Botones
Porque les debemos tanto.
En nuestro día a día, estamos rodeados de botones. No me refiero a los de las camisas, me refiero a los botones, los de verdad, los que han cambiado la historia. Usamos los botones para todo. Pulsando un botón tenemos café por la mañana, se provocan explosiones nucleares o nos comunicamos con cualquier persona. Yo ahora mismo estoy usando botones para escribir estas mismas palabras. Me aventuro a decir, con casi total seguridad, que sin botones no tendríamos nada. Y menos videojuegos.
Aunque, paradójicamente, el considerado primer videojuego comercial de la historia, el Pong, no hacía uso de botones para su control, estos pronto se convirtieron en la única manera de comunicación entre el jugador y su alter ego digital en el juego. Un botón y Mario salta sobre un barril, un botón y Link acaba con Ganondorf, un botón y el delantero de España marca el cuarto gol a Brasil, un botón y Sonic le patea el culo a Robotnik, un botón y salvamos el mundo, sin que nuestro nombre pase a la historia.
Tenemos mucho que agradecer a los botones y a la par mucho por lo que maldecirlos. ¿Por qué Lara Croft no salta justo donde le indiqué pulsando el botón? ¿Por qué el marine de Doom no dispara más rápido si estoy aporreando el botón hasta que me sangren las uñas? ¿Por qué? ¿Por qué? Argh, odio, cuanto odio, odio que se traduce en aporrear los botones con más fuerza, como si fueran las terminaciones nerviosas del juego y con ellos le castigáramos por ser cruel con nosotros, por no obedecernos como es debido, por rebelarse.
Pero, ya fuera por errores de programación o por nuestra propia torpeza, aceptamos las consecuencias, volvemos a agarrar el mando y seguimos pulsando botones. Unos botones que ni siquiera miramos. Sabemos dónde está cada uno, confiamos en ellos porque sabemos que no se pueden mover, que aceptarán cada golpe con resignación y orgullo sabiendo que sin ellos, nosotros no seríamos más que unos tipejos raros agitando los pulgares compulsivamente. Sí, le debemos muchísimo a los botones.
¿Y entonces por qué los estamos despreciando tanto hoy en día? Lo llaman el futuro de los videojuegos, pero yo lo llamo el caos, la pérdida del control. Una pérdida de control que para mayor desgracia no tiene una solución posible en muchos casos. ¿Sabéis ya de lo que estoy hablando?
Pantallas táctiles, Wiimotes, Kinects y PS Moves. No me cansaré en despreciar este tipo de controles hasta que me demuestren que puedo tener el mismo control sobre mis juegos que usando un pad convencional, con sus botones. De momento no es así, para nada. Lo que tenemos de momento es descontrol, agujetas y frustración. ¿Queréis razones? No creo que haga falta darlas a aquellos que habéis jugado con un smartphone con pantalla táctil, una Wii o utilizado los "revolucionarios" periféricos de Xbox 360 y PS3, pero voy a intentar exponer algunas.
No me cansaré en despreciar este tipo de controles hasta que me demuestren que puedo tener el mismo control sobre mis juegos que usando un pad convencional.
Tengo un iPhone y un iPad, y juego bastante con ellos. En lo que respecta a juegos táctiles, esos cuyas acciones se limitan a un toque con el dedo aquí o un deslizamiento con el susodicho allá, no tengo queja, pero sí limitación. Estoy limitado a jugar un tipo de juegos creados para ese control. Ah, que deseas jugar a un port de Streets of Rage 2... pues vas a tener un problema y se llama pad táctil. Yo lo llamo putos dibujitos o asquerosas pegatinas cuya única función es recordarte dónde tienes que volver a colocar los dedos cuando estos se desplacen fuera de la zona de control, algo que va ocurrir sí o sí cuando uno toca una superficie uniforme. En un momento estamos controlando a Axel casi igual que lo hacíamos en Megadrive y al segundo siguiente estamos golpeando una parte inerte de la pantalla con el pulgar de forma efusiva e inútil.
