Análisis de FIFA 20
Resultadismo.
Después del veranito que hemos pasado supongo que no está el horno para hablar demasiado de Neymar, así que espero que el lector sepa disculparme este pequeño viaje al pasado. Concretamente hasta el 30 de mayo de 2015, fecha en la que el brasileño nos dejaba uno de sus frecuentes destellos de calidad y de paso uno de esos lances que, sin querer, acaban definiendo de manera casi perfecta el fútbol moderno y, si me apuras, los tiempos que nos ha tocado vivir.
Camp Nou, final de la Copa del Rey, tres a uno en el electrónico. Minutos de la basura. El delantero carioca se hace con un balón suelto muy cerca del banderín de córner y, arrinconado, decide jugársela al central que le aguanta la posición utilizando un truquito que seguro sonará a los aficionados a darle gusto al stick derecho en la franquicia que nos ocupa: la lambretta, esa combinación de taconazo y sombrero que popularizó Ronaldo el Bueno en aquel inolvidable anuncio de los demonios. La reacción de la víctima no se hizo esperar, segando de un codazo en las costillas cualquier atisbo de fantasía y procediendo después a un intento de linchamiento grupal de esos que tanto hacen por este deporte. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa, y España al completo aplaudía a rabiar la acción. La del defensa, quiero decir.
Las moviolas echaban humo, la jugada abría los telediarios, y el consenso en bares y platós de televisión parecía dictaminar que hacer una cosa así cuando se va ganando es una falta de respeto al rival. Que lo que toca cuando el marcador es suficientemente abultado es dejar morir el partido y dedicarse a la pantomima, y que utilizar un recurso perfectamente legal pero quizá demasiado efectista bien merece una buena ostia por intentar pasarte de listo. Supongo que es una reacción natural en un país que siempre ha dejado chinchetas en el pupitre de los alumnos más aplicados, pero intentemos no apartarnos del fútbol y de una lección más que clara: el espectáculo es para los anuncios de Nike, y aquí lo que importa es la táctica, las clasificaciones y el resultado; si toca fumarse treinta minutos de nada porque los números dictan que debes irte contento a tu casa, que así sea. Durante aquellos días se habló un montón del respeto a los contrincantes, insisto, pero muy poco de respetar al espectador que ha pagado una entrada.
A mi, lo digo ya, ese tipo de fútbol no me interesa. No lo hace en la vida real y mucho menos en los videojuegos, entre otras cosas porque aquí la entrada cuesta casi setenta euros del ala y si uno acude religiosamente a sacarse el abono anual debería recibir algo a cambio. Pero no es una cuestión de dinero: el fútbol, el real y el virtual, debería ser ante todo un juego, un divertimento espectacular en el que los mejores del mundo salen ahí fuera a medirse el lomo, sí, pero sobre todo a intercambiar caños y bicicletas. El fútbol debería ser siempre la sonrisa de Ronaldinho, en mi humilde opinión el único jugador que entendió de verdad de que demonios iba todo esto, y por eso es una pequeña victoria que, tan preocupada como está desde hace unos años en mirar el marcador de reojo, la saga FIFA haya sabido reservar un espacio este año para una modalidad que respeta mínimamente ese espíritu. Hablo, claro, de Volta, una mezcla de fútbol sala, espectáculo callejero y desafío de malabares que si funciona como lo hace es porque ante todo se basa en pasárselo bien.
No es la primera vez que la franquicia intenta algo así, pero me atrevería a decir que nunca ha clavado el tono con tanto acierto, y por eso voy a romper una lanza antes de empezar: aún con sus pequeños pecados, el modo historia me ha parecido sensacional. Supongo que no será una opinión popular, y que muchos de los textos que vamos a leer estos días lo encontrarán forzado, artificioso y en definitiva culpable de poochismo en primer grado, el peor de los crímenes. Ninguno estará mintiendo. Sí, es verdad que hay un montón de chandals cantosos y gorritas fosforescentes, que tras muchos de los diálogos es complicado no ver la figura del señor Burns disfrazado de skater recortándose contra una previsión de ventas y que, con Alex Hunter y su modo El Camino muertos y enterrados, el peso de la narrativa recae esta vez en un chaval de la calle que sueña con ganar el mundial de fútbol callejero y petarlo en su canal de Youtube. El modo historia de Volta no es precisamente Toro Salvaje, pero detrás de todas esas camisetas con relámpagos dibujados hay una capa de verdad contagiosa y sincera: la de un grupo de colegas que solo quieren jugar, y que se ilusionan como críos cuando ven a uno de sus ídolos marcarse un AKKA 3000 o cuando los chavales de las favelas de Rio les dejan jugar en su pista. Otra vez, las sonrisas. Quizá era tan sencillo como eso.
