Análisis de Boom Street
Tu propia crisis con Mario.
"No basta con triunfar, otros tienen que fracasar." - Gore Vidal
No es fácil deducir las razones por las que Mario y Limo decidirían, tras una dura jornada entre champiñones y espadas, quebrar la rutina de sus apesadumbradas vidas jugando a un juego como Boom Street, de la misma forma que tampoco es fácil saber, y eso sí que tiene misterio, por qué Nintendo ha decidido lanzar un juego como este después de Navidades y con la que está cayendo.
Lo cierto es que la compañía siempre ha sido férrea defensora de los juegos que requieren un tablero, pero sin tablero y con mando, y Boom Street sigue a pies juntillas esta premisa. Desgraciadamente, aunque este título cuenta con detalles que pretenden modernizar las bases instauradas por Itadaki Street, la famosa saga de simulador de bróker que lleva años cosechando ventas en Japón, no lo logra en absoluto.
Aparecida por primera vez en NES a principios de los noventa, Itadaki Street, Fortune Street o la Calle de la Fortuna (no parece haber un consenso con la traducción del nombre), es una conocida franquicia que ahora pretende renovarse aprovechándose del carisma y la dignidad que proporcionan las mascotas de Nintendo y Square Enix, desarrolladora del juego, con esta entrega para Wii que bebe a su vez de la versión para DS que apareció únicamente en Japón en 2007. Lo que parece un punto de partida difícil de entender puede resumirse de forma muy sencilla: Boom Street es un simulador de Monopoly, el "juego familiar por excelencia" que a su vez es un reflejo simplificado de los intrincados mecanismos del capitalismo y la especulación, de sus trampas y su sinsentido, y que surgió hacia la mitad de los años treinta, en un periodo histórico y económico no muy diferente al que estamos viviendo en la actualidad. Supongo que advertís las paradojas.
El desarrollo es parecido al de cualquier party game al que hayáis jugado, con la diferencia de que no tiene nada de lo primero y muy poco de lo segundo. Aquí de lo que se trata es de lanzar el dado, avanzar casillas y lograr más bienes que el contrincante, ya sea comprando propiedades, realizando inversiones, vendiendo, negociando o desbloqueando cartas sorpresa, por lo que el dinamismo brilla por su ausencia y las partidas pueden alargarse lo indecible. Una vez elijamos a nuestro jugador, Miis incluidos, podremos enfrentarnos a conocidos personajes en tableros sacados directamente de escenarios de los juegos de Mario y Dragon Quest, lo que le confiere una estética amigable y reconocible que, por basarse en algo tan frío y desangelado como la obsesión por el materialismo, resulta también remarcablemente siniestra.
Lo que parece un juego sin más pretensiones que divertir esconde en realidad una compleja maraña repleta de trucos y movimientos financieros que pide al jugador mucho más tiempo del que sería recomendable para llegar a dominar. El desarrollo se divide en dos tipos de juego: el que comprende las reglas "normales", que dividen el tablero en distritos y son las preferidas por el público japonés y los fans de toda la vida, y las reglas "fáciles", que eliminan los distritos y el stock y ofrecen un juego mucho más accesible y directo, aunque no menos tedioso. De lo que se trata aquí, sea como fuere, es de hacer dinero comprando tiendas, cobrar a aquél incauto que caiga en una de nuestras propiedades, y llegar al Banco para subir de nivel y seguir jugando. Podemos invertir en las tiendas ya compradas para aumentar su valor y la cantidad que otros jugadores deben desembolsar al caer en ellas. Los objetivos a cumplir pueden ser diversos, desde lograr una cantidad determinada antes que nadie (que depende del efectivo y de las propiedades que tengamos) pasando por sobrevivir sin caer en la bancarrota o, simplemente, dejarnos llevar por nuestro afán consumista en el Modo Libre.
Boom Street hubiera funcionado muy bien como juego de tablero porque es suficientemente completo, pero como videojuego no resulta convincente ni parece haber sabido encontrar su sitio
Lo único que aporta un poco de salsa a esta insulsa mezcla son las cartas que se desbloquean al caer en unas determinadas casillas, y que ofrecen giros interesantes e inesperados que pueden hacer que el curso de una partida cambie totalmente de rumbo. Y el que podría ser su mayor atractivo, que aparezcan personajes consolidados y ya conocidos por todos, es realmente su mayor lacra: nos extrae constantemente del juego y denota cómo en este caso se ha aprovechado el tirón de títulos como Mario Party para rascar algunas ventas más. Su presencia no tiene sentido ni está justificada a ningún nivel, y los escasos y pobres minijuegos, así como los forzados comentarios y referencias que realizan los personajes, son un intento por parte de Square Enix de hacer que el aburrido modo para un jugador cobre algún tipo de sentido. Ni qué decir tiene que nosotros no se lo hemos encontrado, y desde ya os advierto de que si tenéis pensado haceros con este juego os busquéis a un par de buenos amigos cargados de paciencia y cafeína, aquél que haya soportado alguna lamentable borrachera vuestra y que, aun así, os siga saludando cuando os ve por la calle.
El juego también cuenta con un anecdótico y tranquilo (muy, muy tranquilo) modo online para aquellos que no pueda disfrutarlo con amigos, aunque encontrar a alguien conectado y dispuesto a echar una partida es un propio desafío en sí mismo.
Boom Street es un juego muy estratégico y esencialmente táctico, que nos obliga constantemente a ser cautos ante un posible desastre financiero, a equilibrar lo que entra y lo que sale, una responsabilidad básica que los propios mercados financieros se encargan de ignorar. Si os apasiona este tipo de género en su versión más pura lo demás, ciertamente, pasa a un segundo plano. Es entonces cuando aparece un juego lleno de extras (incluso podemos comprar ropa en una tienda para nuestro Mii con el dinero acumulado), opciones y horas de juego. No obstante, si no te encuentras dentro de ese grupo, la oferta de Square Enix no tiene mucho que ofrecerte y sus pequeños detalles y errores de diseño, como que no se pueda pausar el juego si no es en tu turno o que no se pueda guardar durante una partida multijugador, hacen un flaco favor al conjunto general. Resulta difícil predecir lo que va a hacer un jugador y adelantarte a ello, y no conseguimos desprendernos en ningún momento de una sensación de aleatoriedad, de que realmente no estamos controlando lo que hacemos y que aunque lo hagamos el juego lo echará a perder en algún momento u otro.
Boom Street hubiera funcionado muy bien como juego de tablero porque es suficientemente completo, pero como videojuego no resulta convincente ni parece haber sabido encontrar su sitio. No aprovecha el mando de Wii (excepto a la hora de hacer aspavientos para lanzar el dado), los niños lo aburrirán a los tres minutos y aunque elijamos la configuración más rápida, la propia complejidad de su mecanismo hace que sientas lo más desagradable que puedes sentir jugando a un videojuego: que estás malgastando tu tiempo.
Sí que sirve, en cambio, como un claro ejemplo de que lo realmente relevante en el triunfo económico y el éxito, lo relevante en el comprar, el adquirir y el vender no es nuestro propio enriquecimiento, sino el inevitable e intrínseco fracaso de los otros. En ese sentido, Boom Street es un bonito homenaje al capitalismo y una vía rápida para entender sus bases.