El Señor de los Anillos: La Conquista
Batallas épicas en go-motion.
Vamos por cincuenta millones. ¿Cuántos títulos basados en la licencia de Tolkien han salido en estos últimos años? Nosotros hemos contado alrededor de diez, ahora bien, si tenemos en cuenta un período más amplio, digamos desde la época de los 8 bits, la cifra se dispara hasta rebasar los límites del buen gusto y lo políticamente correcto. A esta proliferación de juegos le vemos un matiz positivo y otro negativo; resulta bueno por aquello de […]escuchar el lamento de sus mujeres[…] que decía Swchwarzenegger en Conan El Bárbaro, pero aplicado a los fans pejigueras que ven cómo su ídolo es profanado de forma paulatina. Y malo porque se va desgastando una mitología imperecedera hasta el punto de hacerla carecer de interés a base de dar palos de ciego en pos de un éxito creativo que nunca llega, pero que deja beneficios. El caso es que este Señor de los Anillos: La Conquista en su versión DS tiene el honor de pertenecer al selecto grupo de títulos mediocres con mínims aspiraciones, así que no hay de qué preocuparse, esto es más de lo mismo amigos. Poneos cómodos y diseccionémoslo como es debido.
Como ya comentamos hace unos días en el análisis de la versión para 360/PS3, la esencia del juego de Pandemic sigue el paradigma de los juegos clásicos de mecánica inspirada en el cachetazo fácil a la Chuck Norris: interpretación cero, historia ridícula, carisma old-school y grandes cantidades de enemigos para machacar, son a la vez un elogio y una crítica de la versión nintendera de este título. Primero porque hacer el ganso a los mandos de un guerrillero medieval sin muchos preámbulos siempre viene bien para echar un rato en el sofá. La otra cara de la moneda la componen, no ya las limitadas capacidades técnicas de la consola, que están ahí y cada cual las aprovecha en la medida de sus posibilidades, sino el exceso de ambición de sus responsables al plantear una adaptación fiel a la de sus hermanas mayores. Y claro, un motor tridimensional con varios personajes moviéndose simultáneamente en escena pasa factura hasta el punto de presentar una tasa de refresco que roza lo injugable, con una estética apagada y sin el más mínimo rastro de la expresividad característica de esta plataforma.
Además del decepcionante apartado técnico, el juego sólo sigue tangencialmente el argumento del metraje/novela original, tergiversando situaciones conocidas en los peores casos e inventando una línea argumental alternativa en los mejores, con la intención de dar justificación a la segunda campaña del juego, la del señor oscuro, en la que controlamos a los orcos y otras criaturas de ultratumba a lo largo de diversas batallas hiladas por un flujo temporal difuso.
A lo largo de cada una de estas fases tendremos que realizar dos acciones bien diferenciadas y mayoritarias: diezmar efectivos del bando contrario a base de tortas y capturar puntos de control en manos del enemigo. Todo esto a una velocidad que hasta tu abuela podría jugarlo. Luego tenemos algunos objetivos especiales como defender un área (sí, lo contrario de capturar la bandera es que no te la quiten) o matar a tal general, lo cual da un toque de variedad al asunto que es muy, muy de agradecer (nótese la ironía). Además cada nivel cuenta con una generosa lista de logros que inspirará Dios sabe cuantos reintentos por parte del jugador más testarudo.