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Fable 2

Sobreviviendo al hype.

Cada rival, al morir, deja puntos de experiencia en forma de orbes de distintos colores, en función del tipo de ataque utilizado para vencerle; azules, amarillos y rojos para fuerza, habilidad y voluntad, respectivamente, más verdes que sirven de comodín. Cuando reunimos puntos suficientes, podemos gastarlos en nuevos movimientos, hechizos o en incrementar la barra de salud, por ejemplo. El sistema está bastante bien compensado, pero no es nada nuevo, como decíamos, si paseaste por Albión cuatro años antes (o 500, según el transcurso del tiempo en el juego).

La estructuración en forma de misiones es típica: en cada momento podemos optar por cumplir la que nos permite avanzar en la trama o realizar encargos para ganar algo de dinero o reputación extra. Vale, misiones principales y secundarias de toda la vida, pero esta denominación es aquí bastante injusta y cruel, pues Fable II está sobre todo en deuda con aquello que nos hace perder el tiempo en el mejor sentido de la expresión. Hablar de que el juego ofrece unas 15 horas de aventura si vas al grano es como decir que tiene un mal sistema de control si juegas con los pies; son dos formas igual de erróneas de entender este título.

Y es que su grandeza radica en todas las posibilidades y detalles que esconde. Eso hace que Fable II se parezca a la vida real en lo esencial: lo importante son “esas pequeñas cosas”. Así, uno de los momentos más agradables en cerca de 50 horas de juego fue la primera vez que trabajé como leñador, contemplando un precioso amanecer y con varios pueblerinos que se iban congregando alrededor para admirar a su héroe. De un modo similar, ni Lucien (el malo maloso) ni sus esbirros lograron cabrearme como lo hizo Katy, mi segunda esposa, al dar a luz al pequeño Bob, con quien no comparto color de piel.

Por todo lo comentado, Fable II es divertido, agradable y absorbente. Es de los que a las tantas de la madrugada te hace pensar “hago esto y me voy a la cama” o “esta sí que es la última”, sabiendo que te estás engañando a ti mismo.

También su belleza ayuda a mantenerte pegado a la pantalla. A nivel técnico no es en absoluto lo mejor que hemos visto, pero gracias a una genial dirección de arte, a sus coloridos escenarios y a “trucos” como una iluminación exagerada pero terriblemente acertada, es de lo más bonito que se puede ver en cualquier consola.

Igualmente intachable es la banda sonora, con piezas épicas y grandilocuentes en la línea, una vez más, de lo que escuchamos en Fable. Tampoco se queda atrás el excelente doblaje al castellano, con varias voces que los fans de series como Los Simpson o Frasier reconocerán al instante.

Sin embargo, del mismo modo que los bucólicos bosques y campos de Albión esconden cuevas y oscuros secretos, Fable II tiene fallos imposibles de pasar por alto. No se ha evolucionado para nada en cuanto a narrativa y las cinemáticas carecen totalmente de cualquier carga dramática, el nuevo modo cooperativo, mucho más limitado de lo que debería, parece metido con calzador y los tiempos de carga al cambiar de región se hacen algo largos. Además, nuestro inseparable perro empieza como una agradable compañía para acabar siendo poco más que una máquina de buscar tesoros y los menús se vuelven bastante engorrosos cuando el inventario se llena de objetos.

Pueden parecer problemas poco importantes, pero al unirse fastidian lo justo para que no tengas la sensación de estar disfrutando de una obra maestra. Sea como sea, sí es un juegazo, de lo más interesante del catálogo de Xbox 360 y tan completo que, por una cosa o por otra, debería gustar a todo el mundo. Molyneux y los suyos lo han logrado, pues Fable II no es sólo la secuela next-gen de Fable; es la secuela next-gen del juego que Fable debería haber sido.

9 / 10

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