Fable III
A rey muerto, rey puesto.
Mención aparte, en esta estrategia de simplificación, merece el tema de los menús del juego: no los hay, como tales. Para organizar nuestro inventario, conocer nuestras finanzas, ver el mapa de Albión, cambiar de vestuario o armamento o iniciar partidas con otros jugadores (esto es posible, pero no hemos tenido ocasión de probarlo), tendremos que desplazarnos -pulsando el botón "start"- a nuestra mansión. Esto quiere decir que, si queremos cambiar de pantalones, tendremos que ir a la mansión y allí, desde el lobby, tendremos que ir hasta el ropero, dentro de él hasta el maniquí que viste el conjunto que queremos y, una vez junto maniquí deseado, entonces interactuar mediante un pequeño menú, desplazarnos hasta las piernas y elegir los pantalones que queremos. Esto se traduce en algo más de un minuto y medio. Si queremos viajar rápidamente, tendremos que navegar por dos o incluso tres menús diferentes, con el consiguiente engorro. Unos menús bien pensados e implementados nos habrían sacado mucho menos del ritmo de la aventura que estos paseos innecesarios pos un escenario que no tiene relevancia alguna.
Claro que todas estas limitaciones podrían verse siquiera parcialmente mitigadas si Fable III fuese un juego bien ejecutado, consistente y sin grietas. Lamentablemente, no lo es. A simple vista es casi imposible de distinguir de su antecesor, cosa reprochable tras dos años de trabajo. El diseño artístico sigue siendo estupendo, pero a nivel técnico, más que la falta de mejoras, Fable III se resiente de un empeoramiento técnico general: hay preocupantes caídas de framerate (puntuales, es verdad, pero injustificables dada la carga gráfica del juego), problemas de profundidad, texturas que tardan en cargar -siendo algunas realmente pobres-, superposición constante de superficies, fallos de iluminación y fallos de interacción con los objetos. La IA es de una torpeza cargante: no sólo nuestro perro estará ausente durante los combates o se quedará anunciándonos la cercanía de un tesoro enterrado sin concretar su localización, sino que veremos a los aldeanos cometer mil estupideces sin sentido y a los enemigos quedarse quietos, mirando al infinito todos en grupo sin responder a nuestros ataques. Incluso elementos que en anteriores ocasiones ya mostraban signos de mal funcionamiento evidente, como el destello dorado que marca el camino hacia las misiones, han quedado sin retocar.
Fable III sigue ofreciendo una personalidad muy marcada y un estilo de juego peculiar y único. En casi ningún otro juego podremos montar orgías, casarnos, divorciarnos, adoptar hijos y regalarles juguetes, poseer barberías o tiendas de decoración y eructar en la cara del vecino. Además de esto, el juego tiene ciertos valores de producción muy cuidados, como por ejemplo la interpretación del guión. Aunque duele que en la edición española nos tengamos que perder las actuaciones de actores de categoría internacional como Stephen Fry, Simon Pegg, Michael Fassbender o Sir Ben Kingsley (teniéndonos que conformar con Carlos Latre en vez del insuperable John Cleese), se intuyen en los diálogos las referencias humorísticas y ciertos brillos que la traducción ha empañado. En ese sentido, Fable III es fiel al espíritu de la franquicia, como también lo es al presentar una historia matizada y a tener momentos narrativamente muy interesantes. Algunas misiones son divertidas y ocurrentes. Algunos giros de guión azuzan la curiosidad hasta hacernos olvidar lo limitado del sistema de juego. Hay algunas horas de diversión y entretenimiento escondidas en Fable III, y merecen la pena ser jugadas.
Sin embargo, y por desgracia, este Fable es también fiel a la marca de la casa de quedarse corto, irremediablemente corto, insoportablemente corto, con respecto a lo que siempre promete, y con el riesgo de que nadie acuda esta vez a la llamada. Los fallos de diseño y de ejecución son cada vez más dolorosamente evidentes, y claman desesperadamente por ser resueltos: el día que en Lionhead se decidan a corregirlos, Fable será una franquicia con un atractivo irresistible y un potencial virtualmente infinito. Ese día, Fable III será recordado sólo como un mal paso en la dirección incorrecta.