Análisis de Deus Ex: Mankind Divided
Aumentado.
El pasado fin de semana, durante casi dos días, me obsesioné con la idea de colarme en una rave clandestina en Praga. En teoría solo se podía acceder a ella usando una tarjeta especial, pero intuía que habría otras formas de hacerlo. Escuché atentamente a los pequeños grupos de gente que se concentraban en el barrio rojo, con la esperanza de que hablasen sobre dicho evento. Busqué pistas en una tienda de música y en varios locales de moda del barrio adyacente. Hablé con los mendigos y yonkis que dormían junto a las vías del tren, porque ellos conocen mejor que nadie el bajo vientre de la ciudad. Incluso busqué un acceso alternativo desde las alcantarillas. Pero todo resultó infructuoso y al final, en pleno arrebato de rabia, pegué dos tiros con una escopeta a la puerta. Para mi sorpresa, cayó en pedazos; así, de la forma más bruta e inesperada, conseguí adentrarme en una fiesta ilegal alimentada por drogas de diseño y música electrónica a todo volumen.
Evidentemente la semana pasada no estuve haciendo el cafre en la República Checa, sino jugando casi sin descanso a Deus Ex: Mankind Divided, la secuela de uno de mis títulos favoritos de la pasada generación. Lo de la rave es solo una anécdota más, pero creo que resume a la perfección hasta qué punto llega a ser inmersivo y rico en opciones el juego de Eidos Montreal, un popurrí de sigilo, diseño, cyberpunk, conspiraciones y elecciones morales que te atrapa al instante y no te suelta hasta que corren por la pantalla los -larguísimos, por cierto- títulos de crédito.
Mankind Divided es una continuación directa de Human Revolution, así que resulta bastante recomendable haber jugado a la entrega anterior antes de empezar el nuevo juego (aunque también se incluye un vídeo de diez minutos que te pone al día con prácticamente todo lo que necesitas saber). Tras la debacle provocada en Panchaea la relación entre humanos y aumentados es más tensa que nunca, y un atentado terrorista es la chispa que termina por encender un polvorín que explotará si el protagonista, Adam Jensen, no logra dar con los autores. Pero esto es Deus Ex, así que nada es lo que parece a simple vista: detrás del conflicto hay corporaciones e intereses financieros, así como una oscura conspiración orquestada, cómo no, por los Illuminati.
Siguiendo la tradición marcada por algunos de los grandes clásicos de la ciencia-ficción del siglo XX, Eidos Montreal relaciona esta distopía tecnológica con algunos problemas actuales (racismo, homofobia, la situación de los refugiados, el terrorismo internacional y el fanatismo religioso, entre otros) invitando a la reflexión sin aleccionar o pontificar en ningún momento. Son estos paralelismos los que más brillan en una historia más sencilla que la de Human Revolution, que trata de alejarse de la complejidad de aquella para optar por un enfoque menos enrevesado y más directo. Se nota en esta secuela una mayor madurez en la narración y un impecable trabajo a la hora de recrear el futurista mundo que rodea a Jensen, así como un mayor dominio a la hora de introducir tramas secundarias y un ecléctico plantel de personajes bien definido.
Sin embargo, hay ciertos aspectos en cuanto a narrativa en los que los guionistas aún tienen margen de mejora. El primero son las implicaciones de las decisiones morales que toma Jensen en momentos puntuales, bifurcaciones argumentales que, en realidad, acaban llevando al mismo punto horas más tarde, alterando matices en la forma pero no en el fondo. El otro es un viejo conocido que recordaréis todos los que terminasteis Human Revolution: poca maña a la hora de finiquitar la historia, con un final abrupto que abre las puertas de par en par a una nueva entrega, pero que deja un regusto un pelín agridulce al no estar a la altura del fantástico nivel que alcanza el resto de la aventura. Que esto no os eche atrás, en cualquier caso: las casi dos docenas de horas que he pasado con Mankind Divided en los últimos días son, por lo general, las más satisfactorias que he pasado en lo que va de año con un videojuego.
Es así porque, más allá de poseer una trama atractiva e interesante, el nuevo Deus Ex es un excelente título de acción y sigilo, con un ADN propio muy reconocible. La fórmula es, en esencia, la misma que la de su antecesor, aunque con un diseño que está varios pasos por delante, con una libertad mucho mayor, numerosas opciones más para superar los diferentes retos y unos escenarios que salen muy beneficiados del mayor énfasis en la verticalidad de los mismos. Es Deus Ex con esteroides, para que nos entendamos, una especie de sandbox que invita a la experimentación, la planificación y, por qué no, a la enfermiza exploración de un mundo -dividido en varios hubs- plagado de secretos, rutas ocultas e información contenida en ordenadores que terminan de dar forma a su particular universo.
