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Microsoft, ¿y ahora qué?

Pesadilla en California.

Me gusta esa expresión que suelen usar los periodistas deportivos cuando dicen que un equipo llega con urgencia a un partido importante, porque define a la perfección la situación con la que Microsoft llegó al E3. Tras la decepcionante y caótica presentación en sociedad de Xbox One a finales de mayo el fabricante americano encaraba la feria de Los Angeles con la necesidad de enviar un mensaje claro a los jugadores y de mostrar algo capaz de eclipsar toda la mala prensa adquirida (a pulso) durante estas últimas semanas tras pegarse un tiro el pie con una serie de decisiones estratégicas que uno calificaría, como mínimo, de incendiarias y polémicas.

Y Microsoft hizo exactamente lo que tenía que hacer: una conferencia irreprochable que comenzó con la sorprendente presencia de Metal Gear Solid V y Hideo Kojima, y que continuó con montones de desarrollos de estudios internos y exclusivas de third parties. Puedes entrar a valorar en si te gustaron más o menos sus títulos, pero es innegable que el catálogo era variado, que mezclaba nombres de peso (Battlefield 4, Forza Motorsport 5, Titanfall, Quantum Break) con algunas sorpresas bastante agradables (D4, Below), y, sobretodo, que se centró totalmente en los juegos, que era lo que todos le pedíamos a la compañía de Redmond. En términos formales creo que fue una conferencia casi impecable, y con la que Microsoft incluso consiguió que durante unas horas muchos usuarios olvidasen las polémicas que rodeaban a Xbox One.

Un visitante inesperado.

Así es como llegamos a las 3:15am - los retrasos ya son tradición - para la conferencia de Sony. Inicialmente, y reconozco que de forma imprevista, vi a una presentación más tímida de lo esperado, donde al principio lo más espectacular fue, con diferencia, la demostración palpable de que a PS3 le espera un año envidiable por delante. Me sorprendió para bien que entrasen en el controvertido tema multimedia pero que pasaran rápido por él y repitiesen incesantemente que estaría pensado "para los jugadores". Aún así, la presentación avanzaba y ni siquiera con el anuncio de nuevas IPs (The Order: 1886) o de espectaculares demos third party (Watch Dogs y Assassin's Creed IV: Black Flag, problemas técnicos incluidos) parecían sacar una artillería capaz de contrarrestar la eficiente conferencia de Xbox One.

Pero entonces la compañía japonesa soltó la(s) bomba(s) y el E3 se convirtió en poco menos que una auténtica pesadilla para Microsoft. A Jack Tretton le bastaron apenas tres minutos y un par de diapositivas de PowerPoint para contrarrestar a Microsoft con un brutal punch, un rápido y efectivo movimiento que echó por tierra toda la estrategia de los responsables de Xbox One.

Touché!

Primero llegó la confirmación de que no pondrían trabas de ningún tipo a la segunda mano. Luego, con bastante sorna, que no habría validación online de los juegos y que PS4 no se conectará cada veinticuatro horas a los servidores de Sony. Más tarde que el actual PlayStation Plus se mantiene para PS4 sin pagar más y que incluso regalarían varios títulos de lanzamiento, el prometedor DriveClub de Evolution Studios más tres indies. Y la estocada final fue el anuncio del precio: 399€, cien menos que Xbox One. Game Over. Finito. Kaput.

A partir de ahí Sony tenía tan dominado el momentum que todo lo demás pasaba desapercibido, incluso algo tan importante y significativo como que en PlayStation 4 el online dejará de ser gratuito al requerir una suscripción Plus o la larga aunque seductora demo de Destiny, lo nuevo de los creadores de Halo. Todo daba igual: Sony había ganado el E3 y Microsoft había sido poco menos que humillada. A Nintendo, mientras, ni se la esperaba, porque los japoneses juegan en otra liga muy diferente y siguen a la suya, ajenos a lo que ocurre en el resto de la industria.

Sony se sabía tan ganadora que hasta se ha permitido sacar pecho mofándose sin tapujos de Microsoft. Juego, set y partido con recochineo.Ver en YouTube

A ojos del fan, la conferencia deja unas sensaciones muy claras. Puede, según a quien le preguntes, que la presentación de Sony fuese bastante aburrida (Tretton, House y cía. siguen siendo soporíferos), que se notase la ausencia de sus grandes franquicias (ni inFamous es Uncharted ni Killzone es God of War, mal que les pese), que no mostrasen tanta exclusiva third party (aunque se ignora vehementemente a los indies y a Ubi, por ejemplo) y que, quizás, para mucha gente los juegos mostrados para Xbox One tuviesen un poquito más de tirón que los de PS4.

