Análisis de Agenda
Cansino. Insípido. Aburrido.
Hace ya cosa de medio año, cuando salió The Division, hubo un cierto debate sobre la ideología implícita al nuevo lanzamiento de Ubisoft. En términos estrictos, lo que hacías era controlar a una fuerza armada del Gobierno capaz de responder con ferocidad a cualquier intento percibido por atentar contra la estabilidad estadounidense. En teoría estabas rescatando a la gente, pero en la práctica salías a la calle a ejercer de juez, jurado y verdugo con cualquier capullo que osara toserte. En una era donde la violencia policial está a la orden del día en los Estados Unidos, algunos lo percibieron como un mensaje rayano en lo fascista.
No quiero imaginarme lo que nos reiríamos con Agenda.
No eres la CIA, eso desde luego, pero sí el líder de una organización secreta con los medios para operar a nivel internacional. El plan es el mismo de cada noche, Pinky: dominar el mundo, y en nuestro camino a la cima manipulamos el mercado, asesinamos a los políticos que nos llevan la contraria, sobornamos a los altos oficiales del ejército y controlamos la información para que los medios digan lo que nosotros queramos. Pero Agenda no ve esto como un acto maligno o cuestionable sino pragmático: si no ejercemos nuestro poder sobre un determinado país, quizá entre en una crisis financiera. Puede pasar por una guerra civil, tener un apagón tecnológico o sufrir una censura total, y nuestra agencia se convierte no en los hombres tras la cortina, esos banqueros internacionales de los que hablaba Zeitgeist, sino en aquellos ocupados de salvaguardar la integridad del mundo. Y si no gusta, os forzaremos a amarnos. Así que, con semejante premisa y unas ideas tan radicales, enfrentándome a un videojuego que literalmente ve el control con mano de hierro como la única opción, controlando a una agencia con semejantes recursos y poder, tengo una pregunta muy importante:
¿Cómo demonios logra ser tan aburrido?
Es algo mágico, si soy totalmente honesto. Todas aquellas misiones mencionadas, esos golpes de Estado, las caídas de la Bolsa que podemos causar si se nos cruzan los cables y pensamos que la gente nos está prestando demasiada atención, llevan consigo la carga de, literalmente, pulsar un botón. Agenda se juega desde la perspectiva global: ahí está el mundo, dividido en regiones, y a ti te corresponde conquistarlas y mantenerlas todas. Si consigues extender tu influencia al máximo por todo el mundo, ganas, pero si el mundo se da cuenta de que estás extendiendo tus tentáculos, pierdes. A cada país le sigue una serie de tablas definiendo su situación económica, política, militar, tecnológica y mediática, y nos toca escoger qué opción es la adecuada para conseguir los recursos que necesitamos. Pulsas un botón, esperas unos segundos a que se complete la misión, y continúas. Otra más, y otra, y otra, y así hasta conseguir la influencia que desees o los recursos que necesites. Cuando pulsas por enésima vez la opción de "meter la cabeza" en los medios de comunicación de una región, por algún motivo, aquella tarea pierde su significado. Será el hecho de que no ves otra consecuencia más allá de los recursos que obtienes. Y también seamos claros: después de haber reestructurado todo el sistema mediático de un país, resulta extraño que todavía tenga que "meter la cabeza" en ese mismo sistema. Quizá sea que a mi personaje le gusta enfrentar a sus agentes para divertirse.
Toda aquella intensidad que debería tener Agenda con su mera presencia, por estar ahí sin decir ni mú, porque es un juego con unas ideas tan brutales, se ve banalizado por el hecho de que cuesta creerse que realmente estemos hilando todas estas manipulaciones ¿Cuántas veces consecutivas se puede derribar y reconstruir la economía de una región? Las misiones, además, se cumplen de forma automática, sin que nosotros tengamos nada que decir. Nos dan una probabilidad de éxito, que suele ser muy alta, y las más de las veces ganamos. Ni siquiera tenemos otra agencia contra la que enfrentarnos: somos nosotros contra el mundo, y fracasar es tan difícil que, al final, Agenda pierde cualquier idea de que esto sea un desafío.
Nadie lo diría, pero este juego guarda más parecido con Cookie Clicker que con Neocolonialism. Tus primeros pasos en esta campaña de dominación global son lentos por la falta de dinero, pero en cuanto abres un par de sucursales en otros países y empieza a fluir el capital, te vuelves una máquina. Literalmente. Pasas las horas muertas haciendo click, click aquí, en este país, veamos que este no se descontrole. Vaya por dios, ha estallado una guerra aquí ¿y cuál es el efecto? Que hay que hacer click con más intensidad. Toca abrir una sucursal ahí y llevar al país a la estabilidad, porque este mundo sin nosotros no puede dar dos pasos sin tropezar con sus cordones desatados. Al final, cuando has abierto sucursales en otros países y pasas de uno a otro haciendo click, click, click, misión de aquí, subamos esta barra, veamos qué quiero, si aumentar mi influencia o mi poder, aquí he llegado al porcentaje que quería. Aquí estoy perdiendo influencia, pero no me voy a preocupar, que es cuestión de hacer click. He completado esta misión. Las he completado todas a la vez, de hecho, porque las he iniciado todas a la vez. Son todas un éxito. Menuda sorpresa. Y sigo con mi camino, haciendo click aquí, aquí, aquí, manteniendo los platos en movimiento. Ganar Agenda no es una cuestión de cómo, sino de cuándo. Te hace creer que tienes opciones diciéndote que puedes empezar la partida de formas distintas y que puedes desbloquear nuevas habilidades, pero nada de eso tiene un impacto relevante en la sucesión de tus clicks. Son más clicks o menos clicks, pero clicks al fin y al cabo.
Cuando Edward Snowden nos reveló que la NSA llevaba un tiempo espiando a la población estadounidense, Charlie Brooker dijo en su programa Newswipe que, en el fondo, esto era algo esperado. Inmediatamente después, Doug Stanhope salió a hablar sobre lo horrible que tenía que ser trabajar como un agente de la NSA: "Me sorprendería que la NSA no tuviera la tasa de suicidios más alta de cualquier trabajo en el mundo. Ni siquiera yo tengo fuerzas para pasarme por mi propio correo; imaginaos al pobre trabajador de la NSA que tiene que sentarse a leer todas esas gilipolleces que os enviáis". Si ser el jefe de una de estas agencias es algo así, ir enviando a tus hombres a que hagan cosas que no percibes como algo más que un resultado, no le tengo ninguna envidia. No le temo ni le odio. Más bien me compadezco de ese pobre diablo.