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Análisis de Reigns: Her Majesty

"Oh Lord God have mercy / All crimes are paid".

Reigns: Her Majesty brilla gracias al guion de Leigh Alexander, pero a nivel mecánico apenas varía su propuesta con respecto al original.

"No future / No future / No future for you" repetía como un mantra Johnny Rotten al micrófono en God Save the Queen (de donde también sale, aunque pueda parecer mentira, el subtítulo del análisis). Su corrosiva canción contra Isabel II fue número 2 en la lista de ventas británica en 1977 y ha se ha convertido en poco menos que un himno, pero no deja de ser gracioso escuchar esa letra sabiendo el destino de un grupo destinado a romperse y volver a juntarse para tocar la misma docena de canciones cada cierto tiempo. En cambio, esa mujer que "no tenía futuro" sigue en su trono treinta años después, batiendo todos los records de longevidad al frente de la corona británica y sin ganas de abdicar. Nunca subestimes la resiliencia de una reina.

Reigns: Her Majesty es la secuela del título de 2016 desarrollado por François Alliot (Nerial). Nos pone en el papel de una dinastía de reinas que debe sobrevivir en la corte manteniendo el equilibrio entre cuatro poderes: clero, pueblo, ejército y burguesía. No se puede alcanzar ninguno de los dos extremos: si la Iglesia no tiene suficiente poder nos condenarán por bruja, pero si tiene demasiado nos harán morir de hambre para demostrar nuestra santidad.

Al igual que en el primero, lo más interesante quizá sea su modo de control: si has probado Tinder, ya sabes jugar. Diferentes personajes de la corte nos irán describiendo problemas ante los que solo tenemos dos posibles opciones, que se resuelven moviendo la carta de ese personaje a izquierda o derecha. Desplazándola ligeramente hacia un lado u otro se nos avisa de qué poderes se verán afectados y en qué medida, pero no de si el resultado será positivo o negativo.

Los equilibrios de poder son complicados y la muerte es una constante en la vida de las reinas, que en esta ocasión son siempre nobles extranjeras llegadas al trono mediante matrimonio. Más allá de la supervivencia pura y dura, el juego invita a conseguir ciertos objetivos que darán un título especial a sus portadoras: la Ominosa, la Duelista, la Bárbara...

Lo más interesante de Reigns quizá sea su modo de control: si has probado Tinder, ya sabes jugar.

En la primera entrega existía una misión "principal", pero no estaba demasiado bien explicada y era fácil pasarla de largo (no hablemos ya de cumplirla). La mano de Leigh Alexander como guionista se nota en muchos aspectos, pero quizá el más importante es el de no tardar demasiado en presentar una misión que trasciende a todas las reinas y que obliga al jugador a estar más pendiente de objetivos individuales, aunque siga siendo tan críptica y complicada de llevar a cabo como en el primer juego, eso sí.

Ser tan enigmático le funciona a menudo, especialmente cuando recibimos la principal novedad de esta secuela: los objetos. Cinco herramientas con funciones concretas (iniciar un romance extramatrimonial, cambiar el signo del zodíaco, iniciar un duelo dialéctico...) que podemos ir mejorando si estamos atentos y descubrimos a qué persona presentársela en el contexto adecuado. Algunas hazañas son más sencillas que otras, pero es muy satisfactorio lograr avances en un objeto.

El problema con ser misterioso es que termina por caer en problemas similares en lo que se podría asemejar a la fase final del juego: es posible llegar a un punto en que al jugador, en apariencia, no se le ofrece nada nuevo y está atascado eternamente con las mismas cartas (el final malo del primer juego era quedarse atrapado eternamente en ese bucle). En ocasiones lo que requiere es un reinicio de la partida para poder estar atentos a detalles que se nos habían escapado al acometer ciertas misiones y cumplir otras antes de cierta fecha, pero el juego no termina de explicarlo bien.

Reigns: Her Majesty está más cerca de ser una expansión que un juego completo a nivel mecánico.

El guion del primer juego tenía un humor con un cierto componente absurdo que Leigh Alexander mantiene, pero con un toque más ácido y de actualidad. Por ejemplo, es difícil no ver en los Hombres-Serpiente una parodia de la nueva extrema derecha norteamericana, en particular de los autodenominados MRA (Men Rights Activists), clamando por la libertad de expresión cada vez que impedimos que hagan algo deleznable como esperar con antorchas delante de la casa de alguien. Los personajes son también más interesantes; en un juego cuyo sistema nos induce a verles como simples recursos para equilibrar poderes, unas pocas frases bien hiladas pueden suponer la diferencia entre empezar a desplazar las cartas casi de memoria o pararse a leer cada pequeño texto en busca de un trazo de humanidad que nos conecte con ellos.

Un pequeño apunte para terminar: no suelo ponerme los juegos en castellano cuando tengo opción más que para comprobar si hay problemas con la traducción, pero al igual que en la primera entrega estamos ante un excelente trabajo de localización, con un extenso y preciso vocabulario que recupera palabras como 'alcahueta' o 'chambelán' que me ha convencido de lo contrario.

Reigns: Her Majesty está más cerca de ser una expansión que un juego completo a nivel mecánico; el guion de Alexander le da el toque necesario para superar esa barrera. La aportación de la escritora americana es lo más destacable en una secuela que por lo demás mantiene casi todas las virtudes y los defectos de su primera parte.

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