Avance de F1 2016
Las reglas del juego.
Puede que tenga que ver con que un servidor se gane la vida escribiendo sobre videojuegos, pero siempre me ha llamado la atención el doble rasero con el que la sociedad juzga dos conceptos tan estrechamente relacionados como el deporte y el propio hecho de jugar. El juego, como sabrá bien todo aquel que siga reconociendo en público que juega a los marcianitos mas allá de los treinta, es visto por la sociedad en su conjunto como una actividad de segunda, un concepto relacionado a la infancia con el que se debería cortar lazos lo antes posible si es que uno aspira a convertirse en un ciudadano de provecho. Con el deporte, o al menos con su explotación como espectáculo de masas, pasa exactamente lo contrario, elevándose a la categoría de asunto de estado y convirtiéndose, ahora sí, en un entretenimiento aceptable, socialmente homologado, que no hace peligrar nuestras credenciales de normalidad. Se podría argumentar que lo que realmente está sucediendo aquí es que el instinto de jugar, esa pulsión tan humana, se abre camino de la manera que puede, aunque tenga que ser limitándose a ver hacerlo a otros. Aun así, ¿dónde está la trampa?. ¿Qué hecho diferenciador tiende la red que dirime hacia que lado cae la pelota?. Fenómenos como el póker televisado descartan el ejercicio físico, pero otros más recientes como el auge de los e-sports podrían esconder la clave: de un tiempo a esta parte los videojuegos comienzan a ganar relevancia y minutos en los informativos, porque se introduce el factor competitivo y, sobre todo, la posibilidad de ganar dinero. Por eso admiramos a Cristiano Ronaldo: porque convierte el juego en una carrera profesional. Porque el hecho de jugar pasa a ser una actividad productiva, lo que debería dar una medida de hasta qué punto somos esclavos.
Sea como sea, es el propio videojuego el que viene a complicar aun más la madeja, haciendo confluir en los simuladores deportivos dos maneras de entender el mismo fenómeno. Si atendemos a su definición tradicional, el juego es tal porque estructura una actividad lúdica alrededor de un conjunto de reglas: apila fichas para formar líneas que desaparezcan, captura esa bandera y dispara a señores en la cabeza. Sin embargo, el simulador deportivo no crea esas reglas, sino que las adapta, importándolas de otros fenómenos con una relevancia social previamente establecida: por eso NHL no se come un colín en nuestras fronteras pese a ser un juego fantástico, y por eso hay tanta gente que no da un duro por el medio pero se compra una consola de 400 euros para ganar la Champions con el Villareal. Si entendemos la Fórmula 1 como un deporte (el diámetro del cuello de algunos pilotos me lleva a pensar que sí), todo esto es relevante por dos motivos: por tratarse de un fenómeno que, al menos en nuestro país, vive principalmente del tirón de ver a un español competir (reproduciendo de paso esa épica del chaval aficionado a los karts que termina haciéndose multimillonario), y porque se me ocurren pocos ejemplos de "juegos" más férreamente reglados que este.
Si tuviera que condensar la propuesta de este F1 2016 en un solo concepto, sin duda sería la intención de reproducir ambos extremos de la manera más obsesiva posible. Es una apuesta por el realismo que, como digo, intenta hacerse global, y abarcar tanto la rama inmediata del deporte, la que sucede en la pista y se dirime entre adelantamientos y banderas a cuadros, como esa otra narrativa que sustituye las décimas de segundo por fines de semana y nos permite, de nuevo, intentar forjarnos una leyenda. Por eso, no seré yo el que le afee al juego lo escueto de su oferta en cuanto a modos de juego: aquí todos venimos a intentar ser Fernando Alonso, y más allá de la ocasional carrera rápida o prueba contra reloj, el foco está donde siempre ha debido estar: en un modo carrera que reproduce con precisión de telemetría el ascenso de un perfecto don nadie a ese olimpo regado con Dom Pérignon. Hasta el último detalle está contemplado, y aunque sigue costando contener la sonrisa cuando los directivos de Ferrari te explican que darle puerta a Räikkönen para contar con tus servicios les suena perfectamente razonable, a partir de ese momento nos va a tocar sudar sangre. Como es natural, la escudería espera un retorno, y aunque podemos suavizar las cosas eligiendo un equipo un pelín más modesto (con las consiguientes limitaciones presupuestarias y tecnológicas, evidentemente), todo depende directamente de nosotros.