Pensaría que este odio por mi parte sería exclusivamente un problema personal si no fuera porque la misma industria nos da la razón a los que albergamos dicho odio. Sacar smartphones con pad incorporado, como el Xperia Play, pads externos que se conectan a dispositivos táctiles e incluso tristes ventosas que simulan botones, simplemente es aceptar que, hoy en día, con una pantalla multitáctil no se puede tener el control total en un videojuego.
La Wii, ¡ay, la Wii! ¿Qué puedo decir aparte de todo lo que se ha vertido sobre el Wiimote? Nintendo nos prometió el oro y el moro, el Nirvana del control con su Wiimote; y la realidad fue mucho más dura. Entonces Nintendo rectificó, y nos vendió el Wiimote Plus como una experiencia mejorada cuando en realidad era lo que debía haber lanzado desde el principio. Al final, ni una cosa ni la otra.
Vengo sufriendo el Wiimote Plus desde hace semanas con el Zelda Skyward Sword, o como lo voy a conocer a partir de hoy "La fiesta de recalibración del Wiimote". En este caso, el descontrol que sufrimos viene asociado a unas agujetas y cansancio físico que viene a limitar el tiempo que podemos dedicarle a un videojuego, aunque este demande mucho tiempo, como es el caso del propio Zelda.
La suerte es que al menos Nintendo se dignó a darnos la alternativa del mando clásico, con sus botones, que es un excelente mando para controlar todos los juegos que sean compatibles, claro está.
Y después del Wiimote, llegaron Microsoft y Sony con Kinect y PSMove respectivamente. De este último no puedo opinar porque no me salió de los huevos hacerme con uno, ni me saldrá. Pero viendo su nivel de ventas, y el escaso catálogo de juegos del que dispone a su disposición, creo que está todo dicho.
En cuanto al Kinect, os contaré una historia. Esta pasada Navidad, mi mujer me regaló un pack de este cansino periférico junto con tres juegos. Decidió comprarlo al verme interesado en él en una de nuestras numerosas visitas a esa superficie comercial de electrónica tan famosa. Lo devolví. No voy a negar que me llamó la atención, es cierto, pero tras pensar 5 minutos cambié fácilmente de opinión. ¿Por qué? Sencillo. Primero, por la incomodidad. No quiero que un periférico decida dónde tengo que colocarlo para que funcione correctamente, ni quiero que me diga que tipo de ropa tengo que llevar puesta para que detecte mi figura sin errores. Además, sé que tras 20 minutos de juego continuo mi cuerpo empezaría a resentirse y a pedirme un poco de tregua.
Lo que estamos viviendo y sufriendo hoy en día hay que llamarlo por su nombre: ensayo y error.
Y segundo, su triste catálogo. Los juegos de Kinect son para Kinect y están limitados a Kinect. La idea de usar el pad como control secundario me resulta irrisoria, al igual que a la inversa, como va a ser el caso de Mass Effect 3 y sus comandos de voz. Sin botones, en Kinect cualquier movimiento común que hagamos o palabra que pronunciemos se puede tornar en nuestra contra, algo que no ocurre con los botones (si estos se pulsan en el momento oportuno).
Ahora mismo estoy releyendo mis propias palabras y sueno como un ser añejo que piensa en el pasado como el mejor de los tiempos, sin desear que el futuro venga y lo cambie todo. Lo malo es que esa ola del futuro ya ha entrado, y al final lo cambiará todo sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. Pero lo que estamos viviendo y sufriendo hoy en día hay que llamarlo por su nombre: ensayo y error.
La tecnología de sensores que detectan nuestros movimientos aun tiene un largo camino por recorrer. Tiene que mejorar su sensibilidad y establecer unos patrones mejores para que el control por parte del jugador sea absoluto, y aun así, no conseguirán que cualquier juego se controle al mismo nivel que se hace hoy en día con un pad. Así que, amigos míos, creo que hasta el día en que estire la pata, yo seguiré amando a mis queridos botones.