Avance de Xenoblade Chronicles 3
Morir o matar.
Si tuviera que resumir en una sola palabra el carácter de la franquicia Xenoblade y lo que la hace diferente al resto de nombres que pueblan las grandes ligas del RPG japonés, probablemente esa palabra sería “exceso”. Y no me refiero solo a lo obvio, a la escala y la ambición y el alcance de unos mundos inabarcables y de unos horizontes repletos de vida salvaje en los que nada es simple decorado. Que los Xenoblade son juegos enormes en duración y en tamaño ya lo sabemos todos, pero su talón de aquiles suele llegar también por aquí; por no saber contenerse, y por confundir en ocasiones la cantidad con la calidad, dejando en cada una de sus entregas un pequeño borrón que los aparta de la excelencia.
En Xenoblade Chronicles, el original, el que sentó las bases, era una manera de entender las secundarias demasiado centrada en el número en bruto y el recado intrascendente que nos hacía recorrer demasiados kilómetros recolectando pamplinas que acababan por desdibujar su significado. En Xenoblade Chronicles 2, su secuela canónica, los problemas llegaban a la hora de abordar un sistema de combate profundo pero excesivamente complejo que convertía sus mecánicas más avanzadas en un agobiante galimatías. Y en Xenoblade Chronicles X… bueno. Dejémoslo en que lo recuerdo como un juego soberbio pero ante todo como una experiencia traumática, y en que resulta muy difícil demostrar menos respeto por el tiempo del jugador. Todavía estoy esperando una disculpa pública por la misión de sacarse el carnet de piloto.
Con estos antecedentes, lo natural era aproximarse a este Xenoblade Chronicles 3 con una mezcla de excitación y cautela. No con desgana, porque si algo sabe hacer el juego es arrancar fuerte y dejar claro desde el principio que esto vuelve ser especial, pero sí con la desconfianza de saber que en algún lado tiene que haber una letra pequeña. A día de hoy, tras una cantidad indecente de horas jugadas y completamente atrapado por un argumento y unos personajes de esos que no se olvidan, me alegra poder decir que todavía no la he encontrado. Xenoblade Chronicles 3 lo hace todo bien. Xenoblade Chronicles 3 es el equilibrio.
Y de eso, de equilibrio precisamente, trata una historia que realmente habla de muchísimas cosas más. Si hablaba de saber arrancar es porque siempre he creído que un JRPG es tan fuerte como su premisa, como esa sinopsis garabateada en cuatro líneas que te haga enamorarte de su mundo y querer seguir tirando del hilo. Quiero decir, hay una razón por la que Final Fantasy se llama como se llama. A estos juegos venimos a sorprendernos, a maravillarnos, a aceptar como ciertas normas que no son las de nuestro mundo y a ver hasta dónde pueden llevarnos. Por eso dan tanta rabia los que desaprovechan la ocasión y se conforman con una sartenada de tópicos, y por eso Xenoblade Chronicles 3 es una genialidad. Porque toma el más grande de todos, el de los reinos enfrentados, y lo hace explotar en su beneficio.
Porque en Xenoblade Chronicles 3 también hay dos fuerzas, dos civilizaciones, dos imperios enfrentados desde tiempos inmemoriales, y sus nombres no podrían importar menos. Lo que importa es la razón por la que pelean: ninguna en absoluto. Como un dedo acusador hacia el propio género, como una parodia macabra del tropo más perezoso, el argumento plantea un conflicto eterno entre dos potencias intercambiables cuya única finalidad es el conflicto en sí. O más concretamente es la muerte, y esa energía vital de los enemigos derrotados que alimenta la propia supervivencia. Matar o morir, morir o matar, porque los protagonistas del juego y todos quienes lo habitan llegan al mundo como adolescentes, como soldados, y solo tienen diez años para vivir. Sin más explicaciones que un arma en las manos y con una academia militar como jardín de infancia, sus vidas están eternamente gobernadas por un grotesco reloj que corona cada colonia y que se alimenta de las almas de los oponentes caídos, con lo que solo quedan dos opciones: dejar que se agote o pelear para ver un día más. Si todo esto os está recordando a In Time, la distópica pesadilla sci-fi protagonizada por Justin Timberlake y probablemente la mejor película de la historia, no andáis desencaminados.
