Análisis de Mario Strikers: Battle League Football - Un arcade divertidísimo con las patas demasiado cortas
¡Gooolaaasoooo!
No quisiera yo herir sensibilidades entre la bancada merengue, pero cualquier aficionado al fútbol comedia me reconocerá que el culebrón Mbappé ha sido uno de los circos mediáticos más desternillantes de los últimos tiempos. Insisto en lo de mediático porque entiendo que la herida es reciente, y porque sin ser yo nada de eso comprendo y respeto el dolor de una afición madridista a la que sus medios afines llevaban poniendo la cabeza como un bombo durante demasiado tiempo y con demasiada poca vergüenza: cómics, karaokes, llamadas del presi en directo, tic tac, tic tac, tic tac… Un papelón muy difícil de justificar cuando la cosa acaba saliendo rana, y un proceso de duelo y recogida de cable que cristalizaba cuando el bueno de Kylian, el niño prodigio, el elegido del fútbol, el mismo chaval de veintitrés años al que ellos mismos llevaban un par de años elevando a los altares del deporte rey, colaba tres chicharrazos el mísmo día que se hacía efectiva su renovación con el PSG. El despecho es una cosa muy jodida de manejar, y a veces cuesta mantener las formas.
Creo que la víctima del triplete fue el Metz, pero tanto hubiera dado si se tratase del Mónaco o el Toulouse. La cuestión es que eran franceses. Y los franceses, como todo el mundo sabe, son un atajo de mantas. Especialmente si son defensas, y si toca hacer de menos los méritos de la muchacha que te ha hecho la cobra en la discoteca. Ahora resultaba que el chico era una medianía, que los hat trick los regalan cuando cruzas los Pirineos, y que estamos mejor sin él. Bueno.
Tuve un amigo que se hubiera reído a gusto con todo esto.
Si hay una lección aquí, aparte de la evidente sobre el fanatismo y los chiringuitos, es la de que el talento se queda en nada si falta un rival a la altura. Que no basta con ser el mejor, que hay que demostrarlo con hechos, y que nunca faltarán quienes los pongan en duda si tu oponente lleva una mano atada a la espalda. Y si os cuento todo esto hablando de Mario Strikers es porque en Mario Strikers es demasiado frecuente sentirse así. Como un pistolero batiéndose en duelo con un rival desarmado, como un velocista que sabe que corre dopado, y en definitiva como un profesional jugando contra alevines. Y puede ser divertido al principio, como lo es tirarle caños a tu sobrina de cuatro años con una pelota de playa, pero la ausencia de desafío acaba teniendo las patas muy cortas. Es, como diría Mourinho, una Champions que me daría vergüenza haberla ganado. Es Maradona celebrando aquel penalti contra aquel niño sin piernas.
Lo que quiero decir con esto es que jugar contra la CPU es desesperante, pero no por los motivos que podríais imaginar. No hablo de IAs letales, ni de pases misteriosamente telegrafiados ni de remontadas injustas; muy al contrario, el Mario Strikers single player es un juego que constantemente se hace trampas al solitario y que no solo resulta fácil, sino desganado. Hablo de defensas que se quedan mirando mientras cargas el tiro justo al borde del área, de coladeros escandalosos y de ejemplos que creo suficientemente incontestables como para detectar una cierta intencionalidad: en toda la extensión de su modo Copas, una estructura de torneos a la Mario Kart que arma la que es su única propuesta actual para el juego en solitario, no solo no he perdido un mísero encuentro, sino que jamás me he llevado una renta inferior a los 5 o 6 goles de ventaja a los vestuarios. Es cierto que más adelante hay sorpresas y que hasta aquí puedo leer, pero resulta tedioso ver rodar los créditos tras un paseo militar que jamás te ha puesto contra las cuerdas. No hay emoción, no hay reto, no hay desafío, y debo decir que si no hubiera sido una cuestión de ética profesional tampoco hubiera habido motivación para continuar.
Como digo el juego llega a ponerle remedio a esta constante sensación de estar jugando un partido amañado, y es entonces cuando demuestra que el suyo no es un problema de incompetencia en la IA sino de un intento chusco y barato de resultar accesible, pero esas soluciones llegan demasiado tarde. Sobre todo, porque la mayoría de estos pequeños Teresa Herrera no se diferencian más que en el nombre. Con el nivel de dificultad bajo mínimos en absolutamente todos los casos, la única diferencia entre disputar la Copa Turbo y la Copa Músculo no está en las selecciones de rivales igualmente inoperantes, sino en el diseño de ese trofeo que lleva tu nombre desde el principio. Y es una pena, porque aquí es donde un Mario Strikers debería brillar. En la configuración de cada plantilla, en las letales contras de un equipo armado con Waluigis y Toads y en lo correoso de una defensa que combine a Bowser y a Donkey Kong; en el peso de la estadística, y de esos parámetros básicos de fuerza, tiro, pase, técnica y velocidad que desde luego se sienten sobre el terreno, pero también en el de unos sets de movimientos y habilidades que realmente diferencian a los personajes.
