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Fable III

A rey muerto, rey puesto.

Tengo por seguro que todos estáis familiarizados con la fábula del pastorcillo que, por divertirse viendo cómo todos los habitantes del pueblo salían corriendo despavoridos, de vez en cuando se llegaba a la plaza gritando a pleno pulmón: "¡El lobo, amigos! ¡Que viene el lobo!". Por supuesto, con el tiempo, la gente se hartó de sus falsas alarmas y, un buen día, cuando el joven pastor pidió auxilio, nadie vino a socorrerle. Aquel día -para su desgracia- el lobo no era imaginario, sino real, y el pastorcillo acabó destripado junto al río. Esta fábula no es la que sirve de argumento para Fable III, pero quizás sí para Lionhead y su director, Peter Molyneux: acostumbrado a prometer paraísos jugables en cada entrega de la saga, las realidades de Fable siempre se han quedado, en mayor o menor medida, lejos de lo prometido. Esto ha hecho que muchos aficionados hayan ido tomando las promesas de Molyneux acerca de Fable cada vez menos en serio, hasta que con Fable III, me temo, la franquicia pueda acabar, como el pastorcillo, desangrada junto al río.

Fable III continúa, a su modo, el periplo de su antecesor inmediato. Enmarcada también en esa Gran Bretaña mágica y crepuscular que es Albión, la historia que protagonizaremos es la de los hijos del héroe o la heroína de Fable II: a su muerte, Albión ha quedado en manos del hijo mayor, Logan. Éste, aparentemente cegado por el brillo satinado del poder, se ha entregado a terribles excesos para con la población. A causa de su política la pobreza se ha extendido por todo el reino, los niños se ven obligados a trabajar en las fábricas, los impuestos están por las nubes, el aire y los ríos comienzan a verse tan contaminados que las enfermedades se propagan entre la población. En esta atmósfera, que hace evidentes referencias a la primera revolución industrial y a la Inglaterra dickensiana, un fantasma sobrevuela Albión: el de la rebelión contra el tirano.

Nosotros encarnaremos y lideraremos esta rebelión como el príncipe hermano del dictador. Nuestra será la responsabilidad de unir y reunir a todas las diferentes facciones del pueblo para derrocar a Logan. Tendremos que empeñar nuestra palabra ante los diferentes líderes sociales para conseguir su apoyo y, con su ayuda, llegaremos a reinar. Será entonces cuando descubramos que Logan quizás tenía sus motivos para conducirse como lo hacía, y entonces, sentados en el trono real, nuestras convicciones morales tendrán que enfrentarse a ciertas dolorosas realidades. ¿Seremos capaces de enfrentar la adversidad con nuestros valores intactos, o nos veremos abocados a elegir el menor de entre dos males?

Esta premisa (como casi todo lo que tiene que ver con el guión de Fable III) es muy interesante, y propone una digna reflexión sobre la naturaleza del poder, al tiempo que toca temáticas delicadas acerca de la responsabilidad individual y política, la legitimidad de las decisiones populares y el necesario cinismo de las relaciones sociales. En Lionhead han hilado fino en este aspecto, pero han olvidado que la propia realidad del juego no puede reducirse a un simple esquema, una premisa o una promesa: si bien el planteamiento puede atraer a casi cualquiera, la concreción material del juego es una muy otra cosa.