Análisis de Shin-chan: Mi verano con el profesor - Un simulador de las mejores vacaciones de nuestras vidas
Cuando lloran las cigarras.
Como quizás os haya ocurrido a muchos de vosotros, pasé la inmensa mayoría de veranos de mi infancia en un pequeño pueblo de apenas un par de decenas de habitantes. Alejándonos del calor y el bullicio de nuestra ciudad natal y buscando las temperaturas y rutinas más amables de esa segunda casa familiar, todas las semanas de agosto de entre mis, aproximadamente, seis y trece años parecen haber transcurrido al mismo tiempo, una detrás de otra. Lugares de calma llenos de una cotidianeidad vacía y a la vez repleta de pequeños eventos, en las que sé que muchas veces sentí que “no pasaba nada”, que al mismo tiempo, y aunque no recuerdo cuándo, ni como, me han dado algunos de los recuerdos más dulces de mi niñez. Desde la primera vez que aprendí a ir en bici hasta el día en el que mi padre vio, horrorizado, como traía a casa un bote con quizás alrededor de diez saltamontes; caerme a una fuente, escalar pequeños montes, rasparme las rodillas subiéndome por primera vez a un monopatín. Comer pipas encima de un risco - que mi amiga Sara y yo apodamos, nada sutilmente, “las rocas” - jugar a polis y cacos con muchos más niños, corriendo a zapatazos por calles sin farolas a unas doce de la noche que casi sonaban ilegales para estar despierto. Recoger piñones, escuchar historias de terror, escabullirme de mis padres para ver South Park por primera vez en casa de una niña mayor que yo.
No creo que le haya contado a nadie nunca, hasta este momento, que he vivido todo esto; no es que pretenda ocultarlo, tampoco, sino que soy consciente de que no parecen anécdotas demasiado emocionantes para nadie que no estuviese allí. Lo son, sin embargo, para mí: pedacitos de unos veranos de infancia sin preocupaciones ni objetivos que casi parecían transcurrir en un universo paralelo y que, por mucho que lo intentase, jamás conseguiría que vuelvan.
Quizás son mis recuerdos de verano lo que ha hecho que siempre me haya sentido tan atraída por la obra de Kaz Ayabe en el estudio Millennium Kitchen. Una desarrolladora compuesta por alrededor de diez personas, según últimos datos, cuyo trabajo se centra fundamentalmente en el desarrollo de la saga Boku no Natsuyasumi. Una saga que arrancó en el año 2000 en la PlayStation, y que trata, simple y llanamente, de que tomemos el papel de un niño de nueve años que ha ido a pasar un mes de vacaciones al pueblo de sus tíos. Sin muchas más aspiraciones que, bueno, las de ser un niño de nueve años, cazamos bichos, pescamos, paseamos, y descubrimos nuevos lugares, juegos y personas. Si no os suena el nombre, no os preocupéis: es que ni este ni ninguna de sus dos secuelas ha salido jamás de Japón. Ni siquiera - aunque es probable que esto cambie pronto - traducción fan mediante. Lo que sí pudimos disfrutar en Occidente, de la mano del mismo director y el mismo estudio, fue Attack of the Friday Monsters! (2013) para Nintendo 3DS: un título que, en una línea un tanto similar, nos pone en la piel de un chaval de diez años que acaba de mudarse a un barrio nuevo, y va asimilando su nuevo entorno mientras disfruta de retar a los lugareños a partidas de su juego de cartas favorito.
Estos párrafos, que entendería que pudieran parecer excesivo contexto, son, en realidad, una introducción necesaria para este Shin-chan: Mi verano con el profesor - La semana infinita. El primer título explícitamente relacionado con una franquicia del manga y el anime que desarrolla Millennium Kitchen; el segundo de toda su historia en localizarse fuera de Japón y, en última instancia, un título que aspira, más allá de la franquicia en la que se basa, a abrir la fórmula Boku no Natsuyasumi a un público más amplio y fuera de su nicho.
En Mi verano con el profesor, claro, nuestro personaje es Shin-chan, el niño de cinco años macarrilla y con tendencia a los chistes inapropiados cuya serie de animación causó furor en España a principios de los años 2000. El juego toma a muchos personajes típicos y recurrentes del manga y el anime y los coloca en esta nueva aventura, de manera que es simultáneamente agradable y sorprendente encontrárnoslos de nuevo. Por lo demás, la historia gira alrededor de una semana de vacaciones que Shin-chan, su hermana y sus padres han decidido emprender juntos. Visitarán la aldea de Asso, una pequeña localización rural donde reside una amiga de infancia de Misae, la madre de Shin-chan. En la estación, de camino a su destino, la familia Nohara conocerá a un misterioso científico que les ofrecerá una cámara con una característica peculiar: en lugar de fotografías, convierte las imágenes que captura en dibujos. Con ella, Shin-chan elaborará un diario de sus vacaciones, en el que registrará sus pequeños hitos del día a día.
