Big Bang Mini
Pirotecnia peligrosamente adictiva.
El suave traqueteo del vagón de metro mece a los madrugadores ciudadanos que, resignada pero mansamente, se dirigen a sus puestos de trabajo. El tedio general es denso como la miel de roble y sólo algunas miradas fugaces se atreven a levantar el vuelo desde los propios zapatos al periódico gratuito del compañero de asiento. Hasta que –de pronto– un bestial y estruendoso alarido desgarra y trepana los tímpanos de los viajeros; un grito inhumano habitado por una expresión de un grado de blasfemia tal que la leche en los biberones de los lactantes se cuaja en varias manzanas a la redonda y varias monjas que iban de excursión en el vagón de al lado necesitaron ser reanimadas y semirresucitadas. Sin duda, quien profirió semejante berrido estaba jugando (y, en ese momento, perdiendo) a Big Bang Mini.
Big Bang Mini (SouthPeak Games–Arkedo Studio) es un arcade irredento mata-mata-mata que sabe combinar el gusto por la dificultad, la velocidad y el desafío de los shoot 'em ups de antaño con un diseño hilarante y lleno de imaginación. Esto, que ya de por sí le haría entrar en el selecto grupo de excelentes títulos que está reviviendo el género en estos últimos años a base de reinventar y actualizar sus bases (desde el lanzamiento de Geometry Wars), viene acompañado de un sistema de juego inteligente y efectivo que hace del Stylus de la DS un arma de destrucción y diversión masivas.
La mecánica es muy simple: debemos, en la pantalla táctil, utilizar el lápiz para desplazar nuestro avatar y evitar los disparos que nos envían los descacharrantes enemigos que pueblan la pantalla superior –aunque también nos sorprenderán ataques por la retaguardia, de abajo hacia arriba–. Al mismo tiempo, tendremos que destruir a nuestros oponentes lanzándoles fuegos artificiales que dispararemos y orientaremos con el mismo gesto de quien enciende una cerilla. Al estallar, los malos malosos de la muerte dejarán caer estrellas que deberemos recoger hasta llenar una barra: cuando lo hagamos, podremos avanzar al siguiente nivel, pasando por unas excelentes fases de bonus y jefes finales para cada uno de los nueve mundos (en un total de noventa pantallas que –consejo de amigo– es mejor saber racionarse en dosis adecuadas).
Esta inicial simplicidad poco a poco irá complicándose con movimientos especiales y con una desbordante cantidad de metralla derivada del fuego cruzado: recoger las estrellas, esquivar disparos, lanzar fuegos… Lo que al principio era un mero ejercicio de atención, pronto se convierte en un delicado y constante elegir entre disparar y esquivar, entre atacar y recoger los beneficios.
La curva de aprendizaje y de dificultad a veces puede resultar un poco desesperante pero, incluso después de una ristra de fracasos sin número, seguiremos deseando intentarlo una vez más. Todo un reto que requerirá rapidez en las reacciones, agudeza en la visión periférica, precisión en el disparo y firmeza en el pulso. Sólo a base de perseverancia, entrenamiento y pericia podremos ir progresando de nivel en nivel.
Y qué niveles… Cada mundo está ambientado y diseñado con un mimo, un sentido del humor y un buen gusto dignos de señalarse. Los enemigos, los disparos, las coberturas móviles, los fondos e incluso el propio avatar varía de mundo en mundo. Iremos desde Hong Kong a Nueva York y desde el Polo hasta las Fosas abisales marinas, enfrentándonos a jefes como la Morsa Punk de los 80 Loca de la Muerte, la Gran Cabeza de Faraón de la Muerte o los Exuberantes Súper-obreros de la Construcción de la Muerte. La calidad gráfica del conjunto es sólo equiparable al amoroso sentimiento de inmediata adicción que despierta la excelente producción sonora del juego, así como a una igualmente viciante banda sonora.
Además del modo Arcade podremos probar nuestras habilidades enfrentándonos a todo el mundo en el modo Desafío o a algún colega en el modo Versus. Y si nos queda moral como para reclamar glorias mayores podremos intentar superar el modo Misión, aunque esto –es justo advertirlo– queda reservado para especímenes de una raza superior: la dificultad de algunos objetivos a cumplir es tal que alcanzar el triunfo es un privilegio que queda lejos de las capacidades de quien esto escribe.
Big Bang Mini es un ejemplo de buen hacer digno de todo elogio, cuyas únicas pegas posibles sólo pueden ser su dificultad y un cierto grado de repetición si uno se expone a él en sesiones exageradamente largas. Por lo demás, todos los elementos de este juego están inequívocamente pensados para absorber la atención del jugador, para atraparle y hacerle disfrutar. Como si se tratase de quedarse en la cama un lunes por la mañana, se nos antoja imposible concebir que alguien no quiera dedicarle sólo otros cinco minutos más. Sólo otros cinco minutitos más.