Pure
El renacimiento arcade: día 1.
El modo carrera tan sólo dispone de tres pruebas distintas: sprint, dónde tendremos que completar cinco vueltas de un recorrido pequeño, Freestyle, donde el combustible sustituye al cronómetro en busca de la mejor puntuación (a base de encadenar combos y recoger multiplicadores suspendidos en el aire) y por último carrera, donde ambos se combinan en búsqueda de la victoria.
Este austero modo carrera puede tener una doble lectura, Pure no te obliga a desmenuzar por segmentos cada virtud de su corazón jugable como hace Project Gotham Racing y su fatídico modo principal, aquí te abre las puertas de par en par desde el primer minuto a todas sus posibilidades, aunque los obsesos de los tantos por ciento y las competiciones no se sentirán completamente satisfechos desbloqueando un puñado de piezas para los ATV y ropas para nuestros kamikazes.
Pero mucho antes de estar en el podio, Pure ya se siente ganador. Sus coloridas casi oníricas estampas, barnizadas con una luz de “Magic Hour” hollywodiense entre pilotos suicidas suspendidos a cientos de metros de altura, son algunas de las imágenes más bellas que ha dado la industria este año. Apuntes de estilo, como el incipiente resplandor difuso que se proyecta desde la lejanía a los crudos y aparatosos accidentes nos recuerdan en todo momento que estamos ante una ficción sí, pero ante una ficción majestuosa que debemos disfrutar plenamente.
Los niveles se nutren de la magnificencia gráfica aunque en términos jugables no están a la altura del prodigioso control de los ATV. Las rutas alternativas, lejos de resultar decisivas si nos equivocamos, resultan demasiado complacientes y difíciles de justificar, más allá de permitir al jugador correr menos atosigado.
Pure ha llegado de forma silenciosa, haciendo palidecer a sus rivales. Un arcade que a base de física, control, profundidad y relegar las florituras y exquisiteces al apartado visual, da un golpe sobre la mesa a la hora de proponer un esquema de juego rico y portentoso.