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Análisis de Empire of Sin - En el Chicago de los años veinte solo hay plomo, dólares y alcohol

El Barón de la Birra.

Sin ser redondo, la interesante combinación de táctica, gestión y Ley Seca de Empire Of Sin puede atraer a los aficionados al género.

Camino a la Perdición es una obra maestra del noir contemporáneo llena de momentos absolutamente impactantes. Sam Mendes adaptó con pulso firme un cómic de Max Allan Collins que se apoyaba en el Chicago de la Gran Depresión y la Era de la Prohibición para construir una historia que trataba sobre la traición, los lazos familiares y el plomo que escupen las armas. Sobre toda esa estructura, una escena se alza sobre las demás gracias a un imponente uso del sonido, la música y la fotografía: el mafioso John Rooney, interpretado por Paul Newman, sale de uno de sus locales de bebercio y, al intentar subir a su coche, rodeado de sus guardaespaldas y zafándose de la lluvia como puede, se da cuenta de que su chófer está muerto. En ese mismo instante sabe que ha llegado su hora y también en ese punto comienza una suave música que aplaca la aniquilación que Michael Sullivan (encarnado por Tom Hanks) está llevando a cabo con una Thompson de icónica estampa. Sucederán más cosas aún en una escena con unas implicaciones fantásticas, pero esta instantánea ejemplifica algo que Empire Of Sin viene a traernos en grandes cantidades: la América de los años veinte y treinta del pasado siglo fue un terreno abonado para el estraperlo de bebidas alcohólicas y los asesinatos por motivos criminales. Un lugar donde se intercambiaban barriles de alcohol de dudoso origen por arrugados dólares, aunque fuese a costa de que el calibre .45 se erigiese como el Rey y de que los cadáveres se amontonasen en el tanatorio.

Porque todo eso y mucho más es lo que nos espera en Empire Of Sin, la nueva propuesta jugable de Romero Games, que viene de la mano de Paradox Interactive. Intentar clasificar este juego es una tarea ardua, porque Empire Of Sin es una mezcla fuerte como el whisky pasado a través de la frontera, que inserta en su botella varios géneros. Alguno de ellos, como sus combates por turnos a lo XCOM, combinan fácilmente con otros de sus sistemas como serían, por ejemplo, la gestión de nuestro imperio criminal. Llevar las finanzas, mejorar el rendimiento de nuestros locales y demás aspectos globales encuentran un buen reflejo en los momentos que tenemos que agarrar las armas de la época y defender nuestros territorios de los rivales... o eso nos diremos a nosotros mismos mientras nos dedicamos a ampliar nuestra zona de influencia.

Mientras todo esto sucede, es fácil percibir el esfuerzo que el estudio fundado por Brenda y John Romero ha hecho por sumergirnos en una América marcada por la aprobación de la Ley Seca. Construido sobre el motor Unity, resulta evidente que la optimización ha primado sobre el poderío gráfico, y gran parte de la atención ha ido a parar al apartado artístico. Así, edificios, vestimentas e interiores de los locales en los que llevaremos a cabo nuestros negocios sucios funcionan a la perfección para ambientar un título que, sin embargo, se comporta mejor cuando mantenemos una perspectiva más general que cuando situamos la cámara en el plano corto. Al hacer zoom para llegar a pie de calle o al reunir a nuestro capo con cualquiera del resto de los jefes mafiosos se aprecia la contradicción entre una fidelidad gráfica que se queda algo coja - frente a los estándares actuales, claro - y un diseño que hace un gran trabajo a la hora de caracterizar a los personajes. Ese diseño, además, se complementa con un doblaje que imprime un fuerte carácter a todos los protagonistas. De muchos y muy variados orígenes son todos los mafiosos que podremos elegir al comienzo de nuestra andadura en Empire Of Sin, y sus voces y acentos así lo corroboran: irlandeses, italo-americanos, franceses, yankees y mexicanos de pura cepa intercalarán, cuando les venga en gana, expresiones propias para dejar claro que no olvidan de dónde vienen y hacia dónde se dirigen sus intenciones. Ese crisol cultural no impide, por otra parte, que la banda sonora de Empire of Sin tenga un sabor americano inconfundible, centrándose en el jazz y la música instrumental de los años veinte para luego fusionarlas con ritmos y guitarras más oscuras a la hora de ambientar unos tiroteos que estarán llenos de sangre y violencia.