Nuestro cometido más inmediato será lógicamente desempeñar un buen papel en cada Gran Premio y cumplir con los objetivos concretos que vaya marcando la directiva, pero el juego se esfuerza por reproducir también la otra cara de competición: esa lucha de egos entre dos pilotos condenados a entenderse pero también a hacerse un poquito la puñeta. Así, nuestra progresión se va salteando con pequeños desafíos organizados en torno a esa rivalidad, y la propia escudería se asegura de levantar acta de los resultados y recordarnos constantemente quién es su niño bonito. Y por otro lado está el coche, claro. La tercera pata de un banco que se convierte aquí en algo parecido a una hoja de personaje que ir rellenando con mejoras aerodinámicas y nuevos sistemas de gestión de combustible. De nuevo, todo está en nuestras manos, y no solo a nivel de toma de decisiones: como en el mundo real la última palabra es la del piloto, pero también la responsabilidad de ayudar al equipo recabando suficientes datos (convertidos aquí en puntos de mejora) con los que permitir que los ingenieros obren su magia. Llega el momento de los entrenamientos.
Unos entrenamientos que probablemente representen la mayor prueba del compromiso de este F1 con la veracidad. Con apartar el foco de la propia carrera, y dar protagonismo a un trabajo de campo que va más allá de las sesiones clasificatorias y hará las delicias de los auténticos chiflados del deporte real. Estructurándose alrededor de tres pruebas y una marea de datos que podría hasta intimidar, nuestra misión pasará por hacernos con las particularidades del circuito, testear la selección de neumáticos y correr una pequeña sesión de prueba que permita al equipo estimar nuestra posición en la clasificatoria real. Es una preparación virtual que de hecho redunda en una experiencia real, en llegar al día D con el circuito aprendido y los deberes hechos, y que además sorprende por una profundidad que afecta al propio interfaz: el tiempo corre en todo momento, e incluso podemos optar por posponer nuestras propias pruebas y echar el rato observando las evoluciones de otros pilotos. Una vez superada esta fase toca saltar al circuito, y aquí es donde las cosas se ponen serias de verdad.
Hablaba antes de reglas y de sistemas, y de cómo el simulador deportivo no es más que una traducción del deporte real. Sin duda, es la primera sensación que golpeará en la cara al profano, porque la Fórmula 1 es muchas más cosas que intentar ir muy rápido para llegar el primero a la línea de meta. En este sentido la apuesta está clara: F1 2016 no hace concesiones, y aunque la versatilidad del sistema de ayudas es un regalo para los menos habilidosos, el asunto de la normativa es otro cantar. No faltan los tutoriales, y es muy probable que el juego sirva como curso de choque para los no iniciados, pero estamos hablando de una experiencia que exige un conocimiento profundo de sus pormenores para hacerse mínimamente disfrutable, y quienes se aproximen al juego por las bravas probablemente se vean ahogados en un mar de amonestaciones que no terminan de comprender. Para los otros, los verdaderos expertos, el cielo es el límite: desde la comunicación por radio hasta la estrategia de repostaje, desde activar el DRS en el momento adecuado hasta jugar con el embrague en la línea de salida, F1 2016 es un simulador total. Y por eso creo que puede sembrar estragos en las filas de los entendidos que últimamente parecen multiplicarse: puede que se haya convertido en un deporte para las masas, pero es realmente fácil ver los toros desde la barrera.
Y por eso me gustaría que este texto sirviera como un pequeño aviso a navegantes: Sobre el papel F1 2016 lo tiene todo, pero en absoluto es un juego para todo el mundo. Es una maquinaria extremadamente compleja que requiere cierta sabiduría para explotar todo su potencial. No deja de ser un bonito homenaje al propio deporte: uno en el que podemos ir sobrados de condiciones y quedar apartados de la carrera porque el coche no da para más. Aquí el coche somos nosotros, y nuestra es la responsabilidad de hacerle justicia. Si no, siempre nos queda la posibilidad de ir a quejarnos al bar.