Análisis de Minecraft Legends - Estrategia al cuadrado que brilla en su apartado competitivo
No te lo vas a Creeper.
Hace ya mucho tiempo que Minecraft hizo historia, convirtiéndose en un éxito incontestable que se evidencia fácilmente al hablar con personas ajenas al sector, las cuales conocen la marca por unos motivos u otros. En muchos casos esto se debe a la auténtica fiebre que causó entre los adolescentes, auspiciada casi al completo por el interés de la obra entre los streamers más populares. Un triunfo absoluto, no solo por haber congregado a millones de jugadores en todo el mundo, sino porque también ha servido para romper estigmas y prejuicios sobre la importancia del apartado técnico en un videojuego. Que los malditos gráficos, la resolución y los frames por segundo no lo son todo, y que un juego estéticamente más bien feo va a ser estudiado y valorado durante muchos años por el fenómeno provocado, evidencian que hay valores bastante más determinantes.
Evidentemente, una propiedad que ya suscita el interés solamente con mencionarla es perfecta para explotarla lo máximo posible. Los productos derivados incrementan ya un espectro amplísimo, y va a seguir creciendo durante muchos años, con nuevos videojuegos que no necesariamente tienen que seguir la línea del original, sino que pueden explorar otras formas o géneros. Así se han publicado ya spin-offs como Minecraft Dungeons, y así llega ahora Minecraft Legends, que es el que nos ocupa. Con él, el universo de los cubos se pasa ahora a la estrategia en tiempo real, a través de una propuesta que tiene muchas virtudes y que también consigue algo bastante importante como es el de mantener la esencia que ha engrandecido a la licencia desde el primer minuto.
Va a sonar a tópico, pero desde una perspectiva más general, Minecraft Legends consigue su objetivo principal y, aquí es donde viene la frase tan manida como certera: es una puerta de entrada perfecta para que los más jóvenes se interesen por el género de los RTS. Ofrece las herramientas perfectas para dar los primeros pasos de forma sencilla y comprensible para todo el mundo (regulable a varios niveles de dificultad) y, a medida que avanzamos, todo se va tornando más complejo, en un proceso que resulta intuitivo y gratificante. De hecho, la aventura se sostiene con dos patas; la primera, que probablemente no la principal, es su modo campaña que, a grandes rasgos, lo podemos definir como un enorme y divertido tutorial de unas quince o veinte horas donde podremos explorar y experimentar por su mundo para poder dar un salto con garantías a la vertiente competitiva, principal atractivo del producto y del que luego hablaremos con más detalle.
La aventura principal tiene una puesta en escena bastante simplista, pero con lo suficiente para hacernos sentir el centro de atención. Somos un elegido por Claravidencia, Acción y Conocimiento que debe salvar el mundo superior de la amenaza de los piglin, unas criaturas que siembran el caos destruyendo todo lo que se encuentran en su camino. Eso, en un universo que va de construir, no es de recibo, así que tenemos que ponernos manos a la obra para evitarlo. Pero no podremos hacerlo en solitario, así que, aprovechándonos de nuestra posición de héroes, tenemos que formar un ejército que nos ayude a la tarea. Para eso contamos con dos objetos imprescindibles: el laúd y un estandarte. El primero de ellos sirve para invocar a golems, creepers, zombis y otras criaturas propias del universo Minecraft para que nos ayuden en cada combate, sin olvidar que también debemos apoyarnos de forma constante en nuestros ayudantes, que serán quienes se ensucien las manos y nos ayuden a recolectar los recursos tan valiosos que hay por los escenarios generados de forma procedural, como madera, hierro, etc. Esta metodología de obtención de recursos resulta muy cómoda y es uno de los puntos diferenciales del juego; aunque puede costar al principio si estamos acostumbrado a darle con el pico y la pala a todos los elementos del escenario, aquí no tenemos ni que bajarnos de la montura, valiéndonos de nuestra posición de superioridad.
