Análisis de Pokémon UltraSol y UltraLuna
Alola Flores.
Antes de comenzar a extenderme hablando del propio juego, que es a lo que hemos venido en realidad, dejad que me ponga sentimental durante unas líneas: no recuerdo un sólo momento de mi vida en el que no haya estado, de una forma u otra, jugando a Pokémon. La que es indiscutiblemente la franquicia de mi infancia se las arregló para extenderse hasta mi adolescencia, y a día de hoy puedo afirmar que mi pasión por ella no ha disminuido un ápice. No obstante, cuando estaba más cerca de la infancia que de la edad adulta, odiaba con todas mis fuerzas esa decisión de Nintendo de reservar las entregas principales de la serie exclusivamente para las consolas portátiles. Cuando Pokémon Rubí y Zafiro todavía jugueteaban con la perspectiva aérea y los píxeles negros en cada esquina, yo pasaba más horas al día de las que reconocería fantaseando con el futuro salto a las tres dimensiones. Aguardaba impacientemente aquella hipotética entrega para consolas de sobremesa que muchos anhelábamos: un juego gigantesco, complejo, que quizás incluso uniese todas las regiones ya conocidas, un mundo abierto y vasto en el que podríamos dar rienda suelta a nuestras aventuras y, ahora sí, capturarlos a todos.
Lo que yo no entendía por aquel entonces es que Pokémon es, en realidad, una historia sobre amor y amistad. Lo que la saga no había sabido transmitirme todavía es que mantener a tus Pokémon contigo, llevándolos en el bolsillo a todos lados, podía resultar igual de trascendente que un millón de combates. Cuando Pokémon Sol y Luna me ofreció la posibilidad de rascarle las orejicas a mi Pokémon inicial entre asalto y asalto, para curarle las heridas y sacudirle el polvo de encima, de repente, el juego competitivo parecía menos atractivo. La primera vez que una de mis criaturas decidió curarse ella sola de la parálisis, o resistir a un golpe que hubiese sido de otra forma fulminante sólo porque me quería demasiado como para decepcionarme siendo derrotada, no pensé en cómo esta mecánica afectaba al equilibrio del resto del juego. Pensé que era una de las experiencias más bonitas que había vivido nunca jugando a un RPG, y eso me animó a seguir peleando.
Pokémon Sol y Luna, en su lanzamiento el año pasado, despertaron sentimientos encontrados para muchos, pero creo que quienes les tenemos particular aprecio a estas entregas lo hacemos, en parte, de una forma un tanto emocional. Pokémon Ultrasol y Ultraluna, que son los títulos que nos ocupan hoy, entienden que lo que a muchos nos fascinó de estos juegos es precisamente que desprenden amor por los cuatro costados, que cada uno de sus elementos está colocado de forma que nos haga sentirnos bienvenidos en un paraíso tropical de costas vírgenes y rincones recónditos. La atmósfera está tan bien construida que ni siquiera tuvimos tiempo de pararnos a mirar con reticencia algunos de los cambios más sustanciales que aportaban, como la sustitución de la archiconocida estructura de líderes de gimnasio por una serie de "pruebas" que nos enfrentaban a una especie de jefes finales, los Pokémon dominantes. Con mayor o menor acierto, a Pokémon Sol y Luna se le notaba ilusionado y lleno de buenas intenciones, y eso hizo que pudiéramos abrazar con soltura las modificaciones a la fórmula.
Sin embargo, en esta ocasión, la región de Alola y sus perennes colores brillantes, su estética playera y su tono desenfadado oculta bajo la superficie un sabor un poco más amargo, como a despedida. La consciencia de que de aquí en adelante, con el salto a Switch, el declive de las portátiles en favor de los smartphones y la evolución que las consolas de Nintendo probablemente tomarán en un futuro, el próximo Pokémon al que juguemos quizás se parezca más a alguno de los títulos icónicos de este año, como Breath of the Wild, que a los gráficos toscos y ásperos de Pokémon Rojo y Azul.
Por la cantidad de contenido nuevo que aportan, no creo que pudiésemos considerar a Pokémon Ultrasol y Ultraluna como títulos imprescindibles en ningún caso, pero sí que son una reimaginación muy notable de un título que ya existía.
Respecto al inminente salto de la saga Pokémon a consolas por definición más potentes y con más posibilidades, me siento algo extraña. Así son las cosas a veces: hubo un momento de mi vida en el que anhelé este día con todas mis fuerzas, y ahora le tengo un poco de miedo. Esta entrega de la saga Pokémon, que, salvo sorpresas, será la última que veamos en la consola 3DS y probablemente en cualquier consola portátil, refina tantísimo la fórmula que ya conocemos que, si la posibilidad estuviese en mi mano, sonaría tentador congelarla en el tiempo, meterla en un botecito de cristal, inalterada, y no dejarla marcharse nunca.