A pesar de que los fans de la franquicia original disfrutarán particularmente del juego por su humor, sus referencias, y por el cariño previo que ya le tienen - tenemos - a estos personajes, lo cierto es que no creo que sea necesario saber absolutamente nada de Shin-chan para poder disfrutarlo. Al final, el punto más importante de todo esto es que Shin-chan es un niño, y que está de vacaciones, fuera de su hogar natal: con una localidad entera para descubrir, gente que conocer, y actividades poco habituales que realizar, cada día en Asso es una pequeña sucesión de momentos semiirrelevantes y eventos sencillos que acaban por conformar algo parecido a una rutina.
Mi verano con el profesor tiene un sistema de paso de tiempo in-game por el cual iremos avanzando en el día conforme realicemos acciones. Cada mañana comenzará exactamente igual: haciendo gimnasia con nuestros padres y allegados en el exterior del restaurante que regenta la familia junto a la que nos estamos alojando, y después desayunando todos juntos. De manera similar, los días acabarán con la familia reuniéndose para cenar, comentando lo que hemos hecho y ha sucedido en el pueblo durante la jornada, y tras un pequeño espacio nocturno para relajarnos y charlar un poco, yéndonos a dormir. Un aspecto bastante peculiar del título es que, en ocasiones, los días in-game nos parecen cortísimos, casi insuficientes para llegar a hacer todo lo que queremos hacer. En otras ocasiones, sin embargo, dará la sensación de que el tiempo pasa lento, y esperaremos con ansia que caiga la noche para poder pasar al día siguiente y acceder de nuevo a ciertos eventos. No se trata, sin embargo, de algo explícito: a pesar de que todos los días del juego transcurren con la misma velocidad, la ausencia relativa de objetivos firmes y la libertad que tenemos para ir progresando en ellos hace que haya ocasiones en las que estamos más ociosos. Una manera, la verdad, muy inteligente de simular el paso del tiempo, que casi nos hace olvidarnos del inevitable medidor de energía y tiempo que hay en la parte superior izquierda de la pantalla. Igual que en la vida real cuando tenemos tiempo libre, algunos días pasan rapidísimo, como si se nos escapasen, y otros parecen durar una eternidad.
No es justo, tampoco, decir que en Shin-chan: Mi verano con el profesor no hay objetivos. Lo que sí es cierto es que las “misiones” que hacen progresar la historia son bastante laxas y generalmente nos dejarán resolverlas a nuestro ritmo, sin mucha presión. Poco a poco, y conforme avancen los días, iremos expandiéndonos cada vez más por el pueblo de Asso. Al principio, apenas podremos desplazarnos por las calles y caminos colindantes, cazando bichos o peces y fotografiándolos para añadirlos a nuestro diario. No hay una meta particular para esta acción: nos centraremos en ella por el propio placer de descubrirlas o de leer las pequeñas anotaciones al respecto de cada especie que Shin-chan hace en su álbum. Poco a poco, iremos conociendo más a los dueños de los distintos comercios locales, que nos dejarán participar en algunos recados sencillos a cambio de un puñado de yenes a modo de propina. La moneda del juego, que obtendremos de manera muy limitada - después de terminar la historia entera, tenía en el bolsillo unos 4,000 yenes, que no son más de 30 euros - sirve única y exclusivamente para comprarle merienda a Shin-chan: bolas de arroz, snacks de curry y las, por supuesto, míticas galletas de chocolate, que nos repondrán un poquito de energía. La resolución de estos recados nos hará explorar zonas del mapa que no habíamos visto antes, y que traerán, asimismo, nuevas mecánicas. Cabe destacar, por un lado, un amistosísimo uso de las barreras invisibles que se inventa excusas bastante originales para impedirnos el paso a ciertas áreas del mapa en un principio. Conforme progresemos, encontraremos maneras de eliminarlas - generalmente, chiste o chascarrillo mediante - y acceder a recovecos de Asso que todavía no conocíamos.
El progreso dentro del propio mapa también se siente bastante natural. El juego no suele hacernos explícito que se nos ha desbloqueado una barrera o un nuevo área; generalmente, lo encontraremos paseando por allí inocentemente, en busca de un pez, una flor o algún personaje con el que charlar. El hecho de que los eventos de historia transcurran, casi siempre, en las mismas zonas y que el resto sean opcionales hace que descubrirlas sea más emocionante: quizás podríamos pasarnos todo el juego sin acceder a alguno de estos lugares, así que haberlo encontrado parece un logro propio más que una parte razonable del progreso.