Es también la obra de unos desarrolladores que han sabido identificar y solucionar las aristas más molestas Human Revolution. El nuevo sistema de coberturas es mucho más flexible y, sobre todo, más solvente, haciendo que la infiltración y el combate no se resientan por culpa de imprecisiones en el control. También ha mejorado muchísimo un gunplay que, pese a seguir relegado a una posición secundaria, ahora es mucho más satisfactorio, incorporando incluso el sistema de modificación al vuelo de armas de Crysis, el cual permite rápidamente quitar o poner silenciadores o mirillas, optar entre diferentes tipos de munición o intercambiar diferentes modos de tiro.
Otros elementos, en cambio, se mantienen -de forma inteligente, en mi opinión- prácticamente inalterados. Las mecánicas de hackeo no presentan cambios de calado, la gestión de inventario es más o menos la misma y los diálogos siguen desarrollándose utilizando una interfaz tipo rueda como la que popularizó Mass Effect. Tampoco varía mucho el uso de los aumentos, limitados por la barra de energía, aunque con la introducción de varios nuevos, los catalogados como experimentales (lanzar las cuchillas de los brazos o realizar hackeos remotos, por ejemplo), entra en juego una variable de overclock que obliga a realizar pequeños sacrificios en el árbol de habilidades, descartando algunos para que el cuerpo de Jensen sea capaz de soportar su carga.
Lo verdaderamente gratificante es que lo nuevo y lo viejo casan con total naturalidad, conformando una experiencia de lo más agradable en la que incluso se pueden apreciar dejes y elementos de diseño a priori más propios de otra época, pero que aquí suman y enriquecen en vez de resultar un lastre. En Eidos Montreal demuestran tener las ideas muy claras, y saben qué es lo que funciona en su particular visión de la franquicia. Eso es lo que han potenciado (la libertad, el sigilo, la temática adulta, la estética) en una campaña extensa que invita a ser rejugada en el modo New Game +, conservando aumentos y modificaciones para poder explorar aún más posibilidades, misiones alternativas y tramas secundarias que se nos hayan podido pasar por alto en la primera ronda. O puede que, quizás, simplemente queráis volver a jugar la historia principal para disfrutar de su excelso diseño visual y su fantástica banda sonora, una vez más a cargo de Michael McCann.
Fuera de ella se incluye un modo adicional, Breach, compuesto por niveles cortos (que se ampliarán en el futuro con DLC gratuito) y una experiencia más arcade, enfocada a la puntuación y la competición en tablas de tiempos online. En ella se explica una historia paralela (la incursión de un grupo de hackers en los servidores del Banco Palisade para extraer secretos corporativos, en plan WikiLeaks) y se utiliza un diseño visual distintivo dando forma a un mundo de realidad virtual en el que poner a prueba las habilidades aprendidas en la campaña. Es un extra bien moldeado que, si bien no aporta mucho al universo Deus Ex en términos narrativos, sí añade un plus de valor y longevidad a un producto que no pierde el tiempo en incluir modos multijugador insustanciales para alargar su vida útil.
Donde sí ha dedicado mucho esfuerzo Eidos Montreal es en la creación del nuevo Dawn Engine que mueve Mankind Divided. En Human Revolution se usó una versión modificada del motor del reboot de Tomb Raider de Crystal Dynamics, y eso pareció limitar la creatividad de los diseñadores en ciertos puntos. Ahora, con una tecnología creada a medida, pueden dar rienda suelta a su imaginación y potenciar aspectos como esa verticalidad de los escenarios de la que hablábamos más arriba. El resultado, sin embargo, tiene un par de pequeños puntos oscuros; el rendimiento en consolas no es óptimo, con tirones en el frame-rate cuando nos movemos por las partes más detalladas de los hubs (en secuencias de exploración, afortunadamente, porque durante la acción no hay problema alguno), y las físicas ragdoll al arrastrar los cuerpos de los enemigos pueden producir situaciones cómicas. El primer punto es inexistente en PC y, quizás, se pueda solucionar más adelante con algún parche, mientras que el segundo solo genera molestias en un par de ocasiones aisladas, así que son males menores.
El tiempo acabó poniendo a Deus Ex: Human Revolution en el lugar que merecía, tras una racha inicial de críticas algo injustas, y con esta secuela se confirma con creces la validez de la visión de Eidos Montreal para el clásico ideado por Warren Spector. Mankind Divided es una secuela que para algunos puede resultar demasiado conservadora, pero que para otros -entre los que me incluyo- termina de pulir una fórmula muy atractiva y una forma de entender los juegos de sigilo, combinándola con un impresionante mundo de ciencia-ficción que atrapa por su verosimilitud y detalle. Un título que, a poco que os atraiga su propuesta jugable o la narrativa cyberpunk, merece toda vuestra atención.