Análisis de Dragon’s Dogma 2 – Irrumpe con tanta fuerza que nadie lo va a detener
Tigres, dragones, todos quieren ser los camPeones.
Creo fervientemente que la vida está llena de segundas oportunidades. Cómo aprovecharlas depende del momento y la situación. Estamos viendo ejemplos fantásticos de esto en el sector como el caso de Helldivers 2, que se ha convertido en un fenómeno social que trasciende más allá del medio. Ahora, llega otro caso, el que va a ocupar las siguientes líneas, que va a dar mucho de qué hablar durante los próximos meses. No diría que el primer Dragon’s Dogma sea una obra de culto, porque sus más de cinco millones de copias vendidas son una cifra más que decorosa que lo acercan más a otra acepción.
Lo cierto es que, o al menos esa es la percepción que me queda con la perspectiva de los 12 años que han pasado desde su estreno original, su éxito no fue instantáneo, sino que llegó más bien a través del boca a boca, de la buena recepción por parte de la prensa y de aquellos que se adentraron a su mundo de fantasía medieval desde el primer día. Un nutrido grupo que fue progresivamente creciendo y auspiciando la importancia de una aventura que tal vez estaba siendo injustamente eclipsada ante el éxito de otra de mecánicas radicalmente diferentes, aunque con una ambientación moderadamente semejante como era Dark Souls. Gracias a todos ellos, y aunque hayamos tenido que aguardar más de una década para que se produjera un nuevo despertar del dragón, ahora no solo podemos hablar de una secuela, sino de un título que, como haría la criatura mitológica que copa todo el trasfondo narrativo, llega dispuesto a arrasar; en el sentido más positivo de la palabra.
Dragon’s Dogma 2, como ya imaginaba que me iba a ocurrir por lo que os conté en su avance, me ha absorbido. Me ha atrapado en su mundo haciéndome, por momentos, disociar de la realidad. Siempre he pensado que cuando estás haciendo cualquier otra cosa, como comer o intentar dormir, y sobre tu cabeza no deja de rondar qué ruta seguir para alcanzar la ciudad que un NPC random nos ha mandado visitar o cuál es la mejor estrategia para acabar con ese enemigo que me está haciendo sudar sangre, es entonces cuando un videojuego alcanza su cénit. Y trasciende. Pasa de ser una aventura más a un viaje que vas a recordar de por vida.
Lo más curioso de todo esto, y que en cierta forma me resulta fascinante, es que, en realidad, estamos ante una secuela poco convencional. Generalmente, las continuaciones buscan revolucionar de alguna forma su concepto para que los equipos de marketing redunden en esto, poniendo la tirita antes de la herida para aclararnos que, de verdad, no es más de lo mismo. Es cierto que los tiempos son importantes y estamos hablando de productos con más de 10 años de diferencia, una auténtica salvajada en un mercado con una evolución tan voraz como la del entretenimiento interactivo. Obviamente, Dragon’s Dogma 2 tiene novedades, pero más allá de en lo que respecta a escala o técnica, son sutiles o fútiles. Hideaki Itsuno y su equipo han optado por ser fieles al carisma, concepto y filosofía de la obra original, respetándola de manera casi sagrada. Y el resultado no ha podido ser mejor.
Lo fácil, tal vez, hubiera sido remozar por completo su estilo y adaptarlo a lo que son la gran mayoría de videojuegos actuales. Afortunadamente, Dragon’s Dogma 2 se aleja junto con las escasas excepciones de un mercado estereotipado con productos que te sirven todo en bandeja de plata y que son abundantes en contenido inocuo. Es capaz de mantener un equilibrio circense en todo momento, conservando y luciendo orgulloso elementos que buena parte del público pueden considerar como rarezas desfasadas. La obra de Capcom exige implicación y cierto esfuerzo al jugador; no con una dificultad excesiva, sino con los dogmas, valga la redundancia, de su filosofía. De una filosofía que se conserva en barrica y que viene a demostrar que su denominación de origen todavía puede estar muy presente.
Así pues, lleva por bandera un gigantesco mundo abierto en el que no tienes ni caballos ni dragones para transportarte de un lado al otro del escenario, solo encontrando una mayor presteza en unas carretas tiradas por bueyes, cuyas limitaciones ya os las podéis imaginar, y los contadísimos cristales de teletransporte que nos fuerzan a utilizarlos estratégicamente en momentos puntuales y necesarios. Así que, no queda otra que pegarse larguísimas caminatas hacia nuestro objetivo (lidiando con lo molesto que resulta lo pronto que se agota la resistencia del protagonista) mientras de forma omnisciente se recalca la máxima de que, más allá de cumplir con el objetivo encomendado, lo que verdaderamente se adhiere a la piel es el viaje. Lo que ocurre en ese camino. Esos momentos en los que, tras haber acabado bastante mermado ante el asalto de unos orcos en medio de un bosque y mientras buscas un campamento para descansar y recuperar la vitalidad máxima, aparece un enorme grifo que quiere tomarnos de aperitivo.
