Análisis de Chime Sharp
El Tetris musical.
Hace casi una década un nuevo juego casual llamado Chime sorprendió a propios y extraños engatusando con su curiosa dinámica de puzzle musical. Planteado sobre un secuenciador, su mecánica básica se resumía en una combinación de fichas para formar líneas que sonaban según su colocación. Ahora, ocho años más tarde, los chicos del estudio Chilled Mouse han editado una secuela con novedades que, aunque no reinventan el juego, sí lo refrescan con una capa de pintura nueva (nunca mejor dicho), más canciones y modalidades de juego extra, que suman horas en este mundo de puzles.
Lo que tenemos aquí, sintetizando, es un Tetris musical de reinventadas formas, que adapta el género más clásico a los estándares actuales. La parrilla sobre la que jugamos es una cuadrícula por la cual circula una beatline que marca el ritmo y a su vez va interpretando las fichas que entran en acción con un funcionamiento similar al de un sintetizador musical, que viene siendo el punch de Chime. De esta forma, cada figura corresponde a una nota, y cada una de ellas, según la zona o forma, se convierte en notas con distintas frecuencias individuales. Pero la función de sintetizador no se queda únicamente aquí: cada combo de piezas también da como resultado un acorde más elaborado que se suma como una pista nueva, creando un conjunto sobre la misma tonalidad mucho más amplio. Todo esto, finalmente, va interactuando con la base de fondo que propone cada fase. Para hacerse mejor una idea, se crea un gran secuenciado de distintas pistas que van enriqueciendo todo el conjunto.
Los secuenciadores de loop son cada vez más más accesibles y simplificados para un público general. Los amantes de la música electrónica recordarán cómo FruityLoops (FL Studio) empezaba hace 20 años a dar acceso a estos juegos de programación. La línea ha evolucionado tanto que hoy en día encontramos este tipo de formato creativo online en programas como Tonematrix, iNudge o el maravilloso Incredibox, con pistas de combinación más limitadas pero más elaboradas y un concepto imaginativo muy innovador y al alcance de todo el mundo. Si no lo conocéis, os recomiendo pasar y echaros un rato, aunque os advierto que no vais a poder hacer solo un single.
Chime Sharp en este sentido también es muy embaucador, y su modificable banda sonora lo empapa todo salvando, curiosamente, un menú principal que está en silencio como zona de descanso. En sus fases, al margen de la creación musical, suma el aliciente de un objetivo: combinar la mayor cantidad de bloques para formar plataformas de 3x3 que hacen las veces de "líneas", para con ellas desbloquear desde el fondo sobre el que jugamos (no, no termina como un Mad Ball del 98 o Magic Bubble, donde el premio adulto era una mujer excediendo la línea de la insinuación; aquí el fondo sigue siendo un fondo plano). Intentar desbloquear el cien por cien de la fase no es demasiado fácil, pero para eso ayudan las bases musicales, para ofrecer la motivación de continuar viendo la evolución de la canción creando más líneas y conocer más combinaciones que no hayamos escuchado.
Sin embargo, mientras que en Tetris el fin del juego era llenar la pantalla de bloques, aquí el fin lo puede marcar o bien el tiempo, o bien dejar bloques sin ligar que terminen desapareciendo a cambio de restarte bonificación o perder vidas según el modo de juego en el que te encuentres. Partimos de un modo estándar en el que el objetivo es completar el 100% de la pantalla, y a partir de ahí tendremos estos otros modos con límite de vidas o el clásico contrarreloj.
En la información de cada fase disponible se marcan los bpm de cada una, que para los más despistados significan los "beat por minute" (golpes por minuto) que establecen la velocidad a la que se reproduce una pieza. En Chime Sharp encontraremos canciones de 92 a 138 bpm que, dentro del lenguaje musical, se enmarcan dentro de los ritmos "andante" y "Allegro". Como comentaba al principio, será la beatline que recorre de izquierda a derecha el escenario la que nos ofrezca más consciencia del tempo, y la que a su vez genera las líneas según vayamos formándolas.
A medida que avanzamos por las diferentes fases descubrimos otro plano de dificultad interesante, y es que las canciones tienen su propio panel cromático. Hasta aquí nada nuevo; es algo que forma parte de la concepción de arte y si no se rompiera la monotonía visual el atractivo disminuiría enormemente. Sin embargo, la mezcla de colores que van apareciendo añaden una confusión extra que dificulta las combinaciones. Imaginad, de nuevo partiendo de Tetris, que todas las figuras fueran rojas y que formando líneas pasaran a ser granate permaneciendo en el mapa. Ahora sumemos la dimensión del fondo de fase, ese que no es una mujer en biquini sino un plano de color, y que a medida que vamos desbloqueando adopta otro color distinto, imaginemos de tono vino, y que a medida que vamos desbloqueándolo se convierte en rojo oscuro. Por si esto fuera poco, las piezas que quedan sueltas a medida que se acercan a su desaparición también van mutando en otros tonos similares. Sí, sé que leído suena también confuso, pero como conclusión, ¿os acordáis de los puzzles de color de The Witness? Pues esto no es lo mismo, pero tampoco es una invitación a los daltónicos.
Aclimatarse a las fases visualmente más complicadas lleva un tiempo, al margen de nuestra agilidad, porque simplemente lo que vas construyendo resulta casi ininteligible. Hay que estar bastante concentrado y memorizar la leyenda de significados que supone cada Pantone.
Para despejar cualquier tipo de duda, no es un juego de agilidad rítmica en el que la música te señala entradas de acción, como en el caso, por ejemplo, de 140; aquí la música no es una guía: es una consecuencia. Sinceramente, el juego funciona exactamente igual si no tuviera estos ritmos y llevase una música convencional de fondo. No cambia en nada las dinámicas, ni ayuda a afinar la habilidad colocando las piezas. Sin embargo, el sello de identidad musical es tan grande que hace de su innovación su máximo representativo. Los patrones que permiten crear tus propias combinaciones musicales tienen un valor inmersivo que, combinado con el género puzle, realza claramente su efectividad. Conceden el sentimiento de sentirse creador de contenido, y esto premia la satisfacción.
Hablando de innovar con los secuenciadores musicales, no quisiera acabar el texto sin un guiño a la patente del Reactable, una mesa digital que responde a través de bloques sobre su superficie, inspirada en los sintetizadores modulares de los años sesenta. Realmente es un orgullo que una forma tan revolucionaria de expresión haya sido creada aquí, en Barcelona (por un grupo de Tecnología Musical de la Universidad Pompeu Fabra), presentando una nueva forma de creación musical colaborativa tan innovadora y con una interacción que hasta entonces ni se había imaginado. Chime Sharp no es colaborativo, porque no tiene multijugador local, pero aún así es un excelente rompecabezas sonoro que cualquier amante de la música disfrutará teniendo en su biblioteca.