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Análisis de Journey

Regreso con el elixir.

Jenova Chen contó en el E3 de hace un par de años una de las anécdotas que le habían inspirado para hacer Journey. Durante el final del desarrollo de Flower conoció a Charles F. Bolden Jr., un astronauta que estuvo tres veces en la Luna. Era piloto y nunca salió de la nave; los demás, los que pisaban la Luna, no volvían a ser los mismos cuando regresaban a la Tierra. Se retiraban a descansar, a la filantropía, a la religión.

¿Cómo tiene que ser ver la Tierra desde ahí? Cómo tiene que ser darse cuenta de que todo lo que te importa parece más insignificante que una gota de agua perdida en el infinito.

Flower conectaba con una sensibilidad muy concreta; Journey, en cambio, es un viaje que se cimenta en los argumentos universales y, por tanto, también esa sensación de estar perdidos en un mundo que debemos aprender a aceptar y a comprender. Un mundo hostil que ha heredado símbolos e historia, hermético, con un final incierto con poco más sentido que el que queramos darle.

Tiene mucho que ver con nosotros y con lo que somos. Pleno de méritos, pero es poéticamente, como el hombre habita esta tierra, escribió Hölderlein. Journey es una experiencia que te dará tanto como tú le des a ella, que necesita ser absorbida y procesada. Así es, por lo menos, y si queremos, como cobra sentido.

Empezamos perdidos en un desierto del que no sabemos nada; por el que surfeamos y volamos y cantamos. Pequeños sonidos, nada más, palabras que no llegan a germinar. No te preocupes por el control ni por lo que durará, todo es fluido y tiene su ritmo. Los paisajes, llenos de información latente, nos invitan a explorarlos con calma. Los preside una gran montaña en el horizonte, y suponemos que ahí es donde tenemos que llegar. Eso es Journey, el viaje hacia esa montaña -y, de repente, escuchamos un eco, vemos una sombra a contraluz, alguien que se acerca.

Esa figura no es como nosotros. Tiene la misma capa roja, pero nos diferencia un pequeño símbolo y salta, corre, canta, parece que nos llama. El camino nos junta con gente a la que no conocemos pero que, como nosotros, avanza. Y solo hace de testigo: nos cede el protagonismo. ¿Queremos recorrer el camino con el otro? Quizás todavía no lo sepas, quizás no sepas si lo quieres ayudar u olvidarlo, de si él te quiere a su lado, de si os entendéis a ese nivel elemental donde, por fin, germinan esas pequeñas notas. Hacer el viaje solos o con alguien, sin embargo, se siente como una experiencia completamente distinta.

Desde la pantalla inicial abandonamos, en terminología de Campbell y su Héroe de las mil caras, el mundo ordinario y cruzamos el primer umbral. Lo que hace thatgamecompany es proponernos un escenario y una mitología que solo pueden ser propuestos desde la absoluta pasión y confianza en los videojuegos. La música, los colores, el ritmo, tú y los demás encajáis como versos en un gran poema que no se tambalea, al que no se les escapan las letras. Ya no es transmitir una visión: es descubrirla y mover cuidadosamente los hilos, con brillantez y valentía, casi por necesidad, para que tú también la descubras. La poesía es previa, da igual cómo nos llegue. Les doy mi más humilde y sincero agradecimiento por haber hecho Journey.

10 / 10

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