Análisis de Dungeons of Hinterberg - Como Zelda y Persona, pero de chill
Las vacaciones de un autónomo.
Sinceramente, al arrancar Dungeons of Hinterberg no esperaba un juego que hiciera tan buenas reflexiones acerca de la sociedad capitalista en la que vivimos, sobre situaciones personales que nos llevan al límite, enormes cargas de trabajo y la necesidad de parar para tomar un respiro. Aunque, en este caso, el mensaje puede sonar un poco contradictorio, porque Luisa, la protagonista del juego, se va a un pueblecito ubicado en los Alpes Austriacos a desconectar de la rutina y, para ello, acude a un lugar que tiene como principal atracción turística una serie de mazmorras que aparecieron mágicamente en la zona, en las que cualquiera puede acceder para relajarse cargándose a los monstruos que por allí habitan para relajarse. Al final, cada uno aprovecha sus vacaciones como quiere, supongo.
Puede que la premisa suene bastante absurda, y realmente no se profundiza mucho más allá porque tampoco hay demasiado que rascar de ahí. Por eso, Microbird Games ha optado por dar más importancia a los diálogos que Luisa tiene con el resto de visitantes que se encuentra por el lugar. El componente social es uno de los pilares del juego, y Dungeons of Hinterberg utiliza además una mecánica del paso del tiempo con la que se nos insta a aprovechar cada minuto al máximo. Hay acciones que no tienen influencia pero otras, que generalmente suelen ser realizar actividades con otros turistas o sacar partido de algunas de las tareas disponibles en el pueblo, harán que el tiempo avance. Exprimir cada momento es clave, ya que lo que decidamos hacer influirá en la protagonista, mejorando su salud o desbloqueando nuevas habilidades, por ejemplo, pero también sus características personales. Comer un helado mejora la faceta de diversión, por ejemplo, mientras que visitar la cafetería aporta familiaridad. Estos factores son determinantes para poder desbloquear nuevas misiones, ya que hay personajes que no nos harán caso hasta que no alcancemos determinado nivel en estas actitudes.
Así, de alguna manera, se aporta un toque estratégico a una mecánica del paso del tiempo que, en realidad, no suele meternos prisa con acciones temporales. El juego brinda en todo momento una dicotomía bastante curiosa que, por momentos, no me ha terminado de encajar; una atmósfera apacible en sus entornos y en sus actividades desenfadadas, que van desde un festival de la cebolla hasta la posibilidad de ir al cine a ver películas, ya sea en solitario o con los personajes con los que mejor relación labremos. Pero al mismo tiempo, ese enfoque distendido se tambalea cuando reflexionamos en que la protagonista está realmente de vacaciones y que resulta estresante tener una agenda tan apretada o la necesidad de organizarse muy bien cada día para no dejarse nada por el camino. Lo suaviza un poco la variedad de NPCs a los que podemos arrimarnos, algunos con capas de profundidad interesantes y otros, como un influencer, excesivamente paródicos, diseñados meticulosamente para ser una crítica ácida a la sociedad actual. En general las líneas de diálogo son uno de los aspectos que más me han atrapado del juego, generándome más curiosidad por saber en qué derivaban las breves pero intensas conversaciones, llevándome a evitar sentir que simplemente lo hacía porque era necesario para mejorar las habilidades o el equipo de la protagonista.
La otra parte principal del juego es, cómo no, la exploración y las mazmorras. Generalmente durante el mediodía tenemos la oportunidad de disfrutar de los distintos parajes de Hinterberg, que van desde bosques hasta montañas nevadas. Podemos movernos con cierta libertad por los mapas, siguiendo las indicaciones para encontrar la mazmorra en cuestión, que es donde verdaderamente está la salsa. Aunque, a decir verdad, aquí es donde más se le notan las costuras a una propuesta con buenas intenciones, pero quizás no con todos los medios necesarios para ejecutarlas. Los escenarios tratan de aportar variedad en su diseño y ejecución, sacando partido de los poderes mágicos que se despiertan entre los visitantes de la zona, y que se pueden utilizar tanto en la resolución de estos puzles, que no son demasiado complicados, como en los combates. Las batallas del juego son bastante aburridas, a pesar de que tenemos las opciones habituales en este tipo de obras: cuerpo a cuerpo, magias y habilidades especiales. Al final, se centra en soltar todo lo que tenemos, aporrear botones y usar esquivas de vez en cuando, sin demasiada profundidad, no por falta de opciones, sino por lo arcaica que resulta su ejecución. El desarrollo se centra en las mejoras de equipo que nos facilitan más la tarea, más que en enemigos con diferentes rutinas o comportamientos, y sólo en la forma de acabar con algún boss en concreto es donde aparecen algunos chispazos de luz.
Claro que sería ilógico venir aquí esperando algo a la altura de un Zelda, aunque sea uno de los títulos que más ha influido en el desarrollo de Dungeons of Hinterberg. Mirándolo desde otra perspectiva, también puede ser una buena puerta de entrada (esto es gracioso porque en este juego entras a las mazmorras por puertas como si fuera Monstruos S.A) para las personas menos experimentadas en este tipo de propuestas y que no busquen demasiadas complicaciones. Es un título que consigue hacer de la sencillez una virtud y, si bien aparecen complejidades cuando profundizamos en las mazmorras más difíciles y de mayor nivel, es una propuesta bastante más accesible de lo habitual. Diría que es un juego estupendo para relajarse por su mencionada atmósfera, sus mecánicas simples y efectivas y también por su colorido apartado artístico, el cual despliega una enorme capacidad para transmitir sensaciones.
Dungeons of Hinterberg se puede beneficiar de su estreno directamente en servicios como Game Pass para que comprobéis de primera mano lo que ofrece; es un juego calentito con el que podéis generar apego fácilmente, aunque también es cierto que cae presa de algunas de las herramientas que por concepto pretende esquivar, como pasar a ser algo demasiado rutinario a partir de cierto punto. Se le premian las buenas intenciones aunque están lejos de ser redondas y eso, inevitablemente, afecta a la experiencia y al objetivo de disfrutar de unas vacaciones inolvidables.