Volviendo a Zelda: Breath of the Wild
Cómo cambia el juego el primer pack de DLC.
A los que nos dedicamos a la crítica (sea del medio que sea, no englobo aquí únicamente los videojuegos) se nos suele tildar de injustos, de desengañados o incluso misántropos, de personas que de tanto nadar en las mismas aguas no son capaces de disfrutar del baño; es algo que me recuerda al fabuloso personaje de Anton Ego en Ratatouille, el crítico que destroza sistemáticamente el trabajo de los demás porque se ha asentado en el resentimiento y ya no es capaz de dejarse llevar por aquello que ama, el arquetipo del oficio que permanece en la conciencia colectiva. Dicen que con el paso de los años el asombro y la sorpresa van desapareciendo, y que la experiencia es un arma de doble filo: el saber siempre otorga cierta ventaja, pero también puede impedir que lo veas todo desde otra perspectiva, desde una nueva perspectiva. En lo personal nunca he sentido que la naturaleza de mi trabajo haya terminado influyendo negativamente en la visión que tengo de los videojuegos, pero, y sería injusto negarlo, sí que suelo echar de menos la sensación de descubrimiento y asombro, de estar viviendo algo nuevo y totalmente absorbente, que caracterizaba a mis primeras partidas. No hablo de nostalgia, sino de saber que estás manifestándote en un lenguaje totalmente nuevo. Os cuento esto porque esa, precisamente, es la sensación que tuve cuando jugué a Zelda: Breath of the Wild por primera vez. La de estar descubriendo algo distinto a lo demás, un mundo que me superaba y que se hacía más grande cuanto más me adentraba en él. La sensación de cuidar cada paso para no ver más de la cuenta, de explorar cada esquina y de impregnarme de un mundo que me sorprendía una vez tras otra, y en el que tan solo tenía que observar para aprender. Con este Zelda volvieron las noches en vela, las sesiones maratonianas y el ímpetu por exprimir cada minuto que tenía libre para ponerme a recorrer de nuevo Hyrule, aunque solo fuera con el objetivo de disfrutar del paseo. Volví a emocionarme como un niño, qué os voy a contar; algunos me llamarán exagerado, pero reconozco que es uno de los juegos que más he disfrutado en mi vida.
Ahora, casi 200 horas y 120 Santuarios después, he vuelto a visitar Hyrule con el reposo que da el tiempo y la seguridad de la experiencia adquirida, y parece que nada ha cambiado: quiero terminar ya este artículo y volver a meterme de lleno en la piel de Link para machacar a unos cuantos guardianes. En ese sentido, el primer pack de DLC publicado el pasado día 30 me ha servido más de excusa peregrina que de auténtico gancho para atraparme de nuevo. Este no es un juego que anduviera corto de contenido, precisamente, y no vamos a engañarnos, las llamadas Pruebas legendarias están lejos de ser el revulsivo definitivo que todo aquel que ha derrotado a Ganon estaba esperando, no tanto porque no resulte útil o interesante, sino porque tiene más sentido para el que todavía no se ha pasado el juego. La mayor parte de los nuevos objetos responden a un fin eminentemente cosmético, atuendos con efectos que resultan anecdóticos para los que ya tienen la mano rota en Hyrule, pero que cumplen con soltura las exigencias del siempre ávido fan service. Aunque supongo que nadie se comprará este DLC para poder vestir a Link con una camiseta promocional de Nintendo Switch.
Lo primero que hice al instalarlo fue ir a por la Majora's Mask. Es un añadido, por cierto, que responde a una petición expresa del productor, Eiji Aonuma: "Cuando el equipo de desarrollo empezó a hablar sobre los objetos que se podían incluir relacionados con anteriores Zelda," dice Aonuma, "fui el primero en hablar: ¡por favor, añadid la Majora's Mask!". Quien me conoce sabe que adoro ese juego: tiene un lugar especial en mi corazón, y lo he considerado el mejor Zelda en 3D hasta, claro, la llegada de Breath of the Wild. No es una tarea complicada si sabes dónde buscar: tras leer el diario de Nambod, unas cuantas pistas me llevan hasta el paradero de un cofre en el que, efectivamente, se encuentra la máscara con la que Skull Kid aterrorizó Termina. Su apariencia es impresionante, pero su efecto no tanto: evita que enemigos menores, como bokoblins o moblins, puedan detectarnos. Uno tuvo durante un instante la esperanza de que podría hacer caer la Luna sobre Hyrule, pero otra vez será. La misma rutina se repite para las demás máscaras, armaduras o trajes: el de Tingle, que hace que corramos más deprisa por las noches, también causa espanto entre los ciudadanos de Hyrule (vaya usted a saber por qué: es la perfección ajustada, el sueño de todo treintañero que quiera convertirse en un hada), del mismo modo que lo hace el traje de Link oscuro, así que nada nuevo aquí. El casco de Midna aumenta nuestra resistencia ancestral, por su parte; la armadura espectral aumenta el ataque, y la máscara Kolog, quizá la más útil de todas, vibra cada vez que nos aceramos a una de las 900 semillas de Kolog que hay escondidas por toda Hyrule. Esto es, vibra cada dos por tres.
Con Breath of the Wild volvieron las noches en vela, las sesiones maratonianas y el ímpetu por exprimir cada minuto que tenía libre para ponerme a recorrer de nuevo Hyrule, aunque tan solo fuera con el objetivo de disfrutar del paseo.
