Pedacitos de felicidad vintage
Ya no sabemos qué regalar.
¡Eh!, dense cuenta de que ya entramos en época navideña y que llega la hora de los regalos. De hacerlos, no sólo de recibirlos. ¿Ya tienen preparada la carta a los Reyes Magos y la lista de Papa Nöel? ¿Tienen expectativas con su Amigo Invisible? Mejor que empiecen a tomar algunas notas, que el tiempo se les echará encima.
Supongo que ustedes deben sentir algo muy cercano al odio cuando como regalo reciben un estupendo par de calcetines, una hermosota caja de pañuelos con sus iniciales bordadas o una colonia de aroma traumatizante. Extiéndase a foulars, agujas de pechera, gemelos, corbatas, Black&Decker's, libros de cocina y, bueno, el socorrido cartón de tabaco.
A ustedes lo que les haría gracia sería un regalo de los de antes, pero entiéndanme, a nivel de ilusión. Igual una caja del número 15 de Juegos Reunidos Geyper, el castillo medieval de los Clicks de Famobil o un bólido teledirigido no les hace tilín pero quédense con el concepto, con el batir del corazón al despedazar el papel de regalo, con la respiración agitada, desenfrenada, con el contraste entre el frío que hace en la terraza de casa el 6 de enero por la mañana y la insensibilidad del cuerpo a esas bajas temperaturas y sólo a esas. Quédense con el sentimiento del por fin, por fin lo tengo, un pedacito de felicidad espúrea que está ahí, agradable, blandita guardada a ratitos en el corazón, a ratitos como holograma en el cerebro. Pues eso, que espero que ya pillen por dónde voy.
La cuestión es que como mayorcetes ya no tenemos juguetes que se nos puedan regalar, no quedan muchas petisoserías que equilibren el desnivel que existe socialmente entre ganas de jugar y edad. ¿Qué queda? Los videojuegos, almas de cántaro, los videojuegos, los nuevos comodines que solucionan tanto un roto como un descosido. Un videojuego es un regalo neutro, funcional, la caja de pañuelos del siglo XXI. Guay ¿no?
Todo solucionado, su esposa, novio, suegra o madre lo tienen fácil entonces, sólo tienen que coger un catálogo del Carrefour o del Eroski y, a ver, la PS3, la Xbox 360, la Wii, la PSP y la DS. Bueno, vale, sólo se trata de saber qué consola tiene usted y comprarle un algo relacionado con la consolita. Mmmm… Vemos mochilas, mariconeras, blisters con moldes de plástico, mandos raros y cables de vídeo. También vemos juegos pero no entendemos ni papa viendo las portadas, si hemos de regalar un juego y no visitamos habitualmente Eurogamer no sabremos lo que le vamos a regalar. ¿Mirror’s Edge? Tiene pinta de ser un juego de maquillar una muñeca virtual. ¿Gears of War? Sin duda debe ser un simulador de tanques. ¿Lips? Quiten, quiten, seguro que es algo porno. ¿Little Big Planet? Para niños, está claro, los hombres con los bajos peludos no juegan a un videojuego protagonizado por los sobrinitos del Hombre del Saco.
No se me pongan tontos y dejen a un lado el muñequito de vudú con mi estampa, que cosas así ya sucedían cuando los dinosaurios dominaban la Tierra, en eras de cintas de cassette y disquetes de 720KB. Las portadas engañaban, eran y son publicidad. Acaso ahora son menos puñeteras y confían demasiado en el conocimiento previo adquirido por el comprador. Ya sabe lo que compra deben pensar sus diseñadores. ¡Él! No su familia. La duda está allí, por supuesto, y ante la duda la más tetuda, lo que mejor aparente, lo más económico, lo que más abulte, que no deja de ser un mísero videojuego, una caca para usted, lo mismo que la dichosa cajita de pañuelos.
Eso no pasaba antes, señores, y disculpen si quedo añejo, caduco, carcamal y cascarrabias pero es que antes –ya sabrán ustedes ubicar ese “antes” en el espacio temporal de cada cual– uno disponía de un catálogo de artículos videojueguiles por los que los pajes de los Reyes Magos tenían que pedir la baja laboral por pinzamiento lumbar de tanto cargar sacas de regalos. Habían ordenadores domésticos, consolas de videojuegos de mesa y portátiles, handhelds, stand-alones, relojes de pulsera con videojuegos, merchandising a cascoporro y un montonazo de añadidos y relacionados que no se los saltaba un gitano. Que si joysticks, que si estuches para los juegos, que si kits de limpieza para los cartuchos, que si mobiliario complementario, que si discos de música… Era tan fácil redactar una carta a los Reyes Magos…
Uno sólo tenía que pedir videojuegos y los Reyes, como Magos que son, entendían que nos gustaría cualquier cosa que funcionara a pilas, que tuviera una pantallita, que nos retara a aniquilar civilizaciones de marcianos, a ser unos crakcs del motocross o a ser los más mejores pilotos del espacio sideral.
Ahora los Reyes Magos son menos magos, como los mecheros chusqueros que se han quedado sin chispa, sin aquello que los hacía tan especiales. ¿O será culpa de Papa Nöel? Que con todo el rollo de un trabajo digno y de comités de empresa de los elfos que curran para él se habrán puesto farrucos y ya no fabrican videojuegos y maquinitas, sólo fabrican lo que las majors quieren que nos regalen. En cuanto al Amigo Invisible, ale, pídanle cuentas al maestro armero, que como es invisible cualquiera lo trinca.