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Análisis de The Last Story

¿El colofón final de Sakaguchi?

Paradójicamente, Wii está viviendo su época dorada justo cuando llega al final de su ciclo de vida. El año pasado recibimos Xenoblade Chronicles, un preciosista JRPG que intentaba reavivar el género que dominó con soltura la industria en la era de los 16 bits, y en poco tiempo se sumará al catálogo Pandora's Tower. Mientras tanto Hironobu Sakaguchi, el padre de Final Fantasy, y su talentoso equipo de Mistwalker nos traen este The Last Story, un título que mantiene el estilo de los juegos de rol japoneses de toda la vida pero que añade unos cuantos elementos que, más allá de imitar a sus congéneres, aportan madurez e ideas refrescantes, aunque no son tan innovadoras como nos querían hacer ver.

The Last Story es una aventura lineal con toques de mundo abierto cuya mecánica y profundidad es tan compleja como el jugador desee. La historia nos presenta a Zael, un mercenario que ha aprendido a buscarse la vida con su amigo Dagran. Durante una de las misiones a las que se enfrenta el grupo, una misteriosa presencia ofrece a Zael el Poder del Errante, lo que como podéis imaginar inicia el hilo conductor de una movida de dimensiones épicas.

La principal novedad del juego es un sistema de combate cuya mecánica une estrategia y enfrentamientos en tiempo real, y que incluso toma prestadas ideas de los shooters en primera persona y un sistema de cobertura al estilo Gears of War. Ese es indudablemente su sello diferenciador: ofrecer combates dinámicos y adaptables a cada jugador que pueden encararse de distintas formas. Por ejemplo, puedes permanecer como mero espectador, centrándote en adoptar estrategias, disparar a escondidas con la ballesta y, ocasionalmente, dar órdenes a tu equipo. Pero también puedes optar por un estilo ofensivo, por liarte a mamporros con todo quisqui, o por aprovechar los pequeños -y rematadamente simples, todo sea dicho- retazos de sigilo que te permite. Estas mecánicas están bien implementadas y permiten que puedas decantarte por una diferente en cada combate sin que el hecho de centrarse en una excluya necesariamente a las demás.

Siguiendo con los combates, el Magnetismo es la herramienta principal en la que se basan todos los enfrentamientos. Este don otorgado al protagonista y que activamos en su mano derecha con un solo botón sirve para centrar la atención de todos los enemigos en nosotros, lo que da un respiro a nuestros aliados y les deja continuar tranquilamente con sus estrategias. El factor estratégico aquí es clave porque el Magnetismo no sólo tiene ese propósito, sino que también revive a los amigos caídos. Imaginad, pues, que nos quedamos solos en mitad del combate: activar nuestro don no solo nos permite devolver la vida sino que nos pone en considerable riesgo ante los enemigos, que sabrán inmediatamente de nuestra posición. The Last Story nos obliga constantemente a tomar decisiones en medio de la acción.

The Last Story es una aventura lineal con toques de mundo abierto cuya mecánica y profundidad es tan compleja como el jugador desee.

Es precisamente en este sistema de combate donde más se nota el trabajo realizado por el equipo de Mistwalker. Contamos también con ataques mágicos que se traducen en círculos de poder que se dibujan en el suelo. Pasar por encima de uno nos aporta beneficios si resultan ser de nuestro equipo o penalizaciones si pertenecen a los enemigos, y jugar con ellos es una de las cosas que hace del combate el aspecto más entretenido del título. Por ejemplo, con una de las ofensivas de Zael podemos dispersar dichos círculos para aumentarlos, anularlos o modificar su efecto. En resumen, a su estructura básica de JRPG clásico se le añade un sistema de combate potencialmente innovador que mezcla acción y una gran estrategia y que nunca llega a hacerse pesado.

Como he dicho, Mistwalker se ha centrado en dar un toque de aire fresco al combate de los JRPG y tampoco ha escatimado en alcanzar el tope gráfico de Wii. Esto último tiene una parte buena, porque en lo que a trabajo artístico se refiere resulta una tarea titánica, tanto en el apartado visual como en la emotiva música de Nobuo Uematsu, pero es inevitable pensar que los desarrolladores han debido tener más de un quebradero de cabeza intentando ajustar constantemente su propia ambición, porque por cada detalle gráfico remarcable hay una cruenta ralentización que nos devuelve con el brío de una colleja a la triste realidad. Hay momentos en que llega a ser injugable debido a que en su intento por ofrecer todas las virguerías gráficas posibles han olvidado encontrar un equilibrio entre sus partes.

Es innegable que The Last Story se mantiene fresco a lo largo de sus cerca de treinta horas de juego gracias a un modo Historia plagado de eventos opcionales y misiones secundarias. Aquí no tienes que volver sobre tus pasos a no ser que así lo desees, ni tienes que dedicarte a subir de nivel como un descosido si, en realidad, tampoco quieres hacerlo. A todo esto se le une el multijugador y un cooperativo para hasta seis jugadores competente, pero no especialmente entretenido.

A pesar de que la mayor parte del juego se desarrolla en la ciudad de Lázulis, el escenario principal y el más remarcable, en ningún momento da la impresión de ser repetitivo. Ayudan en gran medida las más de 12.000 líneas de diálogos (cada combate tiene los suyos propios grabados en un marcado inglés británico, por lo que a diferencia de Xenoblade Chronicles no oiremos las mismas coletillas repetidas ad infinitum ni sentiremos el irrefrenable impulso de querer arrancarles las cuerdas vocales a los protagonistas) y también las múltiples misiones y eventos por cumplir. Es cierto que la gran diversidad de acontecimientos puede llegar a abrumar, en el buen sentido.

Mistwalker ha realizado un esfuerzo considerable por aportar ideas nuevas, pero el juego cae víctima de su propia ambición.

Pero tanto trabajo centrado en esos campos debía terminar mostrando carencias en otros aspectos. En efecto, la historia está llena de clichés y pese a un remarcable final peca de simplista. Todavía peor, es algo que ya se ha visto y se ha contado mejor. Estamos demasiado acostumbrados a ser testigos del viaje del héroe, de la lucha del bien contra el mal, y aunque Sakaguchi intenta dar toques de relativa madurez en las muchas -muchas, creedme- escenas cinemáticas a través de situaciones más o menos comprometidas, de pequeños giros aquí y allá y de un protagonista que pasa por situaciones peliagudas en construcciones y parajes imposibles resulta inevitable que, al final, destaque especialmente la falta de carisma de los personajes, su escasa profundidad, y sus confusas motivaciones. Y destaca porque lo que origina dichas reflexiones, es decir, la propia narrativa del juego, no se empeña en resaltar su madurez, más que nada, porque no la tiene.

The Last Story no va a pasar a la historia porque aunque resulta un esfuerzo considerable por aportar ideas nuevas, algo que siempre se agradece, cae víctima de su propia ambición. A un sistema de combate muy trabajado y una trama variada se unen problemas técnicos y una historia muy manida y en ocasiones presuntuosa que esconde lo mismo de siempre. Los fans de los JRPG y del estilo Mistwalker encontrarán aquí la horma de su zapato, pero no el colofón final que esperaban.

7 / 10

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