Análisis de Assassin's Creed IV: Black Flag
Aventura universal.
Encontrar un tesoro enterrado en una isla desierta no ha de ser algo fácil, que se lo pregunten sino a Jim Hawkins. Como la célebre novela de Robert Louis Stevenson, el Assassin's Creed de este año se ambienta en el agitado Caribe de principios del siglo XVIII pero, por mucho que lo intente, no es tanto una clásica aventura de piratas como La Isla del Tesoro, como una aventura de esa franquicia que se ha convertido en la gallina de los huevos de oro de Ubisoft. Así pues, siguen esos tejados por los que saltaremos, los combates al contraataque, los centenares de coleccionables, las atalayas con las que fantaseaba Patrice Désilets y, claro, los bugs. Le falta, sin embargo, un Long John Silver.
En su sexta entrega dentro de la saga principal, Assassin's Creed sigue siendo ese juego esculpido a base de concesiones, ese juego que ha pasado de la obra al producto. Después de todos estos años, Ubisoft Montreal ha conseguido una fórmula que funciona y por eso es tan difícil que cambie. La necesidad de tener que gustar a todo tipo de posibles consumidores le restan capas de riesgo, de buscar algo diferente y de probar cosas distintas. Assassin's Creed IV: Black Flag vuelve a jugar sobre seguro con el típico protagonista machote sin carisma y hueco, con sus combates aptos para el jugador más inexperto, con esas incoherencias constantes, con la ausencia total de penalizaciones, pero aun así -y ahí está el ingrediente secreto- sigue siendo rabiosamente divertido.
La historia empieza como deben empezar las grandes historias, a lo grande. En comparación con el inicio sosegado de la tercera entrega, aquí empezamos con Edward Kenway, un pirata de poca monta cuyo único interés es abordar barcos para hacerse rico y volver a Inglaterra como un señor respetable, controlando nuestra goleta en medio de una tormenta brutal. Entre cañonazos y abordajes, nuestro protagonista acaba en una isla desierta acompañado de un misterioso encapuchado, y haciendo honor a ese carácter pirata Kenway no tardará demasiado en robarle la ropa y hacerse pasar por él para dirigirse a la Habana y reclamar su recompensa. Empezará aquí la inevitable historia de los Asesinos contra los Templarios y la búsqueda del llamado Observatorio, un lugar sagrado con resonancias a El Dorado donde parece que residió la Primera Civilización.
Empieza aquí un largo viaje en el que, a lo largo de las 30 horas que nos puede durar la historia principal, recorreremos los cálidos mares del Caribe luchando contra los imperios británico y español, un argumento que, como siempre, está salpicado de eventos, lugares y personajes históricos y que a su vez se compagina con el meta argumento paralelo clásico de la saga y que esta en ocasión -y especialmente después de los ocurrido en Assassin's Creed III- se presenta ante el jugador con un giro sorprendente.
No obstante, la mayor parte del tiempo lo pasaremos al timón del Jackdawn, nuestro barco y el otro gran protagonista del juego. Lo que en la tercera entrega era algo casi anecdótico, en un mundo dominado en su mayor parte por mar el barco es totalmente esencial y Ubisoft ha sabido conseguir que algo que podría haber sido una molestia acabe sumando puntos a la citada fórmula. Navegar mientras nuestra tripulación canta una viejas canciones de bucanero -y con la opción de cambiar de canción como si fuera la radio del GTA- sumado al hecho de que técnicamente es un juego espectacular hace que uno acabe maravillándose por lo que sucede en pantalla. El truco de la inmersión funciona perfectamente y a pesar de los fallos y bugs consigue que entremos en el influjo de esa suspensión de desconfianza que solamente alcanzan los más grandes.
El agua es simplemente espectacular y, aunque el motor gráfico del juego sigue siendo el mismo, los nuevos efectos para dotar de realismo al oleaje os dejarán boquiabiertos. De hecho, técnicamente en las consolas de la actual generación y como título multiplataforma el juego es soberbio en cuanto al nivel de detalle y la estabilidad con la que se desenvuelve en sus preciosos escenarios caribeños. Planteaban hace unos días en The Verge si realmente valía la pena esperar a la versión de Assassin's Creed IV para consolas de nueva generación, y la respuesta tanto del periodista del portal norteamericano como de los propios desarrolladores del juego era que no era necesario. A lo largo de sus más de dos años de desarrollo el juego ha sido pensado para las actuales consolas y esto es algo que se nota. De hecho, que una nueva generación de consolas tenga como uno de sus buques insignia un juego que es una versión en alta resolución de un juego de la anterior generación debería hacer sonrojar a la supuesta next-gen y hacernos valorar lo lejos que se ha llegado con las actuales máquinas.