En saber medir esa entrada cargada de Bowser que lo convierte de hecho en un caparazón giratorio, o en aprovechar los regates de una Estela, mi jugador franquicia, que tiene mucho de Bayonetta cuando quiebra en el último segundo a un rival. Todas esas particularidades están ahí, y bien utilizadas contra un rival que tenga dos manos y medio cerebro pueden marcar la diferencia, pero es entonces cuando topamos con el otro gran problema del juego: son, simplemente, muy pocas.
Y es que diez personajes seleccionables dan para lo que dan, sobre todo teniendo en cuenta que todos caen en dos o tres arquetipos muy fácilmente identificables. Están los jugones como Luigi, Estela o Yoshi que compensan sus evidentes carencias físicas con técnica y tiki taka, están las moles de músculo como Wario, Bowser o Donkey Kong que se abren paso a empujones y directamente llevan el balón en la mano, y están los Walcotts de la vida, velocistas como Toad, Peach o Waluigi que pueden desbordar la defensa en milésimas de segundo. Y luego está Mario, que como siempre es un promedio y un pan sin sal. Las permutaciones son las que son, y tras el primer par de tardes es complicado no acabar googleando rumores sobre próximos DLC. haberlos haylos, y todo apunta a que la situación debería subsanarse en breve, pero al menos de lanzamiento creo que es evidente que el juego tiene un problema de contenido. Un problema especialmente grave, a mi juicio, cuando la propuesta que acaba saltando al césped tiene bastante menos que ver con FIFA que con Super Smash Bros Ultimate. Las comparaciones son odiosas, pero también son inevitables.
Y es una pena. Es una pena que el roster se quede corto, y que los escenarios seleccionables en el fondo no aporten nada y se limiten a hacer bonito, y que la selección de objetos sea tan corta y tan desganada. Es una pena que a nivel de modos de juego el título ofrezca tan poco, y que más allá de las mencionadas copas Mario Strikers se limite al amistoso de toda la vida y a Club Strikers, un trasunto de Ultimate Team que propone crear un club personalizado y gestionarlo de manera comunitaria organizándose con los amigos para ir escalando divisiones en el multijugador. No es una mala idea, pero volviendo a cosas como FIFA el menú de inicio no podría resultar más desangelado, e incluso alternativas más cercanas como Mario Tennis Aces o Mario Golf Super Rush proponían un modo historia que le daba cierta entidad al conjunto. En comparación, Mario Strikers: Battle League Football nos llega casi desnudo, e insisto en que es una lástima porque justo ahí, en su desnudez, demuestra que es un juego que vale la pena.
Y por eso jugándolo me he acordado un poquito más de PES, y de ese hermano pobre que no puede permitirse licencias de relumbrón ni bandas sonoras de infarto pero que sin embargo deslumbra (o deslumbraba) donde toca: en el campo y con las botas de tacos puestas. A nivel de mecánicas, de ritmo, de control e incluso al nivel de un apartado técnico resultón sobre el césped y despampanante en las abundantes cinemáticas que acompañan por ejemplo a los Hiper Trallazos, Mario Stickers es un auténtico festival. Vaya por delante que de lo que es el deporte en sí toca olvidarse porque esto tiene muy poquito que ver, pero como versión alocada y sorprendentemente violenta, como arcade deportivo de inspiración libre que reduce hasta el extremo las dimensiones del campo para potenciar las carambolas y el factor caos, resulta difícil encontrar una sola casilla sin marcar. Hay incluso espacio para la técnica, porque el abanico de movimientos es sorprendentemente ambicioso y porque superar ciertos desafíos de alto nivel o sobrevivir en el multi implicará por fuerza entender conceptos como la cancelación de animaciones, las entradas cargadas o los pases perfectos, pero todas estas mecánicas avanzadas nunca se ponen en el camino de la diversión directa y sin complicaciones .Mario Strikers puede y debe jugarse así, abusando del turbo, aporreando el botón de carga y colando escuadrazos desde el medio campo a la que nos dejen armar la pierna, y con un rival a la altura enfrente (tarda en llegar, insisto), es radicalmente otro juego.
Es emocionante, rápido, alocado y se sirve de mecánicas como el mencionado Hiper Trallazo para servir en bandeja giros de guión espectaculares. La idea no es nada del otro jueves, una esfera dorada que abre para el equipo que ande más listo una pequeña barra similar a la de un juego de golf y, en caso de acertar, un super tiro de toda la vida que va precedido de una cinemática descacharrante y continuado por un tanto doble en el marcador. La ejecución, sin embargo, es un elegante ejemplo de cómo un balance riesgo - recompensa perfecto puede llevar a un arcade así en volandas. Decidir en microsegundos cuando conviene jugársela a doble o nada o cuando un rematito de andar por casa puede asegurarnos el tanto simple es muchas veces el corazón de un juego construído exactamente así: momento a momento, jugada a jugada, en pases al hueco que se van demasiado largos y entradas in extremis que nos permiten armar una contra letal. Es fútbol, en definitiva, aunque sea con explosiones y cáscaras de plátano. Es una base inmortal, una relectura eléctrica y una ejecución contundente a la que, de nuevo, solo le resta valor su falta de recorrido y esas defensas francesas que acaban por poner todo su mérito en duda. El chaval tiene maneras, salta a la vista, pero por el momento y a la espera de los minutos que Nintendo decida darle en futuras actualizaciones, le queda todo por demostrar.