Electronic Super Joy
Feel The Beat.
Este análisis forma parte de la sección de Game Over.
Electronic Super Joy es una cosa bien jodida. Y no porque sea difícil, que lo es, sino porque se trata de adicción pura envasada al vacío en unos pocos megas. Drogaína de la buena que te tiene pegado al mando mientras vas soltando improperios de todo color y condición. Y es gracioso, porque lo primero que te recibe nada más ejecutar el programa es una retahíla de advertencias sobre el peligro de posibles convulsiones epilépticas, lenguaje soez, asesinatos o contenido sexual, todo ello con la simple visión de unos pixelacos con nombre y apellidos. Por desgracia, lo que al hardcore game developer de Michael Todd se le pasó comentar en la introducción es aquello de los arrebatos de furia, destrucción sistemática del teclado o en su defecto cualquier tipo de sistema de control y los repetidos cabezazos contra el monitor.
"Impotencia. Ansiedad. Obsesión; en cuestión de segundos retomo la marcha y el juego me recompensa cambiando por completo su mecánica"
Y ahí estaba yo, enviado de una patada a un mundo psicodélico, con la línea de meta a la vista, perseguido por varios misiles guiados, corriendo y saltando por mi vida sobre diminutas plataformas con la agilidad de una gacela y la patosidad de un elefante bebé, esquivando obstáculos al ritmo de una música electrónica que me ayuda a medir el tempo de mis acciones. El gimoteo de una dobladora de cine porno eslovaco me indica que he llegado a un punto de control. Doy un suspiro de alivio momentáneo y de pronto el escenario tiende a inclinarse a la vez que diviso un láser en mi trayectoria. He muerto. Otra vez. Y me duele el pulgar. Mucho. Sólo llevo cuarenta y siete niveles. Y me quedan trece más. La madre que lo parió.
Impotencia. Ansiedad. Obsesión. La habitación entona cánticos de blasfemia en un ambiente viciado por la frustración. Pero estoy feliz. En cuestión de segundos retomo la marcha y el juego me recompensa cambiando por completo su mecánica; los niveles son ahora verticales y se ciernen sobre con mi a gran velocidad. No puedo machacar enemigos, pero poseo un doble salto. Y ya saben: doble salto, doble diversión. Al menos, cuando el objetivo es salvar princesas. Pero Electronic Super Joy se trata de un cuento frívolo sobre la venganza plagado de humor sórdido y referencias homoeróticas bastante subidas de tono.
Comienza a dibujarse una línea perfecta entre lo imposible y lo divino, la que une tanto al mazacote que hay en mi, quien en algunos momentos lo entiende injusto, como al sádico que le va la marcha. Y la música no es testimonial aquí. El componente rítmico de Electronic Super Joy es la fuerza impulsora que motiva las fabulosas carreras de obstáculos y, a pesar de una ostensible sensibilidad tradicionalista y de que cruzar un escenario se convierte en un ejercicio de paciencia y tenacidad, la faceta sonora se fusiona con unas mecánicas mutantes logrando refrescar al título ante la mínima sensación de repetición.
Michael Todd también demuestra una pasión casi obscena hacia el pixel de brocha gorda y, aun habiendo detectado algunas pequeñas ralentizaciones ocasiones, la experiencia con Electronic Super Joy no se resiente lo más mínimo. Es preciso, es precioso, no requiere la vitola de ser el niño mimado del panorama indie, y yo soy un maldito zote.