"Que una nueva generación de consolas tenga como uno de sus buques insignia un juego que es una versión en alta resolución de un juego de la anterior generación debería hacer sonrojar a la supuesta next-gen y hacernos valorar lo lejos que se ha llegado con las actuales máquinas."
La eliminación de los pesados tiempos de carga del anterior juego es algo de agradecer en un título en el que la mayoría de veces podemos alternar entre tierra y mar sin tener que pasar por este pesado trámite. Al mismo tiempo, ayuda a que conectemos rápido el hecho de que pilotar el barco sea tan fácil como conducir un coche. De hecho es ridículamente fácil, pero esa es la idea. Botón de acelerar y frenar, unos giros que hacen que prácticamente derrape, un sistema de atraque automático bastante gracioso según como se mire. Nos habían vendido que el viento tenía afectación a la hora de navegar, pero por suerte no era más que otra mentirijilla de marketing, porque el comportamiento de las velas es totalmente irreal y salvo afectaciones leves dependiendo de la dirección en la que sople, podemos navegar a velocidad de crucero en todas las direcciones. Y si estamos aburridos siempre nos quedará el útil desplazamiento rápido.
Pero además de navegar plácidamente acompañado de las canciones de nuestra tripulación y la exquisita banda sonora estilo Piratas del Caribe, también tendremos que combatir y este es otro apartado donde sale muy bien parado. Disparar cañonazos contra otros barcos, usar el mortero para atacar a distancia o barriles explosivos es siempre divertido y tiene cierto punto estratégico. A su vez, todo lo relativo a mejorar nuestro barco es de vital importancia. A base de dinero y materiales que vamos encontrando/robando podemos mejorar las defensas del barco, sus armas y munición y también su aspecto físico para ponerle un mascarón con forma de calavera que atemorice más que nuestra bandera pirata. Y si todo esto no es suficiente siempre nos queda un último recurso: ¡Al abordaje!
¿Recordáis las viejas películas de piratas protagonizadas por Douglas Fairbanks o Errol Flynn en las que todo parecía tan fácil? Pues así siguen siendo los combates en Assassin's Creed, y así seguirán porque funcionan a pesar de que son directamente insultantes para el avezado jugador de técnicos hack and slash. Y seguirán así porque funcionan y porque encajan con un juego diseñado para que disfrutes y te sorprendas, para que no te hartes de tener que repetir las cosas y entres en el flow propio de las aventuras clásicas donde el héroe nunca se despeinaba. La nula IA de los enemigos sigue siendo algo de risa; de nuevo siguen rodeándonos esperando su turno para morir y apenas se inmutan si matamos a su compañero de al lado. Sin embargo, encaja en este conjunto de concesiones y, como pasa con el barco, mejorar nuestro personaje y dotarle de mejores espadas y pistolas es algo que nos mantendrá ocupados.
Quizá para esconder la evidencia de que nuestro personaje es Dios Todopoderoso, pero también para que el jugador pruebe cosas distintas intentando superar los miniretos de cada misión, para la ocasión se ha querido potenciar el sigilo, que es algo que se ha mejorado mediante un mejor movimiento entre coberturas -pero tampoco nos pensemos que esto es un Splinter Cell, vaya. Así, completando la importante navegación y los combates, tenemos el ya conocido Síndrome de Diógenes de todos los Assassin's Creed, que se presenta ante el jugador en la forma de centenares de pequeñas misiones de recolección que, evidentemente, también incluyen la búsqueda de tesoros (algunos de ellos sumergidos bajo el mar), un crafting algo regulero, y la ya conocida caza de todo tipo de animales, de entre lo que destaca la caza de grandes animales marinos como tiburones.
Assassin's Creed IV sigue siendo ese juego en el que siempre hay algo que hacer, pero es una lástima que la tendencia de la entrega anual no haya impedido que Ubisoft corrigiera los errores que ya vimos en el anterior título. Repite, pues, esa falta de coherencia con la que podemos llevar a cabo misiones que representa que todavía no podríamos hacer, como las misiones de los Mayas o los contratos de Asesino; o como apuntaba Xavi Robles en su reseña de la tercera parte, el hecho de que el mundo del juego sea tan plano que apenas nos permita crear un vínculo con él más allá de nuestro afán completista -algo que podría solucionarse con una inteligencia radial de los personajes al estilo Skyrim.
A todo esto, es curioso como a pesar de ser un barco cargado de fallos, Assassin's Creed IV: Black Flag sigue siendo un juego realmente divertido y una de las mejores experiencias con las que podéis despedir la generación. Esta vez ha ayudado en gran parte la siempre carismática ambientación de bucaneros, pero por encima de esto corresponde esa fórmula que Ubisoft ha creado con esta franquicia, que es la ofrecer una aventura en el sentido más universal posible, y crear un título tan ambicioso como accesible para todos los públicos -casual, por mucho que a algunos les duela- es algo que tiene mucho mérito