Rockstar: Una cuestión de respeto
Analizamos las claves del éxito de Grand Theft Auto.
Por eso GTA IV se ha dotado de un guión mucho mejor estructurado, de personajes mejor dibujados y de un tono más sombrío y menos desenfadado. A nivel narrativo esto resulta totalmente coherente: el humor puede funcionar a base de gags y la esencia del gag es que resulta, en principio, infinitamente repetible. El Coyote siempre renace después de cada caída para volver a despeñarse por el precipicio, ése es su destino. Y no importa cuántas veces caiga, seguirá siendo gracioso. No importa saber qué le va a pasar al Coyote: todos lo sabemos ya; lo importante es cómo va a sucederle. Por ello, el modo online de GTAIV nos brinda un avatar genérico, apenas un monigote impersonal con el que divertirnos, lanzándolo una y otra vez al abismo, cada vez de un modo distinto. Importa poco qué suceda al final: lo divertido es el cómo, y la interacción con terceros es la mejor manera de garantizar la imprevisibilidad del camino. Sin embargo, el drama requiere desarrollo, evolución, y esto es necesariamente solidario de un personaje único y distinguible, difícilmente intercambiable por otro cualquiera. Por eso el modo historia nos pone en la piel de alguien que desea cambiar, de alguien fuera de lugar, con un acento distintivo, con una manera propia de caminar, con un sentido del humor identificable, dotado de pasado y orientado hacia un futuro. Nos tomamos en serio jugar con Niko Bellic porque nos importa lo que le suceda y, seguramente, seremos menos proclives a involucrarle en escaladas de histérica violencia sin sentido porque sabemos que, en el fondo, es algo que, de alguna manera, no encaja con su personalidad.
La carga de profundidad que GTA IV ha supuesto en la industria cultural sólo será apreciable totalmente pasados unos años, pero sus efectos han comenzado a manifestarse casi de inmediato. La atención mediática que ha recibido sólo en parte se explica por la inversión en publicidad y las campañas de marketing. Quizás en España no seamos tan conscientes de ello, pero la experiencia GTA IV tiene para el estadounidense urbano medio menos que ver con la televisión y con el cine que con el entorno que le rodea en su día a día (en una línea de realismo que hereda del planteamiento de San Andreas). Que un juego que ofrece esta mirada ácida, pero no cínica, irreverente pero no falseada y cómica pero no caricaturesca de la forma de vida del imperio sea capaz de alcanzar las asombrosas cifras de ventas con las que se ha desayunado la industria no hace sino señalar cuán fascinada se encuentra esa sociedad consigo misma, con sus luces y –sobre todo– con sus sombras.
No sabemos cuál será el siguiente paso de Rockstar, aunque la reciente expansión para GTA IV –The Lost and Damned– parece evidenciar que la apuesta por la sobriedad sigue en pie. GTA: Chinatown Wars ha supuesto, a su modo, la actualización del espíritu inicial de la saga, una suerte de clausura circular. Ha tomado los cimientos jugables y visuales mismos de la franquicia –sus dos primeros títulos– y les ha incorporado multitud de elementos cuya solvencia venía avalada por la experiencia de GTA III, Vice City, San Andreas y GTA IV, en una mezcla equilibrada que permite actualizar el origen mismo desde una perspectiva perfectamente coherente. Es otro ejemplo de cómo demostrar sentido del humor con respecto a los propios productos puede ser la mejor manera de no estancarse y de seguir tomándose en serio al público.
Tratar como adulto a un público adulto, que se sabe y se quiere tal, es la mejor manera de salir de esa minoría de edad autoculpable en la que muchas veces vemos estancarse a la industria del videojuego. GTA, pese a quien pese, ha acabado por convertirse en un excelente ejemplo de esta idea y, mientras Rockstar siga siendo capaz de mantenerse fiel a esta línea, seguirá gozando del favor y el respeto inequívoco de toda una legión de seguidores.
Y, para una compañía de videojuegos, el respeto no es un mal sustituto del amor.