BioShock
Bienvenido a Rapture.
La mecánica de juego en BioShock no es sólo variada sino además, y mucho más importante, inmensamente divertida y desafiante. Pero que nadie se lleve a engaños: no es un juego de rol disfrazado de acción en primera persona, como a veces se ha dicho, ni es tampoco una encubierta aventura gráfica. BioShock es un shooter, puro y duro. Distinto de sus compañeros de estantería en muchos aspectos, pero sigue siendo un descendiente directo de Doom o Wolfenstein 3D como lo son Halo 3 o Call of Duty 4, por citar dos ilustres compañeros de promoción. Ahora bien, sus diseñadores se han preocupado de añadirle detalles que lo hacen ser uno de los primos raros de la familia y, en gran medida, responden a la atención de un pilar básico: está plenamente orientado a ser una experiencia monojugador. La vida útil de BioShock no puede alargarse, a diferencia de lo que ocurre con Halo 3, a base del enfrentamiento online o del cooperativo –opciones ausentes en el juego–, sino que tiene que poder sustentarse y resultar atractivo por sus propios medios. Y precisamente esta idea es la que está detrás de su mecánica de juego: cómo conseguir que quien se enfrenta a los peligros de Rapture no eche nunca de menos la imprevisibilidad y la frescura de enfrentarse a oponentes de carne y hueso. La solución es una buena –una razonablemente buena– IA enemiga y, más específicamente, dejar la innovación y la imaginación del lado de quien juega, y no de aquellos a quienes se enfrenta. Así, ¿plásmidos (modificaciones genéticas que te permiten realizar ataques especiales) o armas de fuego? ¿Cuerpo a cuerpo o trampas que cuentan con los elementos del entorno? ¿Mejoras en el daño, en la capacidad de los cargadores o en el tipo de munición de las armas? ¿Golpear y esconderse guerrilla-style o lanzarse a por todas como un arsenal andante? O, mejor aún: ¿porqué no todo a la vez? Quien busque acción y retos en BioShock va a poder encontrarlos, y en dosis altamente concentradas, además.
"I wanna wake up in a city that doesn't sleep" - F.S.
Pero no sólo la mera diversión nos lleva de vuelta una y otra vez a BioShock, sino la sensación de pisar un entorno vivo que respira, cuyos ciclos siguen adelante con o sin nosotros y que oculta dramas de los que jamás tendremos noticia. Como ya hicieran en otros medios la Los Ángeles de Blade Runner o la Neo-Tokio de Akira, Rapture –la ciudad que alberga la terrible distopía de BioShock– ha sabido abrirse un espacio de difuminada realidad en el imaginario del malestar cultural actual. En el declive y el colapso de Rapture y del proyecto que representa vemos los ecos de tantas y tantas aspiraciones humanas actualmente frustradas y, bajo el brillo y la fastuosidad del optimista art-decó de su arquitectura y su mobiliario, se arrastra la nostalgia de una inocencia que jamás podrá recuperarse.
Rapture es la auténtica antagonista del jugador de BioShock. Aprendemos a leer sus movimientos, a interpretar sus crujidos, a orientarnos por sus callejones y a esquivar sus sombras. Nos llevamos, en suma, la impresión de haber vivido Rapture, de haber formado parte de una ficción que, de alguna manera, subsiste en una realidad aparte y que nos llama para que volvamos a ella otra vez más. Esta capacidad de fascinación que ejerce la megalópolis inundada del magnate iluminado –incluso en aquellos entornos cuyo diseño no mantiene el nivel de excelencia general del resto- atestigua la calidad y la solvencia de los equipos de 2K Boston y 2K Australia a la hora de crear atmósferas y de influir en el estado de ánimo del jugador mediante una muy amplia gama de recursos narrativos y artísticos: desde la paleta de colores al uso del sonido o la iluminación, pasando por el ritmo de la acción o la distribución de las misiones.
Puede que, con el tiempo, se recuerde a BioShock por muchas cosas: quizás por su fantástica historia y por su modo de contarla, quizás por su discurso intelectual y por la reflexión que plantea al jugador acerca de su propia condición, quizás por sus notas o sus ventas, quizás por su trabajado diseño artístico o su fabulosa banda sonora. O quizás todas esas cosas caigan en el olvido y se le recuerde por todo lo que podría haber sido, pero no fue; por su no tan brillante tercio final o por lo pretencioso de su apuesta. Pero nada de eso cambiará aquello que hace de BioShock un gran videojuego con sello propio: es sinónimo de diversión envuelta en una experiencia plagada de momentos inolvidables.