Análisis de The Wonderful 101
¡Sincronicemos nuestros relojes!
Por razones que no vienen al caso, mi sesión con The Wonderful 101 tuvo que ser maratoniana. Y qué maratón. Recuerdo muy pocos juegos con un desarrollo tan frenético, o al menos muy pocos que no tengan la firma de Platinum Games. Pocas horas después de empezar no solo había peleado contra docenas de enemigos, sino que había pilotado una nave, disparado unos misiles, saltado entre ruinas de edificios mientras se estaban derrumbando y peleado contra un robot colosal de tú a tú. Es difícil desprenderse del mando porque nunca sabes qué esperar, porque te sorprende en cada nivel con nuevas ideas y situaciones emocionantes que tienen más inventiva que la mayoría de juegos. Juntos.
The Wonderful 101 es más parecido a Viewtiful Joe y a Bayonetta que a Pikmin. No tiene componentes estratégicos más allá de cómo enfocamos las batallas, ni de gestión, sino que es un título de acción pura. Y cuando digo pura, eso es exactamente a lo que me refiero. El punto fuerte de The Wonderful 101 es su sistema de combate, muy loco, y la forma en que Hideki Kamiya ha conseguido presentarlo. Cien súper héroes (tú eres el 101) deben trabajar de forma conjunta para evitar que los Gaethjerk, una raza alienígena, destruya el planeta Tierra. O Sierra, como le gusta llamarle a uno de los principales enemigos.
Empezamos controlando a un pequeño grupo, y a medida que la aventura progresa vamos reclutando a más personajes, ya sean civiles a los que debemos socorrer, aliados temporales u otros súper héroes con habilidades características. Usando la pantalla táctil del GamePad de Wii U o el stick derecho podemos dibujar líneas (hectofusión, lo llama el juego) que sirven para superar obstáculos o para diseñar armas (con una línea recta creamos una espada, una S generará un gancho, un triángulo un ala delta, etc) que serán más potentes cuantos más luchadores se unan a nuestras filas. Luego, presionando el botón A, todos se sincronizan a la perfección para crear ese objeto que queremos usar. Cada línea consume cierta cantidad de energía, y si la agotamos no tenemos poder defensivo durante un tiempo. También hay que poner especial cuidado en que no descienda demasiado la barra de vida, aunque aquí sí que existe una peculiaridad: solo el líder del grupo recibe daño, y los demás salen volando y permanecen inconscientes unos instantes si reciben un golpe.
"La jugabilidad de The Wonderful 101 es un diamante en bruto que hay que pulir para verlo brillar, y que cuando brilla deslumbra cualquier cosa."
El método es muy confuso al principio y la cantidad de detalles y objetos en pantalla es abrumadora si te pilla desprevenido. Tampoco es un juego fácil porque no infravalora el reto. Pero son todo sensaciones que se evaporan cuando empiezas a dominar los controles y te conviertes realmente en esa parte indivisible, en ese protagonista 101. Entonces todo fluye. A pesar de la exigente dificultad todo está muy bien montado para que los más novatos puedan llegar al final de la aventura, y aun así el sistema de puntuación es duro, está preparado para que sintamos en nuestras carnes ese cosquilleo desafiante que genera el fracaso y volvamos a enfrentarnos a ello con mayor decisión, con la seguridad que da la experiencia. Aquí los puntos no son unos números más, sino que forman parte de la columna vertebral del diseño y nos incitan a descubrir las verdaderas maravillas que consiguen unos buenos controles.
Hay mucho de homenaje en The Wonderful 101 por parte de Kamiya, tanto a sagas de Nintendo como a series de súper héroes estrambóticos como Thunderbirds o los Power Rangers, y también de parodia, con situaciones cómicas por doquier. Puede parecer que está dirigido a los más pequeños de la casa por su estilo colorido y risueño, pero mediante el sentido del humor se permite ciertas picardías que van más allá del chascarrillo: personajes que se obsesionan sexualmente con enemigos, comparaciones de tamaño entre espadas y genitales masculinos y, sobre todo, una verdadera fijación por la figura femenina, como demuestran los vídeos de presentación de dichos personajes; siempre empiezan con un plano de un culo poligonal o de unas tetas poligonales. Está hecho un pillín, este Kamiya.
