Avance de Card Shark - Hacer trampas es difícil, pero los ricos no se merecen su dinero
Voltaire no tenía razón.
Hacer trampas es difícil. No cuando hacemos trampa de forma casual, descarada, con gente que nos importa o conocemos bien, pero sí cuando estamos en un contexto más competitivo, donde las reglas se imponen más estrictamente y quizás haya incluso algo en juego. Los trucos de mano y los juegos psicológicos que funcionan con gente que nos presupone buena fe o no quieren discutir con nosotros no funcionan de la misma manera con los desconocidos, y menos aún cuando hay motivaciones que van más allá del mero placer de jugar. Por eso, cuando hay dinero implicado, no solo es más difícil hacer trampas, sino que estas pasan de ser una falta de respeto o una muestra de inmadurez a algo mucho más problemático, y legislado por la ley: una estafa.
Card Shark nos pone en la piel de un estafador. Encarnando a un joven mudo que conoce al Conde de Saint-Germain, un conocido estafador que hizo algo más que pillerías en la Francia prerrevolucionaria del siglo XVII, nuestro deber será aprender sus mejores trucos, ayudarle en sus negocios y, a partir de cierto punto, bajar al barro de la estafa. Es decir, comenzar a hacer trampas por nosotros mismos para esquilmar a los pobres desgraciados que se nos pongan por delante.
En ese sentido, Card Shark no es un juego de cartas. Para empezar, porque algunos de sus juegos no son de cartas, pero también porque su mecánica principal no consiste en jugar bien a las cartas: la base de Card Shark es hacer trampas.
Al comienzo de cada partida Saint-Germain, u otro de los personajes del campamento de gitanos en el que nos escondemos temerosos de ser acusados de un crimen que no hemos cometido, nos explicará cómo vamos a ganar las partidas que tenemos por delante y qué necesitamos saber para hacerlo. Marcar cartas, cambiar mazos o mirar las manos de los rivales serán cosas que tendremos que aprender para salir victoriosos. Pero dado que estamos apostando dinero y haciendo trampas, nuestros rivales van perdiendo lentamente su paciencia, poniéndonos así un límite estricto: en cuanto se cabreen - por haber perdido mucho, por haber gastado demasiado tiempo o porque nuestras trampas son muy obvias -, se levantarán, llamarán a los gendarmes, y se asegurarán de que nuestras trampas nos salgan caras. Esto añade una tensión añadida al juego: siempre estamos jugando contrarreloj, ya que cuanto más tiempo nos lleve ejecutar cada truco, más sospecharán nuestros rivales.
En ese sentido, el juego aprovecha todas las posibilidades del mando para crear la sensación de que cada truco que hacemos es diferente. Marcar cartas, servir vino o hacer una señal para indicar el valor y el palo de una carta son acciones que utilizan el joystick de un modo que nos implica en el juego, haciéndonos sentir que estamos siendo parte activa de esa victoria. No nos limitamos a elegir en un menú la opción correcta, sino que tenemos que comunicarla sutilmente con nuestras acciones, dándole otro componente extra de inmersión, también en el hecho de lo fácil que es meter la pata y acabar perdiendo con nuestras propias trampas.
A su excelente diseño mecánico cabe sumar que la ambientación es igualmente exquisita. Al transcurrir en el siglo XVII y tener por mentor a Saint-Germain, nuestro deber es ascender desde las tabernas más turbias hasta conseguir llegar a Versailles, donde esperamos poder desplumar al Rey Sol, el mismísimo Luis XIV. Todo con el propósito de ayudar a los desfavorecidos y cambiar el sistema - algo que podrá molestar a los historiadores; Saint-Germain no fue conocido, precisamente, por sus ideas revolucionarias -, avanzando lentamente en una historia de traiciones, secretos y enemistades que solo descubriremos ganando los juegos en los que hacemos nuestras trampas, asegurándonos ganar las partidas incluso en las circunstancias más desfavorables.
Pero si la ambientación funciona tan bien es gracias a su excelente dirección de arte. Con un estilo pictórico envidiable de trazo grueso, colores sucios y alto contraste, unas animaciones cuidadas hasta lo enfermizo y una pantalla muy legible en los segmentos jugables, el juego hace todo para que sea tan agradable de jugar como excelso de observar. Su único problema que hemos encontrado en la demo, disponible en el Steam Next Fest, son un puñado de bugs y la repetitividad de la música, que si bien nunca se hace demasiado patente sí podría acabar cansando a largo plazo.
En cualquier caso, estos son problemas menores que pueden depurarse cara a la versión final. No por nada, nunca un videojuego ha transmitido tan bien la dificultad de hacer trampas a la vez que nos presenta unos personajes ricos, repletos de matices, que además son rostros conocidos, como los ya mentados Saint-Germain o Luis XIV, pero también otros, como el filósofo Voltaire, no muy a favor de nuestras prácticas criminales.
Eso, junto con dos modos de dificultad extra - un modo historia, para quien quiera solo saber lo que ocurre; y un modo roguelike, para quienes quieran sufrir -, hacen que el juego tenga potencial para llegar a mucha más gente de lo que podría parecer de entrada. Algo que nos hace pensar que esta manera de no errar del tiro de Devolver Digital, los distribuidores de Card Shark, y que recientemente nos han dado auténticas joyas del medio como Loop Hero, Inscryption o Death's Door, solo puede deberse a que nos están haciendo trampas. Que tienen algún conocimiento secreto sobre el futuro o sobre qué hace a un juego excelente e inolvidable. Pero incluso si nos están haciendo trampas con esos poderes esotéricos, como con Card Shark, es tan satisfactorio ver cómo se resuelve todo que nos da igual. Solo queremos poder seguir jugando sin tener que esperar a una fecha de salida que todavía desconocemos.