El final a la carta
Una historia de acción y reacción.
Hace unas semanas tuviste la oportunidad de leer en esta pecaminosa casa un gran artículo acerca del controvertido final de Mass Effect 3 y toda la polvareda que se levantó en torno a él. No es mi intención reabrir ahora el acalorado debate que se generó en su momento ni opinar acerca del polémico cierre de esta trilogía, ya que se trata de una cuestión acerca de la cual ya se ha hablado largo y tendido y, por otro lado, aún no he tenido la posibilidad de disfrutar de este título. Aprovecho la ocasión para enviar un cariñoso saludo a Zavvi.es y a su fantástico aparato logístico.
Me interesa más reflexionar acerca de las causas que motivaron todo el circo que se montó en relación a este tema. Como señalaba Funspot en su artículo, el esperpento incluía foros encendidos, reclamaciones administrativas e, incluso, colectas de fondos y peticiones formales para que Bioware modificara dicho final al no cumplir con las expectativas que un gran número de usuarios atesoraban. La propia desarrolladora ha anunciado ya, sentando con ello un peligroso precedente, el lanzamiento de otro final, no diferente pero sí más explicativo, amparando tal decisión en la presión ejercida desde la comunidad de aficionados.
La exigencia de un final distinto al imaginado por el autor apelando a los gustos o preferencias personales constituye un hecho que, con independencia del valor artístico que pueda tener o no esta saga, supone ir un paso más allá de la crítica legítima y sólo puede ser calificado como de inaudito. Extrapolar semejante dislate a otros ámbitos tales como el cine o la literatura resulta impensable y siembra serias dudas acerca del carácter, ya no artístico, sino mínimamente riguroso o serio de la industria del videojuego.
¿Por qué un disparate de este calibre ha tenido lugar en este sector y no en ningún otro? ¿Acaso el aficionado medio a los videojuegos carece de la entidad o la madurez que detentan el cinéfilo o el lector para asumir con naturalidad aquello que no es de su agrado? Yo diría que no, ya que, entre otras cosas, muchos de los que compartimos esta afición somos al mismo tiempo grandes aficionados al séptimo arte o a la lectura. Uno ha fantaseado en alguna ocasión con la imagen de la sala de cine consumida por el fuego purificador, pero jamás ha sentido la tentación de asesorar al director de una película desafortunada.
Ciertamente el jugador medio, entre el que me incluyo, posee un carácter un tanto particular en lo referente a todo lo relacionado con el entretenimiento electrónico, pero no deja de tratarse de esa pasión, a veces un tanto desmedida, que lleva implícita cualquier afición. Al fin y al cabo alzar con entusiasmo el pad en señal de victoria tras desbloquear un logro mayúsculo tampoco implica un retardismo mucho mayor que el que se desprende del hecho de abrigar el cuello de la diosa Cibeles con una bufanda blanca o darse una ducha de gloria en la fuente de Canaletas.
Bajo mi punto de vista la insólita reacción que ha desencadenado el juego de Bioware es fruto de la combinación de dos causas. En primer lugar creo que la industria del videojuego quizás sea aquella en la que se genera un mayor hype, es decir, aquella en la que más se juega con los deseos del aficionado. Basta un rápido recorrido por páginas especializadas para comprobar en qué medida proliferan en ellas promesas de experiencias definitivas, de decisiones trascendentales, rumores sin confirmar o teasers superlativos, y cómo entre los propios aficionados se potencian incluso dichas expectativas. Es legítimo que las compañías pongan en marcha toda su maquinaría publicitaria de cara a incidir en el comportamiento de compra de los usuarios, pero al mismo tiempo este hecho disparará al alza las expectativas que éstos tengan depositadas en el título en cuestión. Si dicho juego no se aproxima luego mínimamente a la altura de esas expectativas que la propia editora o desarrolladora se han encargado de avivar, el hecho de que comiencen a diluviar palos sobre ellas es sólo una cuestión de tiempo. Por otro lado la conexión de las consolas a la red no sólo ha propiciado el desarrollo de fantásticos modos de juego multijugador, la distribución digital o la proliferación de comunidades virtuales, sino también el lanzamiento de títulos inacabados y el aluvión de contenidos extra de pago y en formato descargable, algunos de ellos incluidos en el propio disco.
Mencionar aquí un ejemplo de infausto recuerdo pero especialmente apropiado: Prince of Persia (Ubisoft, 2008) ofrecía un final "auténtico" que sólo podía disfrutarse en forma de DLC y previo paso por caja.
¿Cuál fue el último juego para el que tu consola no reclamó una actualización? ¿Cuándo fue la última vez que el software que compraste era el definitivo? Las descargas digitales han cambiado para siempre la forma de jugar, pero también han alterado el modelo de negocio y han ampliado el ciclo de vida o de explotación del producto (edición inicial - goteo de DLCs - edición definitiva). En última instancia, esto ha acabado por extender la percepción de que el videojuego que te sonríe desde el escaparate de la tienda no tiene por qué ser necesariamente un producto terminado o, al menos, no tiene por qué tratarse de algo completo o definitivo.
Se dan casos, incluso, de juegos que salen a la venta y que ni tan siquiera funcionan como es debido, viéndose la compañía obligada a lanzar un parche ante la presión de los usuarios ¿Qué diferencia existe entre descargar código para poder importar correctamente el personaje de un savegame y hacerlo para que el final del juego te resulte satisfactorio? Yo creo que de la primera exigencia a la segunda tan sólo hay un paso.
Pedirle a un autor que modifique una coma, pincelada o fotograma de su obra por no coincidir con los gustos personales implica, desde luego, una doble falta de respeto: hacia aquél y hacia ésta. Pero lanzar un juego incompleto o que ni tan siquiera funcione correctamente entraña otra no menos importante: hacia tu propia obra y hacia la persona que te da de comer. El deseo de reconocimiento como creador con mayúsculas es algo legítimo, pero ha de ganarse y, desde luego, comienza por uno mismo. Mientras la industria no comprenda esto tendremos las compañías que nos merecemos, pero éstas deberán tratar igualmente con los usuarios que se merecen.