Análisis de Rambo: The Video Game
Ochentero.
Ya lo sabía antes de empezar, pero menuda sorpresa que en pleno 2014 salga un shooter sobre raíles. Me recuerda mucho a un clásico de mi infancia, al Blood Bath at Red Falls, que era de esos en los que te mantenías en una posición estática y los enemigos iban apareciendo y cubriéndose y tú solo tenías que apuntar y disparar. Aquí es básicamente lo mismo pero enlazando los tiroteos con secuencias en las que puedes dejar el mando sobre la mesa.
A pesar de que pueda parecer todo lo contrario el juego de Rambo (Rambo: The Videogame que así suena más poderoso) no es irónico, es un juego hecho en serio, pero de bajísimo presupuesto. Eso le de una pátina de ridículo muy difícil de camulfar -de hecho cuando Rambo se cubre de barro hasta la cabeza para esconderse de sus enemigos es cuando soltarás más carcajadas. Sylvester Stallone no quiso participar, y tuvieron que reutilizar diálogos de las tres primeras películas. Los modelados son muy básicos y las texturas parecen puños, verás cientos de enemigos con la misma cara -el efecto en los tiroteos es delirante- y una sobreutilización de mecánicas tan explotadas como los QTE. El resultado es un juego que parece nacido en los ochenta. Involuntariamente han llegado a algo que le da personalidad.
"Su punto más fuerte es que es divertido sin intentar serlo."
Y no es que sea aburrido, tampoco confundamos simple con aburrido; le puedes sacar ese difrute genuino que solo emanan esos juegos que por alguna extraña razón te hacen reir y no te molesta seguir con ellos. No sé si es el querer esperar a ver cuál será el próximo bug o con qué animación nos sorprenderán, pero te vas picándote con el sistema de puntuación, que te recompensa por los headshots y por destruir el escenario, e intentas tomártelo más en serio de lo que podías imaginar al principio. El sistema de recarga tampoco está mal, similar al de Gears of War, y si aciertas con el timing consigues más munición.
En algunas misiones varía el planteamiento; cuando te enfrentas a policías te recompensan por desarmarlos o dispararles a las piernas en vez de matarlos y también hay algunos tramos en barco o aparecen vehículos que puedes incendiar y matar a decenas de enemigos a la vez. Las secuencias con el arco no son de sigilo, son más bien de apuntar rápido y bien, y se combinan con QTE sangrientos y en ocasiones esperpénticos. Pero no deja de ser un shooter sobre raíles hecho con cuatro cañas en el que te puedes cubrir a izquierda, derecha o centro; cada cierto tiempo vuelves a esta sórdida realidad. Se me ocurren mil maneras de haber podido embellecer ese avanza y dispara, empezando por escenarios con los que interactuar, pero han ido a lo más básico de lo básico. Las cinemáticas, que son vídeos comprimidos a baja calidad, son completamente prescindibles.
Al final de cada pantalla nos recompensan con unos perks que afectan desmedidamente en el avance del juego, como el que no nos penaliza si fallamos un QTE, y la posibilidad de aumentar nuestra arma principal y secundaria, las granadas o la salud. Lo más interesante es fijarnos en la puntuación y ver cómo podemos superarla en otra ronda, porque la duración del juego está entre dos y cuatro horas.
El juego de Rambo es un poco como ese filete que tenemos en la nevera desde hace una semana y al que vamos mirando de reojo. La mayoría lo tirarán y saldrán a comprar algo más fresco y posiblemente en buen estado, y solo algunos valientes se atreverán a pasarlo por la plancha y a comerlo con una mueca de bueno, no sé si tendría que haberlo hecho, pero ya que hemos llegado aquí acabemos con la faena. Es divertido solo porque no quiere serlo, y quizás ese sea su único punto fuerte.