No son, como decía, añadidos que resulten esenciales para todo aquel que ha superado la aventura, ni incluso para el que la está empezando ahora; pueden dar cierta ventaja en determinados puntos, pero ni son esenciales ni hacen nada que no puedan hacer otros objetos del juego. A excepción de la máscara Kolog son más adornos que otra cosa, y ninguno se puede reforzar. La cosa cambia con el Medallón del viajero, un objeto escondido por Hyrule que nos permite teletransportarnos directamente a cualquier punto que elijamos y que, eso sí, hayamos marcado previamente, lo que evita tener que movernos por el escenario saltando de Santuario en Torre y de Torre en Santuario. Junto con la Senda del Héroe, una nueva función del mapa con la que podemos conocer el recorrido que hemos hecho por Hyrule en las últimas 200 horas (con un adorable monigote que recrea nuestro camino e incluso las muertes que hemos sufrido a lo largo de la aventura; en mi caso el mapa parece haber sido garabateado por un niño de cinco años) y que nos deja ver las zonas por las que todavía no hemos pasado, son los objetos más estrictamente útiles de este DLC.
Pero eso, claro, es el calentamiento. El verdadero desafío para aquellos que creen haber dominado Hyrule está en el Modo Experto y el Santuario de la Espada. El primero se describe por sí solo: volver a empezar el juego con una dificultad considerablemente mayor y guardando la partida en un slot diferente. No solo los enemigos son bastante más fuertes, sino que recuperan la vida si estamos un rato sin atacarlos, y desaparecen los bokoblins rojos, los más debiluchos de todos. También se añaden enemigos en plataformas flotantes, lo que implica una capa de estrategia adicional en los enfrentamientos. Para que os hagáis una idea del nivel de este modo, uno de los primeros enemigos que nos encontramos al empezar la partida, cuando tan solo vamos equipados con una espada de viajero (si hay suerte) y unos harapos, es un Centaleón blanco, uno de los más desafiantes de todo el juego; me recorre un escalofrío por el espinazo ante la simple idea de volver a pasarme todo el juego con esos contratiempos. Por suerte a la prueba del Santuario de la Espada se puede acceder sin necesidad de iniciar el Modo Experto, y la premisa es sencilla: superar 45 salas repletas de enemigos y obstáculos para despertar el auténtico poder de la Espada Maestra, lo que significa que su fuerza pasará a ser de 60 con una duración ilimitada. No tenemos armas ni ninguna de las armaduras que hemos conseguido a lo largo del juego: hay que empezar a pelo, ataviados únicamente con unos calzones y la rama de un árbol, y aprovecharse de todas las estrategias aprendidas a lo largo de la partida para ir avanzando sala a sala y exprimir al máximo nuestras posibilidades: menos es más. Es algo que recuerda poderosamente al desafío de la Isla Frontia, uno de los grandes retos de Breath of the Wild en el que también tenemos que superar una prueba sin más armas que nuestra voluntad, unos calzones y una buena dosis de estrategia; no hay espacio para el error porque un simple descuido puede traducirse en un viaje al otro barrio, pero sí para una extensa experimentación. Hyrule es un lugar repleto de recursos, de modo que conquistar una zona como esa sabiéndote totalmente indefenso es uno de los momentos más satisfactorios del juego. Uno que te pone a prueba para ver si has aprendido la lección.
El Santuario de la Espada es el añadido más importante a Breath of the Wild, y el que, de momento, debe decidir la compra del DLC.
El Santuario de la Espada lleva esa idea mucho, mucho más allá. Debo admitir que cuando se anunció sentí un poco de pereza, porque temía enfrentarme a una simple prueba de resistencia en la que se me arrojaran oleadas de enemigos sin piedad. Pero no es así. El Santuario de la Espada es la prueba definitiva para todo aquel que ha exprimido el juego al máximo y se conoce sus entresijos al dedillo, para el que sabe que es mejor ver las cosas desde otro punto de vista antes que meterse de lleno en un combate que está perdido desde el principio. Para el que sabe aprovecharse de las corrientes de aire que genera el fuego con el fin de lograr una ventaja estratégica; para el que sabe que es mejor usar el paralizador con cabeza que la fuerza bruta; para el que sabe administrar sus recursos de forma estricta y reconoce las oportunidades para jugar con el motor de físicas. Cada sala es un puzle en sí mismo, y cada una requiere que nos replanteemos nuestra estrategia de nuevo dependiendo de las condiciones de la misma: hay campos, hay ríos, hay zonas con lava. Y, claro, enemigos que nos ponen las cosas cada vez más complicadas. La prueba se divide en tres fases, y cada una de ella añade diez puntos de fuerza a la Espada Maestra; por suerte una vez superada cada fase podemos volver a empezar desde ese mismo punto, pero desechando cualquier arma que hayamos conseguido en las anteriores salas. Reconozco que yo todavía tengo que alcanzar la tercera fase. Serious business.
Por eso, a falta del segundo pack que conforma el pase de expansión y que incluirá una nueva mazmorra y una nueva historia a finales de año, este es el añadido más importante a Breath of the Wild, y el que, de momento, debe decidir la compra del DLC: la posibilidad de ponernos realmente a prueba en las condiciones menos favorables. Para los que ya nos hemos pasado el juego es un desafío adicional que nos ocupará varias horas y que pondrá a prueba nuestra pericia, y para aquellos que siguen teniendo pendiente su enfrentamiento con Ganon la recompensa es mucho mayor: poder usar el auténtico poder de la espada de las espadas, algo que puede resultar tremendamente útil durante el viaje. Las máscaras y atuendos son objetos curiosos, desde luego, pero no es el tipo de contenido por el que querrías pagar, porque parecen más acordes a una actualización gratuita que a objetos premium. Sea como sea, tan solo hemos visto la mitad de lo que Nintendo tiene preparado para Breath of the Wild este año: si de lo que se trataba era de mantener la curiosidad y las ganas de jugar despiertas, sin duda han conseguido captar toda nuestra atención.