Es destacable y digno de elogio cómo todas las piezas de puzle encajan a la perfección. Hay que saber bien cuándo y cómo usar todas las habilidades y si somos suficientemente buenos cada batalla puede llegar a ser un encadenamiento de ataques que no deja ni un segundo de aliento al enemigo: saltar, esquivar, debilitar con un ataque en equipo, usar espada, usar martillo, saltar, esquivar. Es como un gran banquete al que nos han invitado, y de nosotros depende matar el gusanillo con tentempiés o saciarnos con el asado y el ponche. Sin embargo dibujar la línea de ciertas hectofusiones es a veces bastante engorroso, y en más de una ocasión podemos acabar sosteniendo un gancho cuando queríamos atacar con el martillo, por ejemplo, un detalle que no debería ocurrir en un juego que depende tanto de la fluidez y de la alternancia entre ataques. Se puede llevar bien cuando son enemigos menores, pero no cuando estamos a punto de derrotar a ese jefe final que se nos resiste. Es entonces cuando puede ser frustrante. Además la cámara a veces se acerca demasiado, lo que hace que no podamos ver con claridad qué hay delante, y aunque podemos alejarla con el toque de un botón no funciona con rapidez.
"Aquí los puntos no son unos números más, sino que forman parte de la columna vertebral del diseño y nos incitan a descubrir sus verdaderas maravillas"
Los enemigos comunes de The Wonderful 101, aquellos a los que nos vamos encontrando de forma recurrente en nuestro peregrinaje, tienen el mismo encanto que los espectaculares jefes finales. Todo está diseñado como un auténtico reloj suizo para que adoptemos siempre la estrategia que creamos oportuna, de modo que podemos profundizar en el combate cuando nos enfrentamos al típico esbirro de tres al cuarto o despacharle sin complicaciones. Y lo mejor es que ni se explica mucho ni muy poco, sino que se deja masticar o saborear, con combos realmente complicados que depende de nuestra maña descubrir. También se apoya bastante en los puzles, que aunque son simples no se exponen mucho y dejan bastante a la experimentación. En un momento determinado los Wonderful entran a una nave; el interior se nos muestra en el GamePad y tenemos que pilotarla situándonos encima de varios botones mientras en el televisor aparece el escenario exterior, con la nave avanzando rodeada de peligros. Es una situación más entre muchas que ponen en evidencia la creatividad con que Platinum Games ha afrontado el desarrollo de este juego.
Tras cada operación, que son los niveles del juego que están divididos en misiones, tenemos la posibilidad de pasarnos por el Wonderful Mart para comprar objetos usando las cosmopiezas, las monedas que ganamos combatiendo. Ahí adquirimos hectofusiones determinadas que nos permiten esquivar o huir rápidamente -y que aunque no son obligatorias expanden todavía más las opciones de lucha-, módulos que actúan como potenciadores y nuevas habilidades. Incluso podemos crear nuestros propios objetos mezclando ingredientes. Hay muchas opciones para mejorar nuestro rendimiento como conjunto, pero no existe una sensación real de progreso individual a pesar de que cada uno de los héroes principales va subiendo de nivel a medida que usamos sus habilidades.
Tiene algunos puntos flojos, claro, pero molestan mucho menos teniendo en cuenta las dimensiones del juego, los objetos por descubrir y desbloquear, sus insultantemente desafiantes niveles de dificultad y las misiones adicionales que pueden alargar la experiencia hasta las quince horas. Ahora entiendo lo que decía Kamiya de que The Wonderful 101 se disfruta más en la segunda partida, porque es entonces cuando realmente nos ponemos a prueba, cuando empieza la verdadera fiesta. Y encima conociéndonos al dedillo la insuperable banda sonora.
Que tantos textos que hablan del juego citen a Bayonetta no es casualidad, y no es solo porque compartan autor. The Wonderful 101 tiene mecánicas calcadas y es, también, una de esas singularidades que requieren un verdadero empeño por parte del jugador y que, por tanto, recompensan con una satisfacción poco común: su jugabilidad es un diamante en bruto que hay que pulir para verlo brillar, y que cuando brilla deslumbra cualquier cosa. Me he pasado el juego y es como si hubiera vuelto de un viaje emocionante, como si no estuviera aquí; exactamente la misma sensación que tuve con Bayonetta. Y de lo único que tengo ganas es de volver a ese reto para dejar en evidencia mis anteriores partidas y ver esas medallas de Platino puro reluciendo en mi GamePad. Por orgullo, puede, pero también por superación personal. De eso The Wonderful 101 sabe mucho.