Please understand.

Pero a ojos de la mayoría de jugadores (aquellos que no se atan de forma irracional a una marca, al menos) la balanza la inclinan sobretodo otras cosas: que la consola de Sony es objetivamente más potente que la de Microsoft y aún así cien euros más barata, que mantiene el actual modelo de negocio en aspectos como la conexión permanente o las ventas de segunda mano y que, por reducirlo todo a un símil bastante sencillo, Sony no está tratando al consumidor como una estúpida billetera con patas a la que le puedes intentar tomar el pelo sin esperar una reacción virulenta.

Basta con echar un vistazo en las redes sociales para ver que Microsoft está, por increíble que parezca, en una situación aún más delicada que el jueves, cuando publicaron los detalles del DRM y la privacidad de Xbox One y en internet se pedía pocos menos que su cabeza. Ahora la pregunta es, ¿cómo pueden reaccionar los de Redmond? ¿hay solución de aquí a noviembre o ya está todo el pescado vendido? ¿es capaz una compañía caracterizada por su cabezonería y por las obsesiones de su CEO de reconocer la metedura de pata o decidirán hundirse antes que variar el rumbo establecido?

Tras la debacle, Microsoft tiene básicamente dos opciones: seguir en sus trece y mantenerse fiel a esa revolucionaria nueva filosofía en la que dicen creer tan firmemente o recular en la medida de lo posible para minimizar los daños. Si optan por lo primero provocarán un éxodo masivo de usuarios de Xbox 360 a la consola de Sony, y se harán el harakiri en no pocos territorios (entre los cuales está España, un país ya de por si con una innegable 'tradición PlayStation'). Ante este panorama, y teniendo en cuenta cuenta que difícilmente cambiarán el precio tras haberlo anunciado a bombo y platillo, la situación más plausible es que tiren de esa chequera casi ilimitada de la que dispone Steve Ballmer: compra de exclusivas como si no hubiese mañana y tratar de hacer el pack de lanzamiento lo más atractivo posible, seguramente añadiendo algún juego en el paquete sin encarecer su coste. La efectividad de estas medidas, en cualquier caso, no sería demasiado alta. No lo suficiente.

Cualquiera de nosotros diría entonces que la opción a seguir es la segunda, entonar el mea culpa y eliminar las draconianas restricciones que actualmente impone Xbox One al usuario. Sería lo lógico y recuperaría a muchísimos fans descontentos al cortar de raíz el motivo por el que muchos miran a One con recelo. Pero en el mundo corporativo eso no es tan fácil, y tampoco sabemos muy bien hasta qué punto está atada de pies y manos la división Xbox: no creo que sea casualidad el descarado apoyo de third parties como EA a la consola de Microsoft o que sea viable de cara a los inversores aceptar abiertamente que has hecho semejante chapuza. Además, no pueden decir que les cogiese por sorpresa o que no estuviesen sobre aviso: todo este tema del DRM se filtró hace meses y el escándalo de PR con las declaraciones de Adam Orth todavía está bastante fresco. Microsoft sabía la posición de buena parte del público al respecto y aún así decidió seguir adelante, ignorando a buena parte de su base de fieles usuarios; a ojos de un directivo que entiende de números de Excel y poco más, ¿por qué deberían dar marcha atrás?

No tengo dudas de que en Estados Unidos Xbox One seguirá funcionando bien y que, irónicamente, la filosofía del "tv, tv, tv, tv" y de convertir la consola en un media center para el salón es lo que puede salvar en gran medida a Microsoft, al darle posibilidades en un segmento extra de enorme potencial. Pero tras esta tarde/noche de conferencias previas a la feria también está claro que en el mercado tradicional del videojuego Sony no sólo ha ganado la batalla del E3, sino que lo ha hecho arrollando a una compañía que, tras los decepcionantes lanzamientos de Windows 8 y Surface, jamás debería haberse arriesgado de esta manera tirándose en solitario a la piscina. La pelota ahora está en el tejado de Microsoft, y será interesante ver si tienen la capacidad de reacción que se les presupone o si adoptarán una actitud prepotente que les puede incluso conducir a un desastre de grandes proporciones (un Dreamcast, para que nos entendamos). La lección que deberían aprender es obvia: mientras Sony escuchaba al consumidor, Microsoft le daba la espalda y prestaba atención únicamente a sus inversores y a las editoras. Y a los resultados de cada una de estas posturas durante las últimas veinticuatro horas me remito.

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