En una fase bastante temprana del juego, a la villa de Asso llegarán unos dinosaurios que conforman uno de los elementos fantásticos más predominantes del juego. A pesar de que la trama principal tiene ciertos toques de fantasía o ciencia ficción, lo verdaderamente fascinante es la cotidianeidad con la que se tratan los elementos discordantes. Unos minutos después de que los dinosaurios lleguen al pueblo y asusten a los habitantes, todo el mundo los tratará como si llevasen viviendo allí toda la vida. Más importante, nosotros, que para este punto del juego ya nos habremos formado una serie de rutinas dentro del juego, también aprenderemos a interiorizarlos con naturalidad como parte del paisaje.
Casi todos los atractivos de Shin-chan: Mi verano con el profesor como videojuego vienen de la mano de esta capacidad de evocar otros tiempos más cálidos, más dulces, más inocentes y quizá más felices, o al menos, felices de otra manera. Las específicas circunstancias de Shin-chan y sus amigos saben a lo mismo que tener nueve años y pasar una semana en la costa, que llenar una piscina hinchable en un pequeño jardín que parece estar lejos del mundo. Si bien sé que mis veranos de infancia en España no tuvieron, probablemente, nada que ver con los veranos de los niños de mi edad de Japón que trata de evocar este juego, no puedo evitar encontrar ciertas similitudes en el sonido de los grillos y cigarras al anochecer, el viento suave sobre los cultivos o la sensación de explorar un nuevo camino, entre hierba y maleza, para encontrar un pequeño riachuelo.
Esto significa, también, que quienes buscasen o esperasen en este título un simulador de gestión masiva, al estilo Stardew Valley, o un universo tan móvil y lleno de actividades como el de Animal Crossing, vayan a llevarse una decepción. Shin-chan: Mi verano con el profesor no es un juego pensado para disfrutarse con prisas, ni con intención de ser nada más que un reducto de calma y paz, con paisajes bonitos, escenas entrañables y apenas ocho horas de duración. Probablemente lo recomendaría con cautela a aquellos que no estén familiarizados o no gusten especialmente del tipo particular de costumbrismo del que suele hacer gala la franquicia Shin-chan, o para quienes busquen una experiencia adictiva o profunda a la que aproximarse con ganas de progreso o de completismo.
Si no es vuestro caso, y estáis dispuestos a tratar el título con la paciencia que espera de vosotros, se me ocurren pocas maneras mejores de cerrar estos últimos días de agosto. A la versión publicada en occidente, eso sí, sí hay que sacarle una pequeña pega: la localización, que a todas luces ha sido externalizada a un estudio diferente al que habitualmente traduce los juegos y los productos audiovisuales de la franquicia, deja muchísimo que desear. Fallos de bulto, frases que se repiten o que se traducen de manera tan literal que no tienen sentido o simplemente mecánicas que no se entienden porque las explicaciones son directamente incorrectas pueden empañar notablemente la experiencia. Quizás la peor parte se la lleva el humor del juego, que no sólo no mantiene las expresiones o chistes recurrentes de Shin-chan sino que pierde la mitad de golpes de humor por el camino. En mi experiencia, la localización al inglés no sólo retiene muchísimo mejor el tono de la franquicia sino que nos permite, directamente, entender ciertas situaciones que son ininteligibles en castellano. Una verdadera lástima, puesto que prácticamente todos los demás títulos de Shin-chan en España habían gozado de una traducción verdaderamente notable.
Una nota agridulce en medio de un título que, si bien es cierto que no abandona su nicho concreto, sí destaca por conseguir todo lo que se propone. Ofrecernos un verano dulce, corto e intenso, y al mismo tiempo extraordinariamente calmado; hacernos pasar tiempo con los personajes que ya conocemos, o darnos tiempo para conocerlos si no lo hacemos; pasar tiempo con nosotros mismos, explorar a nuestras anchas, recibir cada nuevo descubrimiento con la ilusión de un chiquillo. Y, si pudiera ser egoísta, me encantaría que aprovechaseis esta pequeña oportunidad que se nos ha brindado para conocer el trabajo de un estudio muy desconocido en occidente, y con un trabajo muy, muy particular dentro del medio. Por su corta duración, y por su ausencia de dificultad y de barreras, creo que es enteramente posible que a mucha gente no termine de convencerle el juego; pero creo que muchos otros encontraréis aquí un lugar muy especial en el que vivir y revivir todos esos veranos más sencillos, más largos y más dulces de antaño.
Shin-chan: mi verano con el profesor ya está disponible en Nintendo Switch. Saldrá en PC el próximo 31 de agosto a través de Steam.