Eso sí, vamos a sacarnos esto de encima cuanto antes: por la cantidad de contenido nuevo que aportan, no creo que pudiésemos considerar a Pokémon Ultrasol y Ultraluna como títulos imprescindibles en ningún caso. Pero sí que son una reimaginación muy notable de un título que ya existía. No resulta particularmente sorprendente afirmar que son buenos juegos, pero es que, en justicia, la base de la que parten ya era de por sí sobresaliente. Pero para poder disfrutarlos como lo que son, necesitamos aproximarnos a ellos con las expectativas adecuadas. Debido a una elección de título y formato que, si me permitís, puede resultar un poco confusa, podríamos pensar que estamos frente a una secuela directa de Pokémon Sol y Luna, es decir, un juego totalmente distinto, pero que transcurre en el mismo escenario. No es el caso: Ultrasol y Ultraluna tienen, durante la mayor parte del trayecto, la misma historia, objetivos y personajes que Sol y Luna. Más que una continuación, es lo que tradicionalmente hemos llamado una "tercera versión" dentro de la franquicia: una especie de edición definitiva, mejorada, con nuevas funcionalidades y zonas, tramos de historia añadidos y minijuegos o sistemas de retos para añadir un poco de sustancia y sumar al reloj alguna hora más de juego. Como primera aproximación al universo de Alola, es sublime; para quienes ya hayan jugado a la entrega anterior y la tengan más o menos fresca en la memoria, la irregularidad con la que se nos presentan las novedades - un montón al principio, casi ninguna hacia la mitad del juego, y muchísimas en las últimas horas, de nuevo - hace que nuestro interés por lo que está sucediendo varíe, un poco errático, en los distintos tramos.
Así que estas entregas tienen más de Pokémon Amarillo o Cristal que de juegos independientes en su propia medida. Aun así, los elementos nuevos que ponen sobre el asador están extraordinariamente bien hilados. Nos encontramos algunos detalles nimios, como la aparición de Pokémon en forma de NPC desperdigados por el mapa a los que podemos hacer carantoñas sin ningún propósito concreto, pero también algunas incorporaciones que vuelven el juego del revés por el completo, como la aparición de los Poderes Rotom. Resulta que ahora nuestra Rotomdex - una Pokédex mejorada que ya no solo recopila los datos de los bichos que atrapemos sino que hace las veces de mapa y guía de objetivos - nos beneficiará en momentos concretos con una serie de bonus que nos permitirán, por ejemplo, ganar más dinero o experiencia cuando vencemos combates, o capturar más fácilmente a los Pokémon que nos encontremos. A los jugadores más ávidos quizás no les diga mucho, pero es un paso más en la línea que los juegos parecen haber adoptado en los últimos años de acomodar sus profundísimas mecánicas a los jugadores más ocasionales. Si lo preferimos tal y como estaba antes, siempre podemos ignorar por completo la existencia de estas ventajas y jugar como hasta ahora.
Aunque serán muy pocos los que opten por el camino más arduo, porque este juego tiene una dificultad considerablemente elevada en comparación a la de sus predecesores. Es más difícil que Sol y Luna, e infinitamente más complicado que cualquiera de las entregas previas a estas. Veníamos de casa acostumbrados a la seguridad de que con un par de Pokémon potentes con ataques bien escogidos los combates se ganaban prácticamente solos, pero en Ultrasol y Ultraluna, más que nunca, un equipo bien entrenado y con un nivel elevado puede estar al borde del desastre de forma constante. Para compensarlo un poco, el juego también es más permisivo que nunca con las pausas entre combates, y más generoso con el dinero del que disponemos para comprar objetos de curación, pero eso no impedirá que nos encontremos algunos picos de dificultad que seguramente nos harán reiniciar la partida en varias ocasiones.
En Ultrasol y Ultraluna, más que nunca, un equipo bien entrenado y con un nivel elevado puede estar al borde del desastre de forma constante.
Algunas de las asignaturas pendientes de los títulos anteriores se han solventado en gran medida, y otras siguen un poco latentes y parece que tendremos que ir acostumbrándonos a ellas. La primera pega es que, en Sol y Luna, la cantidad de contenido al que podíamos acceder tras pasarnos el juego era prácticamente inexistente. Ahora sí tendremos multitud de posibilidades tras terminar la Liga Pokémon. Quizás no nos encontramos ante el mejor post-game de la historia de la saga, pero al menos sí podemos afirmar que es el más completo que hemos visto jamás la 3DS. Sin entrar en detalles: hay nuevas misiones que apelan a lo más nostálgico, algunas más anecdóticas y otras verdaderamente destacables, varias batallas que nos harán estrujarnos los sesos, un minijuego exclusivo que se comerá nuestras Pokéballs como alma que lleva el diablo, y los ya conocidos Árbol de Batalla y Battle Royale para medirnos el lomo con otros contrincantes.
