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Análisis de Hyrule Warriors

Link contra el barrio.

Cuando Yosuke Hayashi, productor de Metroid: Other M, se acercó al también productor Eiji Aonuma para tratar de colaborar en un nuevo proyecto de la saga Zelda, la idea era modificar un poco la estructura principal de las aventuras de Link sin sacrificar el legado de más de veinticinco años que lleva a sus espaldas. Espolvorear especias, simplemente, darle un sabor distinto. La idea primigenia, de hecho, era unir el dinamismo de los musou con el desarrollo de los Zelda. Añadir mecánicas de Dynasty Warriors a un Zelda tradicional, y no al revés. Esa idea no era tan arriesgada como el producto que hemos acabado teniendo entre manos; los crossovers son un campo peligroso con el que es complicado satisfacer a todo el mundo, y cuando el proyecto llegó a oídos de Miyamoto, el creador de Mario insistió en que lo que debía hacerse era todo lo contrario. Había que meter la saga Zelda en un Dynasty Warriors, en crudo, sin contemplaciones. Había nacido Hyrule Warriors.

Lo que ocurre con The Legend of Zelda es curioso, porque su maleable historia está llena de saltos temporales y triquiñuelas que confunden hasta al más erudito. La franquicia tiene una línea temporal, pero de algún modo existe otro mundo, otra historia, que prosigue de forma paralela a ella. Hyrule Warriors se aprovecha especialmente de eso debido a que juega con distintas dimensiones y viajes en el tiempo, lo que permite que la excusa de movernos entre algunos juegos de la saga y acometer a cientos de enemigos en escenarios que hemos visitado antes esté mejor resuelta de lo que cabría esperar - además de conferirle un aura de homenaje que le sienta muy bien. Decía en el avance del juego hace unas semanas que mi escepticismo original para con Hyrule Warriors fue desapareciendo a pasos agigantados con mis primeras partidas, y ciertamente ha seguido siendo así hasta el día de hoy. Los musou siempre han desplegado sus puntos fuertes poco a poco, confiando en que la experiencia del jugador bastará para que no suelte el mando y llegue a ser testigo de esas fortalezas. Cuando se llega a ese punto, cuando te sientes de verdad invencible, todo encaja.

La música destaca por el flujo constante de melodías de la saga Zelda reinterpretadas al estilo oriental de Dynasty Warriors.

Hyrule Warriors, como quería Miyamoto, es un Dynasty Warriors, de eso no hay duda. La acción es frenética, y se distancia totalmente del desarrollo más pausado que caracteriza a los Zelda tradicionales: hay que conquistar determinados bastiones en cada escenario para no perder terreno, enfrentarse constantemente a hordas de enemigos y ayudar a nuestros compañeros cuando las cosas se ponen un poco feas. Olvidaos de los puzles y de las mazmorras: aquí hay que pelearse con todo quisqui, y planificar las estrategias antes de meternos de lleno en la batalla. Pero todo lo demás rezuma Zelda por los cuatro costados. Hay enemigos míticos de la saga que hay que eliminar con las mismas estrategias que todos conocemos, y desde el principio se nos permite elegir entre el control tradicional de los musou, perfecto para los seguidores de la saga de Koei Tecmo, o una disposición de los botones más similar a la de la saga Zelda, ambos con la típica combinación de ataque fuerte y ligero con los que podemos encadenar combos y llenar una barra que habilita el ataque especial. Las batallas Hyrule Warriors dependen totalmente de nuestro ingenio táctico, y se distancian ligeramente de los objetivos más estrictos de otros Warriors; sigue siendo esencial mantener el territorio controlado y evitar que los enemigos reconquisten los que nos hemos ganado a golpe de espada (o de cetro, o de libro mágico, arpa o martillo: la variedad de armas para cada personaje es otro de sus puntos fuertes, y hay algunas muy locas) pero por cada embestida propinada aparece un guiño a la saga de Nintendo.

Y no se complica con los controles. Los golpes y movimientos son instantáneamente accesibles, lo que reduce un poco la profundidad pero lo hace bastante más intuitivo cuando el número de enemigos nos supera ampliamente - que es siempre. Sí se nota cómo usa ciertos truquitos para maquillar un poco las limitaciones de Wii U: hay momentos en los que parecen escasear los enemigos frente a nosotros, y cuando giramos la cámara aparecen todos detrás nuestro, esperando, como si siempre hubieran estado ahí. Es un precio a pagar, supongo, por la enorme fluidez con la que todo se mueve en pantalla, y que solo he visto resentirse cuando he probado el modo cooperativo, sin duda el más divertido de todos. Resulta complicado volver a la experiencia de un jugador cuando pruebas lo que da de sí el juego con otro amigo de forma local (casi parece que haya sido creado con ese objetivo en mente), y por eso extraña tanto la ausencia de cualquier modo online, algo que sí aparecía en los últimos Dynasty Warriors.

Para eliminar a los gigantescos jefes finales hay que tener paciencia y encontrar una estrategia, en lugar de usar la fuerza bruta.

Sea como sea, la experiencia Zelda se emula bastante bien. Podemos recoger pedazos de corazón para aumentar nuestra vida, encontrar skulltullas doradas para conseguir objetos nuevos, y más allá de eso completar árboles de habilidades con diversos materiales que encontramos en los escenarios. Los personajes aumentan de nivel por sí solos, y el juego invita de forma muy efectiva a que rejuguemos los niveles gracias a sus sistemas de loot y crafting. También conseguimos montones de rupias mientras luchamos, que pueden usarse para subir de nivel directamente a un personaje, una opción perfecta para enfrentarnos al modo Desafío o al modo Aventura.

"Hyrule Warriors es un Dynasty Warriors, de eso no hay duda. Pero es uno de los mejores Dynasty Warriors que podéis jugar"

Hay, sin embargo, un problema que afecta a la raíz del juego. Aunque resulta agradable encontrarse esos "momentos Zelda", tanto por su impecable ejecución como por la vistosidad de los mismos, uno pronto se da cuenta de que existe un patrón que se repite incansablemente, y que la forma de realizar combos es la misma en todos los personajes. Da la sensación, en definitiva, de que más allá de la potencia de ataque y la rapidez con que se mueve cada uno de ellos (Ganon es una lenta máquina de matar, por ejemplo), al final no dejan de ser trajes de seda para la misma mona. Y sí, deja en evidencia rápidamente una fórmula repetitiva que puede echar atrás a más de uno.

Muchas voces aseguran que los fans de la saga Zelda que no sientan predilección por Dynasty Warriors difícilmente se sentirán atraídos por el juego. En eso discrepo: soy un gran seguidor de The Legend of Zelda (sin ir más lejos, en mi andadura jugando a Hyrule Warriors he retomado Skyward Sword y Minish Cap) y nunca he sentido especial predilección por los títulos de yo contra el barrio - quizá, admito, porque no los entiendo o no les he dado demasiadas oportunidades. Pero esta colaboración entre Nintendo y Koei Tecmo ha logrado que disfrute genuinamente, y mucho más en compañía. No tanto por haberse vestido con el gorro de Link, sino por haber sabido plasmar ese mundo con tanto respeto y, desconozco si por obra de Nintendo, haber pulido tan bien la fórmula de la ya veterana saga de lucha fusionando la nostalgia con ideas nuevas.

Hyrule Warriors es un Dynasty Warriors, de eso no hay duda. Pero es uno de los mejores Dynasty Warriors que podéis jugar.

8 / 10

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