Análisis de Barrier X
Gotta go f-CRASHED.
Recuerdo a Milhouse jugando a Bonestorm en "Marge, no seas orgullosa", aquél capítulo de Los Simpson en que Bart robaba un videojuego porque lo anunciaban como si fuese lo más increíble del universo. Recuerdo estar viendo aquella escena, la de Milhouse digo, y pensar que jugar a videojuegos no es así. Él estaba sentado, con una sonrisa de oreja a oreja, el pelo revuelto como si el volumen le golpease cuan huracán, y aquella frase: "¡Genial, y tan sólo he introducido mi apodo!" Los videojuegos no son así, pensaba entonces. Hasta los más atrevidos tienen ese momento de pausa, ese inicio, tutorial, lo que sea, pero no hay un videojuego que sea empezar y ya está, diversión y acción tremenda. No voy a vivir ese momento de adrenalina. Al menos, eso pensaba. No conocía Barrier X.
¿Sufres ataques epilépticos? ¿No? Perfecto, aquí tienes luces parpadeando a toda velocidad. Barrier X abre con una breve introducción preguntándote por la resolución, si quieres ventana o pantalla completa, y desde ahí te lanza, podría decirse literalmente, al primer nivel. Eres una nave surcando una autopista a toda velocidad; puedes moverte a izquierda o derecha, pero no adelante ni atrás en el tiempo, y si la calle en la que estás se ilumina de rojo, espabila, que se acerca un muro y no quieres chocar. Si pasan 60 segundos y tu nave aún no se ha convertido en escombros, y así será, has completado el nivel, pero el juego sigue ad infinitum hasta que, inevitablemente, mueras. A primera vista, Barrier X parece una copia de Race the Sun o Audiosurf, pero resulta tener más en común con el prodigiosísimo Super Hexagon y sus patrones mareantes. Lo único que se te pide es que aguantes, nada más. Sin pretensiones. No estás tocando una canción, no vas a recolectar nada. Simplemente eres una nave y quieres seguir siéndolo, al menos una intacta. Haz tu trabajo. Barrier X piensa más en aquella dinámica de reducir el tiempo entre la vida y la muerte al mínimo para que el fracaso no sea ni una pausa. Fallo, Enter, nuevo intento, y así hasta que llegues a 60 segundos, por tus santos cojones.
Lo que engancha desde el primer momento de Barrier X es que, como aquél ficticio Bonestorm, es increíble desde el segundo en que decides abrirlo. Aquella pregunta sobre la epilepsia no es ninguna broma: sus gráficos minimalistas convierten cada carrera en una explosión de colores vivos que se mueven a toda velocidad, y el juego no se detiene ni al morir. La nave explota, el mundo explota y aparece un menú, como implosionando, invitándote a volver o, si quieres, probar otro nivel. Le das a pausa y las letras no aparecen sino caen, monolíticas, a toda velocidad, sin parar. Pulsas un botón y tiene que ocurrir algo increíble, y hasta cuando el juego dice ese último adiós antes de cerrarse no para de moverse, como si disparase con una ametralladora.
"Velocidad" es la palabra temática, tanto de movimiento como de acción. Pero Barrier X es un juego que debe experimentarse tranquilamente, sin nervios, para pensar cada movimiento con calma. Reclínate hacia atrás, abre los ojos y absorbe la imagen. Llega un punto en que todo parece ir demasiado deprisa, incluso cuando no está pasando nada. Las líneas cinéticas, los muros que pasan a tu lado, la propia nave, todo se convierte en un haz indistinguible, pero hace falta más. Más rápido, más tenso, más extremo. Cincuenta y seis segundos. Cincuenta y siete. Cincuenta y ocho. Pero Barrier X pide más que saber esquivar; esa es la premisa del primer nivel. Conforme el juego avanza aparecen otras calles y otros desafíos. La línea azul marca la dirección hacia la que tienes que moverte. La verde significa que debes estamparte contra ese muro. Si no, quedas bloqueado y no puedes cambiar de calle hasta que pulses la barra espaciadora. El resultado es un juego de dedos, movimientos y, sobre todo, atención, que convierte cada segundo en una victoria y cada giro en una escena de alta tensión. Acabas esquivando muros por una fracción de segundo, prediciendo líneas y con el pulgar sobre la barra espaciadora, listo para desbloquearte en cuanto te saltes esa línea verde. Y cada quince segundos recibes un impulso y vas más rápido. Y más. Más. Cincuenta y nueve segundos.
Barrier X es una de esas maravillosas experiencias que llegan, cumplen su función y luego dejan espacio para el siguiente divertimento. O quizá no; siempre puedes volver y seguir jugando, que el juego es adictivo e invita a otra partida. Pero es más que pura velocidad sin cerebro. Es una serie de decisiones acertadas en el diseño de cada una de las formas, del movimiento frenético de la cámara, de las líneas y sus tonos claramente distintivos. Es una música que no llama demasiado la atención pero que te acompaña en el camino y acaba instalándose en tu cerebro. Es la sensación de pasar de cero a cien en medio segundo, como si destilasen la energía. Jamás culpas a Barrier X de tus derrotas, y eso es señal de que está haciendo algo bien. Lo único que preocupa es seguir, esquivar, sentir que estás en una carrera a toda velocidad, inmerso en aquella autopista del hiperespacio, lejos de todas partes. Es compacto, tremendo y apasionado. Me recuerda a la publicidad de los años 90, sus colores y flashes, y a esa palabra que ahora suena tan estúpida: "radical". Pero define a Barrier X. Es radical hasta el infinito.