Ahí es donde entra el juego la otra herramienta mencionada, el estandarte. Como si de una película de acción medieval se tratase, ese objeto nos sirve para guiar a nuestras tropas hacia nuestro cometido. Entre las criaturas que podemos invocar hay varios tipos, e iremos obteniendo más a medida que avanzamos y liberamos cubiles en los que están oprimidos por los malditos piglins. Ahí entra el componente táctico en base a lo que queramos hacer; si deseamos destruir las fortificaciones rivales, los gólems de piedra son expertos destructores, mientras que si optamos por una confrontación directa hay otros que tienen más poderío ofensivo cuerpo a cuerpo o incluso a distancia. Nosotros podemos asestar algún espadazo a lomos de nuestro caballo, pero no necesitamos tanto ensuciarnos las manos como ser las cabezas pensantes de una estrategia directa en batallas multitudinarias, donde siempre hay un objetivo a cumplir. Y como se ha dicho al principio, esto es Minecraft y se mantiene su esencia, con lo cual también hay que construir. Los ayudantes, además de para recolectar recursos, también están para construir. Gran parte de los escenarios del juego tienen diversas alturas y eso lo hará inaccesible para nuestras tropas, así que debemos construir rampas que nos permitan alcanzar el objetivo principal. Puede parecer que con un concepto como el estratégico y con el rol distinto que tomamos la construcción no es tan importante, pero para nada es así y resulta vital para poder completar con éxito cada misión.
Hay muchas cosas buenas, pero también da la impresión de estar bastante encorsetado por su propuesta. Básicamente, el desarrollo es como una partida de Risk extensa, en la que tenemos que ir destruyendo los puestos de avanzada y fortificaciones piglin. Ellos tampoco se van a quedar de brazos cruzados y atacarán nuestros asentamientos o aldeas cuando llegue la noche; la gestión de esto resulta algo densa y genera una sensación de estar diseñada para alargar el viaje quizás más de lo necesario, especialmente porque las funciones a realizar resultan bastante repetitivas. Más allá de lo gratificante que resulta ir obteniendo nuevos recursos para poder construir nuevos objetos cada vez más poderosos, lo cierto es que prácticamente solo hay dos tipos de misiones: las de atacar las fortalezas enemigas y las de resistir el asedio rival, construyendo murallas y torretas para que las aldeas aliadas conserven la paz. Resulta divertido las dos o tres primeras veces, pero después cae como una losa.
Pero, sin duda, el principal aliciente de Minecraft Legends lo encontramos en su faceta cooperativa y competitiva. La campaña tiene apartado colaborativo para hasta cuatro jugadores, pero lo verdaderamente interesante es el PvP, en el que dos equipos de cuatro jugadores se miden en duelo, con todo lo aprendido, y con el mismo objetivo: el de destruir la base rival. El plus llega con el punto de que los piglins también estarán por ahí incordiando y que los escenarios se generan también de forma procedural, por lo que no habrá dos partidas iguales, sacando partido de los distintos biomas que también vemos en la campaña principal. Estos combates recopilan todo lo contado hasta ahora, debiendo primero obtener recursos por el escenario para poder lanzar poderosas ofensivas, sin descuidar que también tendremos que fortificar nuestra base frente a unos rivales que ahora no son una IA, sino humanos que también tienen la capacidad para improvisar y que las partidas, de unos veinte o veinticinco minutos de duración, no tengan un respiro y no tengamos la certeza de quién se la va a llevar hasta los últimos segundos.
Con todo esto se presenta una aventura cuyo éxito se dirimirá en base al interés que suscite esta apuesta entre la comunidad. En la hoja de ruta encontraremos diversas “leyendas” y “desafíos mensuales” que extenderán la propuesta ofreciendo recompensas con distintas formas de explorar y de mantener el interés a lo largo del tiempo, un hecho nada sencillo. Minecraft Legends es lo mismo, pero distinto. Brilla, aunque no deslumbra. Al final, es una obra que plasma la versatilidad de la marca, moldeable a distintos géneros sin perder por el camino eso que le ha caracterizado.