En las misiones en sí, tanto las principales como las numerosas secundarias que nos encontramos en nuestra cruzada, y cuya estructura y desarrollo deberían ser el ejemplo de cómo diseñar este contenido opcional para que resulte interesante y no relleno deslavazado, en todas ellas se busca que entre en juego la intuición de quien está a los mandos. La lectura meticulosa de las instrucciones y un amplio abanico para proceder de la forma que creáis más conveniente. No hay una única solución para ninguno de sus desafíos y eso ha dado mucho juego en el grupo de WhatsApp con los compañeros de distintos medios que se ocupan del análisis. Las instrucciones que nos dan son superficiales y referenciales y, a partir de ahí, toca descubrir cómo proceder, ya sea para saber cómo atravesar una puerta custodiada por un vigía o qué hacer en una mascarada que nos ha llevado por el camino de la amargura. Y si bien algunas de estas circunstancias pueden hacernos arquear la ceja, especialmente durante las primeras horas, cuando abrazas su manera de narrar y proceder te metes de lleno como si de un cuento medieval se tratase.
Podría añadir decenas de ejemplos de lo bien que funciona su narrativa orgánica en todo momento, pero son instantes tan cuidados que es mejor no profundizar más. Solo alabar el esfuerzo titánico que conlleva, en un mundo tan grande, el no llevarnos de la mano y abrazar la libertad de movimiento y posibilidades que brinda desde prácticamente el comienzo de la aventura, con amplio contenido para perdernos horas y horas en sus parajes y, como decía al principio, ser absorbidos. Esto sitúa a Dragon’s Dogma 2 en la mesa de los más grandes, como también lo hace gracias al abanico de opciones que ofrece su combate. Las posibilidades que aporta son enormes, gratificantes y moldeables. Podemos escoger una clase inicial y, a partir de ahí, evolucionarla lo máximo posible o tomar partido y cambiar de vocación en el Gremio para tantear cómo funcionan las nuevas que desbloqueemos a medida que avanzamos. Esta versatilidad nos permite cambiar en todo momento de plan, experimentar o adaptarnos.
Sin obviar, claro, la presencia de los peones, uno de los elementos más característicos de la saga, y que nos lleva a liderar una escuadra con tres acompañantes controlados por la IA que podemos ir escogiendo oportunamente para conformar un equipo equilibrado en el que no deberían faltar magos que restauren la salud, hechiceros que inflijan ataques mágicos o expertos en el cuerpo a cuerpo para mermar las defensas enemigas. Si bien mucha gente puede considerarlos un elemento disruptivo y tal vez verían más apropiada la inclusión de un modo cooperativo (podemos invocar a los peones principales de nuestros amigos, eso sí), son un complemento diferencial que nos animan a experimentar y a cambiar cada vez que nos encontramos alguno que nos pueda resultar más útil debido a sus características o virtudes. Al final, se acaba estrechando un hilo con nuestros protectores, estando pendiente de ellos o viendo cómo nos pueden salvar de más de un aprieto.
Porque los combates aquí son imponentes y tendremos que sacar partido a la combinación por la que hayamos optado para derrocar, ya sea a un nutrido grupo de enemigos que nos tiende una emboscada o bien a adversarios gigantescos que nos hacen tragar saliva con su mera presencia. Esto también nos lleva a vivir constantemente momentos épicos, acompasados de una banda sonora magistral, donde hay que sacar a relucir todo lo aprendido en el campo de batalla para ser capaces de debilitar a un enorme dragón o a un poderoso troll. Los combates son un espectáculo visual con efectos brillantes, partículas y explosiones donde, eso sí, el RE Engine no llega a todo y esto lleva a que, en esos momentos, donde más estrés aparece, los ya discutidos 30 FPS se resientan llevando a que la optimización se tambalee por momentos. Justificado, pero incómodo, honestamente. Consideraría injusto cebarse con el juego por eso, ya que en el plano técnico también plasma detalles absolutamente increíbles que seguramente pasen más desapercibidos, como la perfecta ejecución de las físicas con los constantes desniveles que tiene el mundo en el que se desarrolla la aventura, y que pueden llevar a que un orco se choque con árboles o que tropiece y caiga al suelo de bruces quedando en posición de escorzo.
Y aquí es donde irían las conclusiones. Siento que me he quedado con muchas cosas que podría decir. Con muchas anécdotas que podría contar. Ahí es donde creo que radicará el éxito de Dragon’s Dogma 2. En la conversación que va a ser capaz de generar, en cómo le contaremos a los nuestros cómo hemos llegado a un sitio o a otro. Experiencias que podrían parecer semejantes y que acaban siendo tan diferentes como el día y la noche. Eso, y todo lo contado en estas líneas, creo que dejan claro que Capcom, Itsuno y compañía, han aprovechado más que bien esta segunda oportunidad.