Análisis de Mr. Driller Drill Land
Perfora, perfora, perfo, perfora, perfora mi corazón.
El trabajo no se define porque te paguen, sino porque alguien se beneficie económicamente de tu esfuerzo. Esto, que puede parecer obvio, no lo es tanto cuando vemos cuántas ofertas de trabajo hay ahí fuera donde se ofrece pagar con visibilidad, con la idea de que en el futuro podrás enseñar lo que has hecho y conseguir un trabajo mejor. Uno donde sí cobres. Uno de verdad. Con la salvedad de que, como es evidente, un trabajo es un trabajo, cobres poco, mucho o nada; porque lo que define al trabajo no es que edifique, sino que alguien se beneficia de esos esfuerzos. Y es importante identificar cuándo alguien saca dinero y cómo de nuestro tiempo.
Esto tiene mucho que ver con Mr. Driller Drill Land, un juego extraordinariamente mono y blandito, porque, de hecho, es un chiste recurrente entre los propios personajes. Viéndose de repente invitados a la inauguración del primer parque de atracciones edificado enteramente bajo tierra, se verán obligados a disfrutar de sus atracciones. ¿Por qué obligados? Porque todas consisten en excavar. Exactamente lo mismo que hacen para ganarse la vida.
Entre chistes sobre la diversión que puede suponer hacer tu trabajo también en tu tiempo libre y sobre si la acumulación de riquezas abstractas no será más una enfermedad mental que un comportamiento lógico se edifica el tono de este Mr. Driller Drill Land. Un tono dulce, amable, incisivo de un modo que es fácil pasar por alto. Porque el juego lo que quiere dejar claro es que lo importante es pasárselo bien y que aquí cualquier pretensión competitiva o épica no sólo es que esté fuera de lugar, sino que ni siquiera tiene sentido, algo que resulta bastante evidente cuando incluso los antagonistas del juego están en el parque de atracciones simplemente para trabajar, sin pretensión alguna de dañar a los protagonistas, solo porque necesitan el sueldo para comer.
Pero eso no significa que el juego no tenga filo. Mas bien al contrario: Mr. Driller Drill Land, detrás de todas sus sonrisas y abrazos tiernos, esconde un par de navajas con las que pinchar a quienes entren a él sin medir bien sus pasos.
A fin de cuentas, Mr. Driller es una franquicia conocida por su endiablada dificultad. Poniéndonos en la piel de excavadores, tenemos que cumplir unas reglas simples: llegar al final del escenario (o cavar hasta donde podamos) sin quedarnos sin oxígeno ni ser aplastado por rocas. Dentro de eso, hay cubos de colores, que destruirán tanto el propio cubo al que golpeemos como todos los de su mismo color a los que esté conectado, y piedras, que requieren varios golpes para ser destruidos, y en ambos casos cuando caen y se juntan cuatro o más de ellos desaparecen todos al unísono como si estuviéramos jugando con tetrominós. Eso, sumado a que nos vamos quedando sin oxígeno según descendemos, hace que el juego nos exija saber combinar la velocidad con la táctica para que ni la asfixia ni el aplastamiento sea algo que nos ocurra a nosotros.
Ahora bien, esto no es un Mr. Driller cualquiera. Drill Land es un remake del original de mismo nombre de GameCube, del cual esta es una versión absolutamente exquisita que actualiza los gráficos y la música sin tocar su jugabilidad para hacer una versión perfeccionada del original, y aquel era conocido porque no tenía un modo de juego, sino cinco.
Con la excusa de que estamos en un parque de atracciones, cada uno de los modos está en un sencillo hub central en el cual elegimos en qué atracción vamos a montarnos. Eso se traduce en cinco modos diferentes, con diferentes skins e incluso diferentes reglas que nos obligan a adaptarnos a cada situación. Para empezar tenemos World Drill Tour, donde viajamos por todo el mundo en siete fases en las que tenemos que descender quinientos metros, que sería el equivalente al modo normal, tanto en el cambio de estética según el cambio de fase y el poder elegir al personaje que prefiramos. Después tendríamos Star Driller, que sería como World Drill Tour, pero con una estética espacial y objetos aleatorios que pueden crear efectos beneficiosos o perjudiciales. Si bien estos dos modos son interesantes, el verdadero plato fuerte para los fans son los tres modos que suponen un giro de tuerca más radical a la fórmula base.
Drindy Adventure, poco sutilmente inspirado en Indiana Jones, nos invita no solo a recoger treinta ídolos para ganar la partida, sino que además añade otras dos reglas: los bloques ya no desaparecen al caer y juntarse cuatro o más y hay rocas rodantes que se rompen al chocar cuatro veces y que nos aplastaran si nos tocan. Todavía más original es Horror Night House, una casa del terror donde tenemos que conseguir agua bendita para purificar los cubos que contienen fantasmas, para así exorcizarlos y poder descender de nivel. Pero cuidado: si rompemos cubos con fantasmas sin haberlos exorcizado previamente, bandadas de murciélagos nos atacaran para robarnos la vida. Para acabar, nos guardamos el modo más original de todos para el final: The Hole of Druaga. Se trata de una aventura RPG inspirada en el clásico La torre de Druaga donde en vez de ascender, descendemos. Con objetos que podemos recoger y usar, con un enfrentamiento contra un boss y un recorrido no lineal, además de que perdemos un punto de vida por cada golpe que demos, es el modo más difícil y retador de todos, al obligarnos a planear una estrategia más allá de la táctica inmediata que supone el modo base del juego.
Además de los cinco modos, el juego también invita a que no lo abandonemos con facilidad. Con puntuaciones, tiempos, logros y desbloqueables, incluidas ayudas para hacer un poquito más fáciles las diferentes atracciones, con tres niveles de cada una de ellas, Drill Land está lleno de pequeños detalles para todo aquel que quiera explotar el juego al máximo, incluyendo dos modos de dificultad, el original y un nuevo modo fácil pensado para jugadores novatos que comiencen por esta entrega con la franquicia, que consiguen que el juego tenga una rejugabilidad muy agradecida.
Todo eso, sumado al remozado gráfico y al extraordinario respeto a los diseños y la música, ambos aspectos absolutamente exquisitos, hace difícil no entusiasmarse con un videojuego tan dulce y tan puro como Mr. Driller Drill Land. A fin de cuentas, él solo quiere que nos esforcemos, que nos divirtamos y que no le demos muchas vueltas a las cosas... incluso si no por eso va a prescindir de recordarnos que tenemos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.