Otra de las decisiones cuestionables tiene más que ver con lo mecánico, y es que la inclusión del Poder Z - movimientos superpotentes que iremos desbloqueando durante la historia, y que sólo pueden usarse una vez por combate - ha desplazado en gran medida a las megaevoluciones, la gran innovación estratégica que introdujo Pokémon X e Y. El Poder Z, como concepto, es atrevido y revolucionario dentro de la dinámica que ya existía, un tibio intento de dejarnos romper la limitación de los cuatro movimientos y añadir variables resultonas que añadan más factores a considerar dentro de la estrategia. El problema es que cuando se desplaza a sistemas ya existentes para hacerle hueco al nuevo, más brillante y más guay, terminamos por crear una situación de falta de cohesión del sistema que nunca ha sido la marca de la casa cuando hablamos de Pokémon. En lo que Ultrasol y Ultraluna respecta, nos reafirmamos en lo que ya intuíamos: MegaCharizard, MegaBlastoise y compañía molaron en su día, pero ya ni están, ni se les espera.
Para quitar el mal sabor de boca, al menos podemos agarrarnos al resto de novedades, entre las que hay muchísimas que son, al menos, dignas de mención. Mi favorita personal es un minijuego extrañamente adictivo sobre surfear las olas de Alola a lomos de un Mantine, pero también tenemos todavía más misiones secundarias, en las que los NPC esparcidos por el mapa nos suplicarán que les ayudemos a atrapar este o aquel Pokémon a cambio de una recompensa y algún chascarrillo, y un pequeño puñado de nuevos Pokémon y formas alternativas de los ya existentes. Por si necesitábamos algún aliciente más que la clásica consigna de atraparlos a todos para recorrer hasta el último lugar de la región, ahora encontraremos pequeños coleccionables escondidos en los lugares más inhóspitos, las Dominsignias, que un dicharachero Profesor Oak con camisa Hawaiiana y moreno digno de la Costa del Sol nos cambiará por Pokémon con estadísticas mejoradas para nuestro equipo.
Si Ultrasol y Ultraluna fuesen el final de Pokémon, serían un cierre más que digno.
Si nos fijamos, estos elementos tienen un pequeño punto en común: no son tanto rupturas dramáticas del sistema como pequeños detalles que contribuyen a crear la atmósfera general del juego, más destinados a hacer del universo en el que nos movemos un lugar rico, variado y exuberante que a cambiar el núcleo jugable. Pokémon Ultrasol y Ultraluna parece decidido a que nos llevemos un buen recuerdo de nuestra estancia en Alola, que lo recordemos como un lugar cálido y acogedor, en el que nos gustaría quedarnos a vivir. Precisamente una de las novedades más llamativas, y que mejor encapsula la filosofía del juego en general, es la más sencilla: la de hacer fotografías de los momentos memorables junto a nuestros compañeros de aventura y personalizarlas a nuestro gusto. Al final, de toda la trama del juego, con sus idas y venidas, perviven más en nuestra memoria las pequeñas instantáneas, la sensación de victoria después de un gran obstáculo, los momentos de pausa en los que nos tomamos un café o un aperitivo junto a nuestros Pokémon y charlamos un ratito con el camarero. Cuando terminé el juego, volví a ver todas las fotografías que había realizado durante la partida, y las sentí como recuerdos de un verano lejano, de infancia, de esos que se romantizan a base de tanto recordarlos. El juego está lleno de amor que dar, y si estamos lo suficientemente predispuestos, esta nueva Alola puede sentirse como la culminación de varias décadas de prueba y error, de aventuras grandilocuentes con un toque de magia y de nostalgia.
Y quizás la próxima vez que nos acerquemos a la saga tenga una cara totalmente distinta. Quizás no. A lo mejor seguimos por el mismo camino, y el próximo Pokémon tiene exactamente el mismo alma. Y aunque no es lo que va a suceder, si por un giro del destino esta fuese la entrega que cerrase la saga para siempre, la que se plantase y se cruzase de brazos y decidiese que el tiempo de los animalitos de colores ha terminado, creo que sabría entenderlo. Si este tuviese que ser el final, sería un cierre más que digno.