Costume Quest
Hello-win.
Los combates, de hecho, son especialmente particulares. No sólo por su planteamiento visual (al entrar en ellos nos transformamos en gigantes, por ejemplo en una especie de Mazinger Z al llevar el disfraz de robot), sino porque resulta curioso que un estudio occidental haya apostado por un esquema muy similar al de los JRPGs con un desarrollo por turnos de implementación más bien simple.
Principalmente se pueden hacer ataques normales y movimientos especiales (que varían según el disfraz que llevemos puesto y que pueden tener efectos ofensivos, defensivos o de cura), aunque el uso de los sellos de guerra añade un componente estratégico. Las hay de todos tipos, desde las que simplemente aumentan el nivel de daño de los ataques hasta las que permiten realizar un contraataque automático al hacer una defensa con éxito. Por lo general la mecánica de este sistema es muy dinámica y entretenida, aunque su profundidad es limitada y sólo muestra variaciones dependiendo del disfraz o carta que usemos en un momento dado. También hay subida de niveles (siendo diez el tope), pero el juego es muy permisivo con ello: lo normal es que acabes el juego con el máximo sin necesidad de hacer nada especial ni dedicar tiempo a ello.
El último aspecto, la recolección de objetos, también tiene una cierta importancia. Lo más básico son los caramelos, que sirven para comprar los diferentes sellos de guerra, aunque también se pueden coleccionar cartas que podremos intercambiar con otros niños (obteniéndolas todas se consigue un curioso extra). Y siendo la principal gracia del juego los diferentes disfraces, descubrir los planos para fabricar todos se convierte en uno de los principales objetivos.
Quizás para algunos usuarios pueda suponer un escollo la simplicidad que emanan casi todos los apartados de Costume Quest, pero en realidad ese es uno de sus principales encantos y algo necesario en un juego que va dirigido a todo tipo de público, desde chavales de corta edad a adultos que quieren sacar al crío que llevan dentro. El gran handicap, y ahí sí que no hay excusa, es una duración bastante limitada: la aventura puede terminarse en cinco o seis horas, y pese a que la presencia de side quests y coleccionables puede alargar la vida del juego tampoco se nos proporcionan los suficientes alicientes como para que la experiencia sea muy rejugable. En cualquier caso, Double Fine nunca pretende competir contra los "grandes" del género, y su naturaleza descargable ya es indicativa de que la comparación con un producto a precio completo está totalmente fuera de lugar.
Costume Quest es, en definitiva, una de esas gratas sorpresas que de vez en cuando nos regala el bazar de Xbox Live o la PlayStation Store. Con una arrolladora personalidad, un atractivo diseño artístico y, ante todo, un grandísimo y disparatado sentido del humor, lo último surgido del estudio de Tim Schafer es, sin duda, el juego perfecto para este Halloween.