Porque de muchos de esos enfrentamientos dependerá la prosperidad de nuestro imperio criminal, al fin y al cabo. Tras elegir a nuestro jefazo y facción preferida, y teniendo en cuenta sus fortalezas y debilidades, pocas opciones nos dejará una Chicago llena de oportunidades pero en la que no tendremos casi ningún garito a nuestro nombre. La solución más inmediata y razonable - cosa que, como todo el mundo sabe, es la seña de identidad de un buen mafioso - pasará por localizar un edificio ocupado por matones sin afiliación reconocida e invitarles a que abandonen las instalaciones... con los pies por delante y envueltos en una alfombra, claro. Así comenzarán muchos de sus enfrentamientos, con una dinámica que toma múltiples elementos prestados de títulos como el ya mencionado XCOM y que, a diferencia de este, estarán caracterizados por ser muy inmediatos y contundentes, en parte gracias a transcurrir en unos escenarios más reducidos - ya sean callejeros o en interiores - y que favorecerán el combate cercano, en parte gracias a una IA enemiga con poco apego por su autopreservación y que no dudará en lanzarse a lo kamikaze a por nosotros. Tras reubicar a los anteriores inquilinos de forma permanente en el cementerio de Chicago, emprenderemos nuestra nueva actividad empresarial preferida y pronto tendremos una agenda repleta de misiones a cumplir para expandir nuestra esfera de influencia criminal.

Es a partir de entonces cuando Empire of Sin comenzará a desplegar frente a nosotros todos sus sistemas. En una Chicago dividida en barrios dominados por múltiples bandas criminales, negocios turbios como los bares clandestinos, burdeles o destilerías encubiertas serán el motor que mueva la economía de unas mafias que podrán controlar hasta el último de los detalles de su contabilidad. Múltiples pestañas nos ofrecerán datos sobre el número de barriles producidos a la semana, la calidad del alcohol, el número de clientes que se acercará a nuestros locales y hasta el nivel de sospecha que estaremos despertando entre las autoridades. Por supuesto, si queremos mejorar estos números, tendremos la oportunidad de invertir el dinero sucio que ganemos para que unos ingresos todavía más sucios aumenten. Así, podremos convertir los tugurios en sitios con clase, correr la voz para que más paisanos vengan a gastar sus dolarines o invertir en seguridad y disimulo para que la bofia no nos pille sirviendo copas. Y todo esto es sólo el comienzo, porque muchos más detalles como el alcohol preferido por cada barrio, acuerdos de distribución o sinergias entre los negocios nos esperarán en pantallas llenas de información para aquellos que estén ávidos de estrujar hasta el último dólar de una ciudad sedienta gracias a la Ley Seca.

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Claro que nuestra gestión no podrá limitarse única y exclusivamente a los negocios. Conforme vayamos explorando Chicago iremos descubriendo qué otros capos se disputarán con nosotros el ascenso a la cima. En el primer encuentro se preguntarán qué hacemos deambulando por su territorio y de ahí la cosa prosperará o desembocará en guerra dependiendo de nuestras acciones. Todos ellos, sin embargo, serán una fuente muy seria de quebraderos de cabeza; sus aspiraciones, su personalidad, las rencillas que mantendrán de forma paralela con otros clanes e incluso las reticencias que tendrán frente a nuestra expansión serán motivo para que constantemente estemos con un ojo en nuestro imperio y con mil en los dominios de los demás, aceptando tratos, rechazando colaboraciones para ir a la guerra y, por qué no, declarándola nosotros cuando la situación nos sea propicia. Aunque no todo serán encuentros dignos de una película de Scorsese: si somos astutos y jugamos bien nuestras cartas, gran parte del excedente de nuestra producción de alcohol podrá acabar en sus negocios a cambio de dinero contante y sonante. Además, siempre podremos venderles las armas que obtengamos en nuestras incursiones y, ya que somos criminales, colarles cerveza rebajada como si fuera alcohol de primera clase, para que espabilen. Total, más tarde o más temprano van a ser un estorbo en nuestros planes de dominación de Chicago, así que qué más dará lo de "honor entre ladrones".