Pero un punto de partida así es más que una burla y una referencia, e incluso en el intencionalmente vago y difuso dibujo de cada una de las potencias se encierran cargas de profundidad. Aquí no hay costumbres, no hay tradiciones, no hay puntos diferenciadores, porque aquí hay muy poco más que lo militar. Aquí hay barracones y uniformes, unos blancos y otros negros, porque la guerra es así de absurda. Me gustaría contaros mucho más, y teóricamente podría hacerlo, pero la historia es lo suficientemente buena como para que prefiera ser más conservador incluso de lo que me permite el embargo de preview: baste decir que al trío protagonista pronto se le unen tres personajes más, que ciertas lealtades pronto se ponen a prueba, y que hay un personaje que se llama Guernica y en absoluto es una casualidad. También hay intereses oscuros moviendo los hilos, una estructura capitular tan de anime como para obligarte a continuar y sobre todo revelaciones que literalmente me han dejado con la boca abierta (creedme, necesito comentarlo con alguien), pero ante todo Xenoblade Chronicles 3 es un descarnado y furibundo alegato antimilitarista. Y creo que no podría llegar en mejor momento.
De ahí que los combates en sí, tan omnipresentes como de costumbre, se sientan más justificados que nunca. En este sentido hay una advertencia importante que hacer, sobre todo para quienes lleguen de nuevas (algo perfectamente viable por otra parte; Xenoblade Chronicles 3 vuelve a ser una historia completamente independiente del resto de entregas que se conecta con ellas por detalles como las colonias, la geografía o los divertidos Nopon). Y digo que es importante llegar prevenidos porque Xenoblade nunca ha sido un action rpg al uso, y porque en lo mecánico se mira sin complejos en el dibujo básico del MMO: sin ir más lejos los ataques básicos son automáticos, y generalmente solo un bloque de construcción elemental para combos más largos que implican conocer ciertas jerarquías de estados para encadenar una desprotección con un aturdimiento, este con un derribo, etc. Aquí lo importante no es tanto atacar en sí como saber posicionarse y entender unas habilidades que podrían ser especialmente efectivas por la retaguardia o causar ciertos debuffs al acometer por el flanco, y sobre todo jugar en equipo. De nuevo el MMO, y de nuevo una férrea estructura de clases que se basa en tres arquetipos básicos (tanque, sanador y DPS) que más tarde explotan en literalmente decenas de subclases más especializadas. Y es importante entenderlas, porque ninguna está para hacer bonito: sea cual sea tu nivel, plantarse en combate sin uno o dos tanques competentes es un suicidio.
Llegados a un punto del argumento incluso es posible intercambiar estas clases básicas y cambiar las especialidades de nuestros reclutas, y es entonces cuando comienza la locura combinatoria: rangos de afinidad, habilidades heredadas, sistemas de vínculos… Si algo le sobra a Xenoblade Chronicles 3 es profundidad y sistemas, y por eso hablaba antes de equilibrio. Porque resulta casi milagroso que consiga aterrizar todo lo que propone, y que con una party de seis personajes fijos más un acompañante intercambiable (el juego incluye un sistema, otro más, con el que iremos desbloqueando héroes que podrán acompañarnos en la partida) los combates sean no sólo legibles, sino profundamente estratégicos. Hay mecánicas avanzadas que sacan especial punta de todo esto y de las que me encantaría poder hablaros, pero ante todo calma: pese a lo multitudinario de muchos de sus combates y al aparente caos que transmiten los tráilers, el juego organiza la información en pantalla de una manera ante todo eficiente, y sobre todo sabe administrar con maestría la presentación de nuevos sistemas. Siempre vais a saber lo que estáis haciendo, incluso cuando entren en escena las fusiones entre personajes y los robots gigantes.
Si todas parecen excelentes noticias es porque creo de verdad que lo son y que sobran los motivos para ilusionarse, aunque jugando a buscarle defectos yo solo he sabido encontrarle uno: un mundo y unos escenarios que siguen impresionando por ese sentido de la escala del que hablábamos al principio, pero que quizá sorprenden un poco menos. En parte creo que era algo esperable tratándose de lo que en esencia es una cuarta entrega, pero diría que a Xenoblade Chronicles 3 le falta ese giro, ese gimmick, se puntito diferenciador que aporte un poco de pimienta a las postales de infarto que en esta ocasión a veces se quedan en eso. Le faltan los esqueletos de dos titanes del original, el mar de nubes de la secuela o ese mundo alienígena pensado a dos escalas que hacía posible al spin off de Wii U. O quizá, pensándolo mejor, no le falte nada, porque quizá ese punto diferenciador sea la muerte. Quizá sea solo otra lección, la de que no existen negros ni blancos y que matarse por ello es obsceno. Quizá por eso, aunque fuera solo por esta vez, merecía la pena hacerlo todo un poquito más gris.