lo mismo pasa con la creación de medicinas y demás ítems, que requieren de plantas para su fabricación. El juego es una fábrica de anécdotas; es tan amplio y versátil que a veces podemos ir conduciendo de noche y, de repente, encontrarnos con una lucha a muerte entre un ciervo y un leopardo, iluminados solamente por los faros de nuestro coche, y a los que golpeamos sin querer mientras damos un volantazo que nos acaba estampando contra un árbol. ¡Yippie-ki-yay!
A lo largo y ancho del extensísimo mapa encontramos muchos más tipos de misiones, todas las que podáis imaginar: asesinatos en determinadas circunstancias, carreras, partidas de póker, misiones de exploración con sus plataformas y todo, coleccionables perdidos por las islas... Pero las más importantes acaban siendo los típicos asentamientos enemigos -hay cerca de 30- que debemos limpiar de piratas para convertirlos en nuestras bases. De nuevo Far Cry 3 pasa la mano por la cara a la competencia gracias a la libertad de acciones a la hora de afrontar estos asaltos, ya que tanto si decidimos realizarlos por la vía del sigilo o la del tiroteo el juego nos ofrece todo tipo de posibilidades que funcionan casi siempre a la perfección. No tiene precio infiltrarse en una base y soltar a las fieras que, a veces, los piratas tienen enjauladas y ver cómo empiezan a comerse a los soldados, mientras acabamos con el resto desde un tejado con nuestro rifle de francotirador y otros son consumidos por un fuego que hemos iniciado con un cóctel molotov y que se va extendiendo poco a poco. Si me disculpáis la licencia, Far Cry 3 es un poco el Skyrim de los shooters.
"Todo está muy bien ajustado, cada esfuerzo tiene una recompensa equitativa y cada mecánica o misión cuenta con el desafío y la libertad justa para resultar divertida."
Todo está muy bien ajustado, cada esfuerzo tiene una recompensa equitativa y cada mecánica o misión cuenta con el desafío y la libertad justa para resultar divertida, y con la dosis justa de sorpresas. Far Cry 3 es de esos juegos pensados para un jugador, que ofrecen horas y horas de contenido divertido, espectacular y muy bien diseñado. De los que quedan pocos.
Vamos desbloqueando el enorme mapa al subir a torres de radio, a modo de atalayas del Assassin's Creed, y éste, además de tesoros y misiones, nos ofrece puntos de transporte rápido con los que poder viajar de un parte a otra -se acabaron las caminatas interminables-.
A medida que progresamos también mejoramos al protagonista. El árbol de habilidades es inmenso y poco a poco hace que pasemos de ser un acongojado turista a una máquina de matar capaz de aniquilar a enemigos desde el agua, saltar encima de ellos y clavarles un cuchillo o deslizarnos por el suelo como ninjas. Cada habilidad que adquirimos se reflejará con un tatuaje en nuestro brazo: el detalle está muy bien, y encaja con este rollo místico que nos llevamos con nuestra tribu. Estas sinergias y relaciones demenciales que vamos creando reflejan la locura de la isla; mientras somos perseguidos por un pirata desequilibrado luchamos junto a lugareños que creen en mitologías estrafalarias o científicos que nos ofrecen pirulas constantemente -atentos, porque nos podemos colocar y no paramos de toparnos con todo tipo de drogas, pipas de crack incluidas.
Para acompañar la fantástica campaña de un jugador hay un modo cooperativo para cuatro jugadores y un multijugador competitivo de los de toda la vida.
El modo cooperativo cuenta la historia, seis meses antes de la principal, de cuatro personajes con un pasado, digamos, violento, que han sido estafados por el capitán del barco en el que viajaban. El objetivo, a través de las distintas misiones, es acabar con los piratas y recuperar el dinero que el capitán se ha llevado. Aquí Far Cry 3 adolece en cierto modo de los vicios y simplezas que impregnan a la gran mayoría de FPS y las misiones, generalmente, acaban siendo simples matanzas hasta que llegamos a un determinado punto. Para fomentar el juego en equipo tenemos los gritos, con los que aumentamos ciertos atributos de los compañeros que estén a nuestro alrededor, una buena forma de mantener unido al grupo, pero que no es capaz de mejorar demasiado el desarrollo general de estas misiones. Otro detalle a favor es que podemos jugar esta mini-campaña a pantalla dividida, además de online.
El multijugador competitivo cuenta con las mecánicas de equipo y desarrollo a las que estamos ya acostumbrados, y añade un par de modos de juegos originales: Tormenta de fuego y Transmisión.
En el primer modo debemos quemar dos bases enemigas a la vez y luego tomar una antena de radio. En Transmisión debemos dominar una serie de antenas de radio repartidas por el escenario. Estos modos dan algo de variedad al multijugador, pero no suponen un gran aporte con respecto al resto de juegos. Como pequeña anécdota, al final de cada partida el mejor jugador del equipo ganador puede decidir qué hacer con el mejor jugador del equipo perdedor: ejecutarlo o dejarle vivir. Veis, estos son esos detalles que demuestran personalidad.
Lo que sí que es un gran añadido es el editor (heredado del anterior juego) con el que podemos crear el mapa que queramos -casi literalmente. Eso sí, requiere de paciencia y trabajo, que no es nada fácil.
Desde luego estos modos no restan, pero tampoco suman demasiado al resultado del juego. Quien va a Far Cry 3 busca una campaña en solitario larga y divertida, y eso es lo que obtendréis. Lo demás se agradece, pero no tiene el acabado y la personalidad tan espectacular de la campaña para un jugador.
Esa personalidad de la que hablamos es tan rotunda que es capaz de ofrecernos acción, sigilo, exploración, plataformas... y que todo encaje a la perfección. Lo más interesante es cómo sabe combinar las partes de mundo abierto, que te dan libertad para hacer lo que quieras cuando quieras, y que tiene esos momentos de imprevisibilidad que solo encontramos en este género, con una experiencia de acción en primera persona. Cuando el juego tiene que convertirse en un FPS lo hace. Hay momentos Uncharted, momentos Crysis y momentos Deus Ex, pero la identidad de Far Cry sigue siempre presente con un empaque envidiable. Nada desentona y siempre gratifica. Es un nuevo estándar para el género.