Análisis de Dropsy
Abrazos, pedos y twerking.
Dropsy, para quienes no lo conozcan, es el nuevo juego del estudio Tendershoot, distribuido por Devolver Digital (Hotline Miami, The Talos Principle, OlliOlli). Dropsy es también la traducción inglesa de hidropesía, término médico que se refiere a la retención de líquidos bajo la piel, un concepto que asumimos poco o nada casual y que puede venir al caso para comenzar a hablar de esta nueva aventura gráfica.
Dropsy es ese bufón que parece sacado de la típica pesadilla del niño que teme a los payasos. Y no solo nuestra primera impresión se queda en la estética de rechazo hacia el protagonista, ya que su historia, narrada sin una sola palabra, empieza con una tragedia: un incendio causado por un cigarrillo en plena función circense acaba llevándose por delante a la madre de Dropsy, al que muchos consideran además culpable de la catástrofe. Es entonces cuando ese rechazo inicial transmuta y somos nosotros como jugadores los que empezamos a sufrirlo en cuanto empezamos a interactuar con el resto de personajes, y el odio de cada uno de ellos se va manifestando en cada pequeño encuentro.
Estamos ante el que seguramente sea uno de esos juegos que demuestran que no hay que guiarse ni juzgar por las apariencias, puesto que poco a poco vamos viendo que el payaso protagonista es seguramente el ser virtual más tierno y amoroso que hayamos visto en mucho tiempo. Prueba de ello es que gran parte del juego lo pasaremos abrazando todo lo que podamos: desde personas a animales, pasando por árboles o incluso extraterrestres.
El mundo de Dropsy, al igual que el nuestro, es uno lleno de gente con problemas, inquietudes y penas. Nuestra misión principal como bufón mayor del reino será resolver como podamos los problemas de cada uno de sus habitantes para conseguir tanto su felicidad como la nuestra, con su respectivo abrazo amoroso como brillante colofón y su foto sonriente en un "muro" de amigos -detalle magnífico del juego- que irá creciendo poco a poco según logramos nuestros objetivos.
Pese al surrealismo de muchas escenas -detalles como la opción de tirarse un pedo junto al guardado, o la posibilidad de hacer twerking en la discoteca, por poner algunos ejemplos- no faltan momentos tristes y de crítica social. Una mendiga pidiéndonos algo para comer a las afueras de una iglesia donde solo alimentan a los que aceptan escuchar los sermones religiosos nos robará el corazón, mientras que durante una gran parte del juego veremos cómo el derecho a la sanidad está reservado solo a gente con dinero.
Por lo que hemos adelantado al principio (el idioma del juego no es un idioma real), la dificultad de los puzzles de Dropsy se basa en muchos casos en entender qué es lo que necesitan los personajes, más que en saber cómo conseguirlo. Los NPCs se comunican con nosotros a través de símbolos, por lo que en muchas ocasiones -sobre todo al principio- la dificultad principal del rompecabezas será descifrarlo. En otros casos, y sobre todo cuando nos hemos habituado al lenguaje, el reto de los puzzles -los cuales en su mayoría se pueden completar de forma no lineal- estará en que sabremos lo qué necesitamos pero no cómo llegar a dicho objeto o al lugar en el que se encuentra. Es una mecánica básica por definición en la aventura gráfica, y que se presta a una más que probable analogía directa con Machinarium, en este caso concreto por el lenguaje no verbal.
El estilo pixelado a imitación de las aventuras gráficas clásicas está muy logrado, siendo difícil no establecer comparaciones con algunos títulos míticos como Sam & Max, del que no solo toma su estilo cartoon y desenfadado, sino también lo grotesco y surrealista de su mundo. Destacar también su colorida estética, que aprovecha al máximo toda su paleta de maravillosos colores con la mecánica del día y la noche.
Y es que el paso del tiempo no es solo un recurso visual, sino que también forma parte de la mecánica jugable; habrá personajes y lugares a los que solo podemos acceder a una hora determinada. Del mismo modo actúan nuestros pequeños compañeros animales -un perrito, un ratón y un pollito- que, aparte de tiernos, también nos ayudarán a alcanzar lugares y objetos a los que nos sería imposible acceder por nosotros mismos.
El apartado sonoro, que evidentemente debía estar muy cuidado para compensar la falta de un lenguaje tradicional, es de lo mejor del juego y nos acompaña de una forma magistral durante todos los momentos y escenarios. Si hay que poner pegas a Dropsy, una de ellas seguramente sea la ausencia de un modo de viaje rápido a través de un mapa tan grande, y que solo podremos subsanar una vez consigamos un coche en la segunda mitad del juego. Como en toda buena aventura gráfica, muchas veces querremos ir a un sitio solo para probar determinados objetos, tarea que se vuelve algo tediosa al vernos obligados a perder mucho tiempo desplazándonos pantalla a pantalla hasta llegar a ese punto concreto del mapa.
La interfaz tampoco se salva de pequeños errores puntuales y en ocasiones se vuelve poco práctica: el menú en el que tenemos acceso a buena parte de las acciones del juego es desplegable, y al estar en la parte superior a veces interfiere con objetos de la pantalla que están justo detrás. Y eso cuando sean reconocibles como objetos, ya que en bastantes ocasiones las zonas con las que podemos interactuar están poco definidas, lo cual provoca que pasemos por el frustrante y repetitivo proceso del point & click hasta encontrar lo que necesitemos para resolver el puzzle.
Dropsy es un juego que hace malabares con la nostalgia y con nuestros sentimientos, aunque quizá lo primero acabe quedando en un segundo plano y sea la latente emotividad lo que acaba destacando. Es un juego que hace hincapié en aquello de no guiarnos por las apariencias y que nos enseña que con muy poco podemos hacer feliz a personas o animales. No somos Earl ni tampoco el niño de Cadena de Favores: somos Dropsy. Si sois fans del pixel y de las aventuras gráficas clásicas, seguramente esta sea una buena compra que, si bien no revoluciona el género, sabe sorprender con alguna que otra pequeña vuelta de tuerca.