Pues en realidad sí dará que hablar nuestro honor, y mucho, cuando nos vayamos relacionando con las demás facciones, pero también con los gángsters que reclutaremos para nuestras acciones expansivas. A diferencia de la seguridad de los locales, ellos serán nuestros soldados especialistas y contarán con historia propia, carencias, ventajas y un sistema de relaciones que puede ramificarse de formas realmente sorprendentes. Así, los miembros de una escuadra pueden empezar a desarrollar sentimientos los unos por los otros, liarse a tiros de forma anárquica o huir presa del pánico cuando sus compañeros caen en combate o negarse a disparar contra un amante que trabaja para un capo rival. Y estas pinceladas no tienen en cuenta factores como que su muerte será permanente, que traerán consigo sus bagajes personales o que irán desarrollando sus habilidades - o handicaps - conforme se desarrolle nuestra empresa criminal.

Queda claro a estas alturas, entonces, que Empire of Sin es un título con una propuesta realmente ambiciosa. Sin embargo, es a la hora de conjugar la totalidad de sus sistemas cuando el conjunto no consigue alcanzar el resultado deseado. En el plano del combate, su apuesta por una fórmula más ágil cojea por chocar frontalmente con una IA que no arroja problema táctico alguno, por algunos porcentajes de acierto que son, siendo generosos, discutibles o por la repetitividad de sus encuentros y enemigos. Al margen de esto, solo en los enfrentamientos con los capos notaremos que las apuestas están realmente altas, con gángsters enfrentándose entre sí, guardias con verdadera pegada y unas habilidades y armamento realmente peligrosos, haciendo que el resto de combates terminen convirtiéndose en un mero trámite. Por otro lado, hay facciones cuya presencia es meramente testimonial; en varias de mis partidas, la Policía de Chicago me tenía muy arriba en su lista de sospechosos - quizá, en parte, porque había dejado el barrio hecho un queso de gruyere - y no tomó ni una sola represalia contra mis negocios. Y eso que una vez recurrí al insulto máximo de intentar sobornar al Jefe de Policía con un (1) dólar. Por si todo esto fuera poco, unos cuantos bugs han afeado la versión a la que he tenido acceso para escribir este texto, que fue la de PC. Alguna partida guardada corrupta - esto tuvo su gracia, vista la temática de Empire Of Sin -, menús que desaparecían o un pausado eterno del juego no ayudan al cómputo general de este título.

Y aún así, a veces aparecen chispazos de auténtica genialidad en Empire of Sin. Poder planificar los asaltos a negocios rivales para que coincidan con una patrulla aliada a nuestra facción pero neutral a la rival y participar del resultado es una gozada. También lo es, del mismo modo, observar el firme progreso de nuestros negocios o encontrarse de sopetón con el hecho de que un mafioso rival te está declarando la guerra por múltiples motivos, pudiendo estar entre ellos que le caigas mal, que le estés pisando el terreno o que lleve meses guardándote rencor por aquella vez que le prometiste que esas veinte cajas llevaban vodka del bueno, importado directamente de Leningrado, y resulta que era licor de patata fermentado dos manzanas más allá. Estos detalles, sumados a su preciso sistema de gestión y al fuerte componente rejugable que otorga su alto número de facciones, son los que consiguen que Empire of Sin sea un título que sí encontrará su público entre aquellos a los que les interese un videojuego en el que tendremos que llevar todas las riendas de un imperio criminal. Y no en cualquier época y en cualquier ciudad. En Chicago. En los felices años veinte. Durante la Ley Seca. Solo que, en algunos casos, no eran tan felices. Sobre todo cuando las Thompson comenzaban su tipografía sangrienta para que los barriles de alcohol comenzaran a moverse. Salían balas y alcohol, entraban dólares ensangrentados. Una época de imperios levantados sobre el pecado.

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