Análisis de Bloodforge
Estilo sin sustancia.
Hay dos formas de caer: con o sin dignidad. Amy, probablemente el peor juego descargable que he probado en lo que llevamos de año, fracasaba con cierto honor porque al menos intentaba hacer algo diferente. Bloodforge, en cambio, enerva porque no sólo es un mal hack 'n slash, sino que encima copia a otro - God of War - sin el más mínimo atisbo de vergüenza o disimulo.
La historia de Bloodforge probablemente te resultará familiar, ya que si sustituyes a Kratos por Crom (el cual, dicho sea de paso, tiene muchísimo menos carisma) y cambias la mitología griega por la celta te queda algo casi calcado al argumento del juego de Sony Santa Monica: un guerrero que mata a su mujer engañado por los dioses y se embarca en una aventura con la venganza como único objetivo y la ultraviolencia como principal seña de identidad.
Las similitudes no terminan aquí, pero hay sobretodo dos factores que separan el incontestable éxito de God of War del estrepitoso fracaso de Bloodforge. El primero es que el juego de Sony acompañaba su excelso apartado gráfico con una jugabilidad a la altura, mientras que el de Climax destaca a nivel visual (con un estilo desaturado tipo 300) pero se estrella en todo lo demás. El segundo es que Bloodforge tiene probablemente una de las peores cámaras que hemos visto en los últimos años, y sin ni siquiera la opción para centrarla en un objetivo las secuencias de acción se vuelven caóticas y tremendamente frustrantes.
Aunque la cámara sea desastrosa una buena mecánica de combate podría salvar los muebles (algo que ocurría en uno de los mejores brawlers de la última década, God Hand), pero es precisamente aquí donde Bloodforge acaba de hundirse de forma miserable. Pese a ofrecer un rudimentario sistema de combos, en el juego de Climax todo se reduce a apretar furiosamente el botón X y a rodar por el suelo con el gatillo izquierdo para evitar ataques enemigos, puesto que no existe la opción de hacer bloqueos. Con un timing carente de precisión y unas escenas de ejecución que sólo consiguen desorientar todavía más al jugador, el combate termina siendo tan tosco como poco satisfactorio.
Tras avanzar un poco consigues un par de armas nuevas (un martillo y unas garras) y la opción de potenciarlas, pero a efectos prácticos la cosa no mejora lo más mínimo. Algo parecido pasa con la magia, inútil por culpa del pésimo diseño jugable: consume un montón de maná y a lo largo del juego obtienes poquísimo, con lo cual su uso se es poco menos que anecdótico. La ballesta, en cambio, manda al traste el poco equilibrio de los combates al tener munición infinita, ser demasiado potente y presentar un tiempo de recarga excesivamente bajo.
Lo peor de todo es que, aún con un sistema de combate mediocre y un desarrollo exasperantemente repetitivo, Climax no hace el más mínimo esfuerzo por dotar a su juego de un poco de variedad. No hay ni secuencias de plataformas, ni puzzles, ni ningún intento por salirse de una fórmula que simplemente se limita a lanzarte oleadas de enemigos clónicos, enfrentarte contra un gran jefe final (una vez más copiando sin tapujos las mecánicas de God of War) y luego regresar a los enemigos repetitivos para reiniciar el bucle. El suplicio, al menos, no se alarga demasiado: no tardarás más de cuatro horas en terminar la campaña individual y tampoco hay un modo cooperativo que pueda animarte a volver a jugar.
Una de las pocas ideas inspiradas de Bloodforge es un sistema tipo Autolog que mide tu rendimiento en base a la sangre derramada para compararlo con el de tus amigos y un modo horda en el que se aplican modificadores de dificultad para cada oleada, para luego retar a otros usuarios a superar esa fase en las mismas condiciones. Sobre el papel puede sonar bien, pero en la práctica no hace que el juego sea mejor y tampoco parece que vaya a gozar de una base de usuarios lo suficientemente grande como para hacer de la competición en las tablas de récords algo atractivo.
Al final, Bloodforge es un triste ejemplo de videojuego con estilo pero sin sustancia, cuyo único atractivo se limita al apartado gráfico y al exceso de gore. Si sólo ves un par de tráilers tiene una pinta estupenda, pero cuando coges el pad y empiezas a jugarlo no tardas más de tres o cuatro minutos en descubrir que es tosco, aburrido y repetitivo. Si a eso, además, le sumas un pobre sistema de combate y una cámara verdaderamente atroz, es difícil recomendarlo incluso a los más acérrimos fans del género.