Child of Eden
La perfecta sinestesia digital.
Tras terminar Child of Eden, todavía no tengo muy claro si he jugado a la secuela espiritual del Rez de Dreamcast o he asistido a la versión interactiva de un macro-videoclip (como podría ser el Interstella 5555 de Daft Punk) de Genki Rockets, el grupo virtual de música electrónica liderado por Tetsuya Mizuguchi. Tampoco estoy convencido de si el salón de la oficina es el lugar más apropiado para probarlo, o si quizás el nuevo juego de Ubisoft pertenece más bien a un museo de arte contemporáneo, donde podría estar expuesto junto a las instalaciones multimedia de artistas como Nathaniel Stern o el colectivo WAZA. Pero de lo que no tengo duda es de que estoy ante una experiencia fresca e innovadora, una de esas obras que no dejan a nadie indiferente y que, quizás de forma premeditada, alimentan la eterna discusión sobre si los videojuegos son o no arte.
Su creador, Tetsuya Mizuguchi, no es ajeno a la experimentación multimedia. Aunque muchos lo recordarán por ser el artífice del glorioso Sega Rally, este diseñador japonés se siente mucho más cómodo con las obras que mezclan con harmonía interactividad, arte visual y música. Space Channel 5, Lumines y, sobretodo, Rez iban por ese camino, pero es con Child of Eden con el que finalmente ha conseguido producir la perfecta sinestesia digital.
Basado en un poema escrito por el propio Mizuguchi, Child of Eden narra la historia de la reconstrucción digital de la memoria de Lumi (un nombre poco acertado para el mercado español, ciertamente), el primer ser humano nacido en una estación espacial, y como todo el proyecto corre peligro ante el ataque de un virus. Al igual que ocurría con el psicodélico viaje astral que nos mostró Stanley Kubrick en 2001: Odisea en el Espacio, Child of Eden no se sustenta en una narrativa simple basada en cinemáticas para explicar la historia, sino que lo hace a través de colores, formas, sonidos y retazos de la imagen de la propia imagen de Lumi (interpretada por la modelo Rachel Rhodes).
El desarrollo toma la forma de un shoot 'em up on-rails en el que los disparos tienen propiedades sonoras que lo acercan (salvando las distancias) al género rítmico/musical y en el que somos tanto espectadores como parte activa a partes iguales. El apartado jugable, en realidad, se parece mucho al de Rez, título con el que comparte un peculiar apartado gráfico y una banda sonora compuesta exclusivamente por música electrónica. Hay, sin embargo, ciertos matices: el mundo de Child of Eden es muchísimo más orgánico que el ciberespacio de Rez, la evolución gira en torno a lo que nos rodea en vez de en nuestro avatar y, mientras que en el anterior juego el objetivo último era la destrucción, aquí nuestros ataques sirven para regenerar las memorias de Lumi.
Pero además de ser una experiencia sensorial excepcional, Child of Eden también puede alardear de una excelente implementación de control a través de Kinect, con una respuesta rápida y bastante precisa. Con la mano derecha podemos marcar hasta ocho objetivos para luego lanzarles misiles abriendo el puño, con la izquierda usar una ametralladora y alzando los dos brazos se hace el ataque Euforia, que elimina a todos los enemigos de la pantalla. De todas formas, aunque el resultado obtenido con el sistema de control gestual de Microsoft es francamente bueno (junto con Dance Central, de hecho, el mejor hasta la fecha), sigue siendo el tradicional gamepad la interfaz con la que mejor se maneja.
La única pega del juego de Ubi la encontramos en su duración, porque los cinco niveles principales que lo componen se pueden terminar sin muchos problemas en un par de horas. Además, es algo tosco a la hora de enmascarar sus tretas para alargar la experiencia: no basta con terminar un nivel, si no que se debe conseguir un determinado número de estrellas (con las que se valora nuestro rendimiento) para poder acceder al siguiente. Se invita a la rejugabilidad con varios niveles de dificultad y hay numerosos elementos desbloqueables (un mundo extra, artworks, vídeos musicales, modificadores jugables, etc.) o marcadores online, sí, pero es innegable que algún nivel más no le hubiese venido nada mal.
Child of Eden es un título que generará polémica. Lo hará, en parte, por su naturaleza intrínseca como obra de autor (es, quizás, el más personal de todos los juegos creados por Tetsuya Mizuguchi), pero sobretodo porque mucha gente no verá en él nada más que un shooter que cuesta casi cincuenta euros con una duración escasa (obviando, claro, su tremenda rejugabilidad). Es cierto que quizás la distribución digital en Xbox Live Arcade y un precio más razonable no hubiesen estado de más, pero aún así es totalmente recomendable: ahora mismo no hay ninguna experiencia audiovisual tan arrolladora en el catálogo de Xbox 360 (salvo Rez, claro) y es el título más interesante publicado hasta la fecha para Kinect (aunque no sea exclusivo para él). ¿Son los videojuegos arte? No es mi función decidirlo, desde luego, pero con títulos como Child of Eden están cada día más cerca de ser considerados como tal.