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Dragon Age: Origins

El mejor RPG del año.

El sistema de navegación de los menús está bien resuelto, de modo que cualquiera que tenga experiencia en estos percales no tendrá problema alguno para recorrerse las numerosas secciones de los menús del juego. Resulta especialmente importante este aspecto cuando tenemos en cuenta la cantidad de gestiones que tenemos que hacer, desde equiparnos hasta dar órdenes. Lógicamente, una adaptación para consola requiere ciertos sacrificios y cambios para adaptar todo aquello que en el ordenador se hace tan fácilmente como apuntar y hacer clic, y aunque en PC todo parece más rápido y sencillo de dominar, merece la pena que los jugadores de pad y televisión hagan un esfuerzo para cogerle el truco a los menús, porque habrá que navegar por las secciones más de una vez o dos.

En ellas tenemos las clásicas hojas de personaje e inventario, y también otras cosas como el códice, en el que podremos repasar todos los libros que hayamos encontrado en el juego, las misiones, las conversaciones o la historia y mitología del juego. Lejos de los sinsentidos masturbatorios sobre orcos y espadas que uno podría esperar de un mundo como el de Dragon Age, aquí todo encaja, hay cierta coherencia especial, rara de encontrar, por ser tan rica la historia interna y jugar con recursos como la metaliteratura sin salir mal parada que realmente no resulta pesado o accesorio echar un vistazo a los textos del juego, todos ellos, por cierto, en castellano, y no son pocos. Las voces están en inglés, ya que hablamos de esto, lo cual me resulta, a título personal, muy agradable: la actuación de los dobladores británicos encaja al cien por cien con el tono general de la historia, y consigue plasmar a la perfección el amplísimo abanico de sentimientos e intenciones que los personajes muestran a lo largo del juego.

Gracias a estos personajes y a sus conversaciones sabremos qué camino estamos tomando, o qué tenemos que hacer para dirigir nuestros pasos a determinado alineamiento moral. Igual que con los diálogos, no tenemos nada que nos indique si somos buenos, o malvados, o caóticos o neutrales, sino que todas las decisiones éticas y morales del juego fluyen de forma mucho más sutil y compleja por debajo del juego, por así decirlo, más allá de la hoja de personaje, y se refleja en nuestras relaciones con el grupo y con todos los NPCs del juego; lógicamente, también se reflejará en el puerto en que acabará nuestra aventura, y cuál es ese puerto nosotros tampoco lo sabremos hasta que lleguemos a él: ahí está la grandeza de Dragon Age, en que todo esto que sobre el papel suena tan bien está perfectamente plasmado en la narrativa del juego y va un paso más allá de los contadores de karma o los alineamientos que determinan, de primeras, todo lo que aquí sucede como lo más natural del mundo.

Y llegamos al aspecto más peliagudo de Dragon Age: Origins. Si bien a estas alturas ya está claro que estamos ante algo extraordinario a nivel narrativo y jugable, y con eso debería ser suficiente, es imposible no mencionar el pobre aspecto gráfico del juego. En ocasiones, Dragon Age se convierte en un festival de errores gráficos, texturas de bajísima resolución y modelados que parecen de la anterior generación. Este tropezón gráfico va doliendo menos a medida que las horas de juego pasan y nos vamos metiendo en la historia, pero al principio sorprende realmente ver el mal aspecto que tiene todo. No sólo no entra por los ojos sino que a menudo resulta muy chocante ver algunas cosas con tan mala pinta en una superproducción de 2009.

En suma, Dragon Age: Origins en una más que digna continuación espiritual de los Baldurʼs Gate. De hecho, los supera en algunos aspectos y además demuestra, con la ausencia de algunos elementos que los fanáticos más cerrados de la serie basada en D&D podrán echar en falta, que hay que mirar al pasado pero sin pasarse. Dragon Age mira mucho al pasado, pero también apunta al futuro, como decía al principio: así, tenemos un RPG que sabe a añejo, recoge lo que tiene que recoger de sus abuelos pero no deja que signifiquen un lastre; también mira al futuro, al jugador del mañana, a aquel que en 2000 tenía 19 años pero que poco a poco se va acercando más a la treintena; y ese jugador busca experiencias narrativas satisfactorias, historias bien contadas que huyan de maniqueísmos y clichés ya ampliamente superados en los demás medios pero que persisten en el videojuego, productos que no nos prometan historias complejas donde sólo hay un pastiche desquiciado camuflado con mil capas de maquillaje. Dragon Age: Origins llega a nosotros sin mucho maquillaje, ni falta que le hace: esas cosas no te preocupan tanto cuando eres el RPG más grande, complejo y sólido del año.

9 / 10

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