Análisis de Kid Icarus: Uprising
Caído del cielo.
Este regreso del ángel Pit es una muy buena noticia para los usuarios más hardcore de Nintendo 3DS. Masahiro Sakurai ha conseguido crear una experiencia que es, sobre todo, profunda: ha cogido el género de la acción y las mecánicas básicas de los hack and slash, que de por sí se basan en la repetición y el machaqueo, y le ha dado una vuelta más que interesante.
Cada nivel está dividido en tres fases. La primera es en el aire, y es también donde se desarrolla una introducción a la historia. Palutena, nuestra guía y amiga, nos explica qué estamos haciendo ahí y cuál es nuestro objetivo. Pit es un chico inquieto e ingenuo, y esos diálogos acaban desembocando en conversaciones que bien podríamos haber visto en Padre de Familia: referencias a otros juegos de Nintendo, tomaduras de pelo, chistes rápidos... todo en inglés y con subtítulos, eso sí; la velocidad a la que se desarrollan te obligará a no prestar demasiada atención a la acción si las quieres seguir, o a volver a jugar esa pantalla -y esto es algo que harás gustosamente- si no quieres perderte ningún detalle. En todo caso estamos en el aire, y ahí lo que tenemos que hacer es apuntar, disparar y esquivar. Con el stick izquierdo movemos el personaje, con L disparamos y con la pantalla táctil fijamos los objetivos. Sobre el papel no suena como una disposición de botones demasiado incómoda, pero lo es: de ahí que cada copia de Kid Icarus: Uprising venga con una peana en la que apoyar la consola. Esto soluciona la mayoría de problemas relacionados con la incomodidad, pero el hecho de tener que buscar una superficie plana para jugar es un buen hándicap. Por otro lado el efecto de 3D, que está muy marcado y ayuda en esos constantes movimientos de evasión que debes hacer, se vuelve un poco incómodo cuando tenemos la consola colocada encima del soporte.
Esas pantallas no tienen más complicación que, como decíamos, saber coordinar esos tres elementos de la jugabilidad. Es importante prestar atención al escenario, porque en cada fase suelen introducir nuevos enemigos y es determinante, a veces, el orden en el que los matamos: algunos sueltan una nube de humo tóxica y otros acaban lanzándose hacia ti si no has sido suficientemente rápido. No es raro morir, en cualquier caso, y no debes deprimirte por ello: cuando te matan lo único que pasa es que te rebajan un punto entero del nivel de dificultad. Al comienzo de cada fase nos dejan la décima en la que queremos fijarlo, que va del 0,0 al 9,9: cuanto más alto sea más corazones tendremos que pagar -es la moneda del juego. Si somos valientes nos enfrentamos a enemigos más duros y que multiplican sus balas, y la dificultad puede llegar a ser exasperante, pero los premios que conseguimos si logramos salvar el pellejo bien merecen la pena.
Esos premios tienen una importancia capital en el juego y en su estructura medio rolera. Existen nueve tipos distintos de armas -arcos, espadas, mazas, garras...- y cada una tiene sus peculiaridades. Hay algunas que son mejores para atacar de lejos y otras que potencian el cuerpo a cuerpo, y entre medio hay un buen rango de posibilidades. También es habitual encontrarse con armas que tienen características únicas, como bonificaciones especiales o balas raras. Lo mejor, sin embargo, está en los menús entre pantalla y pantalla: puedes combinar cualquier pareja de armas, sean del tipo que sean y sin importar cómo las has conseguido -comprándolas, en un nivel, mediante las funciones del Street Pass...-, y obtendrás una completamente nueva: las posibilidades son prácticamente infinitas. Los poderes, otro apartado que influye en la personalización de las habilidades de Pit, también son muy personalizables.
Las fases de vuelo duran poco, en todo caso, porque Palutena solo te deja revolotear durante cinco minutos: siempre acabas bajando a tierra y enfrentándote a los ejércitos de Medusa. Ahí luchas con los controles que antes hemos explicado. Con el stick te mueves, con L disparas y con el stylus determinas la dirección de Pit y, también, la cámara. Los combates de Kid Icarus no son especialmente mejores que los de cualquier juego de acción en tercera persona de hoy en día; priman la agilidad y que estés en movimiento constante mediante rápidos toques al stick, y que esquives y ataques en el momento adecuado. El tener que mover la cámara y el personaje de esa forma sí que es pesado, a veces, o por lo menos mucho menos cómodo que en el aire. Evidentemente te puedes acostumbrar a su propuesta y dominarla, pero el camino para llegar ahí no es especialmente divertido ni brillante y suelen entrarte más ataques de ansiedad de lo normal -de esos de gritarle a la consola-. En las fases de suelo, que son también las más largas, Kid Icarus es un juego de acción absolutamente convencional. Lo salva la ingeniosa estructura de algunas pantallas, que premia la exploración más despierta, con pequeños secretos muy bien llevados y algunas decisiones como las salas en las que solo puedes entrar si has llegado ahí con determinado nivel de dificultad.
La parte final siempre es contra un jefe. Te enfrentarás a él con los controles de tierra, pero centrándote mucho más en aprender sus rutinas de ataque y defensa.
Puedes utilizar la mayoría de armas y poderes que has ido ganando durante las más de diez horas de campaña en el multijugador, que es con hasta seis personas online o con amigos que tengas cerca. Existen dos modalidades en las que pelear: un todos contra todos, llamado Supervivencia, y otro un poco más original que se llama Luces y Sombras. En este último se enfrentan dos equipos y al final hay que derrotar a Pit o al Pit oscuro: gana el que despluma antes al rival.
Kid Icarus: Uprising es un buen juego de acción que tiene una profundidad admirable en su sistema de dificultad y en todo lo relativo a la personalización de las armas y poderes. Su jugabilidad, en cambio, es muy convencional, de hack and slash rápido y ágil, sin más, pero que se ve ligeramente empañada por un sistema de control demasiado frustrante. Es un juego que disfrutarán sobre todo los hardcores, y especialmente aquellos que le echen horas y ganas.