Es una sensación de cercanía, de talento desnudo y de autenticidad a pesar de todo que sorprendentemente encuentra uno de sus mayores aliados en un lugar inesperado: el sonido. Y es que alejar la acción de los grandes estadios y centrarla en callejones, naves abandonadas y canchas de barrio permite a FIFA no solo acercarse a un tipo de fútbol que todos conocemos de primera mano, sino sobre todo escucharlo. Aquí no hay bullicio, no hay gradas, no hay fans ni hay cámaras de televisión, y de ese silencio acaba emergiendo triunfal el sonido del cuero contra el metal, el de las zapatillas sobre el asfalto, y el de los "dala, dala" y "aquí, hazlo fácil" que activarán inmediatamente todos los resortes emocionales de cualquiera que haya jugado alguna vez en el patio de su colegio. Es absolutamente imposible escuchar el rugir de una portería de aluminio vibrando tras un buen punterazo y no enamorarse de Volta, y lo natural, claro, es contagiarse y dejarse llevar.
Salir ahí fuera a divertirse, una meta para la que afortunadamente las nuevas mecánicas dan oportunidades de sobra. Empezando sin ir más lejos por las diferentes modalidades que se reúnen bajo el mismo paraguas y que el modo historia nos hace ir recorriendo una a una, desde el fútbol a cinco con porteros, guantes y fueras de banda que se juega en los pabellones de Alemania hasta el tres contra tres sin reglas que encontraremos en Holanda o Japón. Cada una es lo suficientemente sólida como para protagonizar un juego completo, y con la estrategia a seguir sucede tres cuartos de lo mismo: jugar en un recinto cerrado implica, por ejemplo, entender que las paredes pueden ser un arma ofensiva y jugar con los autopases, y hacerlo sin porteros, sin fueras de juego y con porterías minúsculas exige dominar a la perfección el tiro raso y los remates al primer toque.
En cualquiera de sus sub modalidades el fútbol de Volta es un fútbol vibrante, furioso y profundamente geométrico, una sucesión de contraataques, paredes y desmarques suicidas que puede resolverse en segundos si perdemos la concentración, e incluso en lo estrictamente mecánico deja un par de declaraciones de principios bien contundentes. La primera es que en las modalidades de portería pequeña el disparo siempre es manual, así que olvidaos de apuntar a ojo porque aquí los chicharros desde campo propio y las carambolas de fantasía hay que ganárselas. La segunda, y esto es incluso más importante, es que las filigranas son gratis.
Y cuando digo gratis me refiero a que están desligadas del stick derecho, aunque por supuesto podemos seguir utilizándolo para clavar un movimiento concreto en el momento adecuado. El resto del tiempo, sin embargo, el espectáculo manda, y con una simple pulsación mantenida en ambos gatillos podemos recorrer el campo enlazando elásticas y marsellesas sin demasiado esfuerzo; un modo de filigranas semiautomáticas que a fin de cuentas encaja con el tono y la ambientación de una modalidad en la que es tan importante dar un pase elevado que deje solo a nuestro hombre en punta como hacerlo sin mirar y con el exterior.
Por eso el botón L2, tradicionalmente asociado a este tipo de frivolidades, pasa simplemente a hacerlas más pronunciadas. Ahora serán los propios jugadores los que decidan contextualmente cuando fliparse, y creo que la intención es clara: democratizar este tipo de movimientos, empoderar a los jugadores menos habilidosos, y convertir cada partido en una recopilación de skills de esas que suelen llevar techno italiano de fondo. Por eso ahora levantar la bola y hacer todo tipo de chifladuras es tan sencillo como saber pulsar R3, y por eso, por el mismo precio, podemos pulsar R2 para vacilar al contrario.
Son añadidos en el control que acabaremos echando de menos, porque en algún momento había que volver a la realidad. Y es que Volta, pese a lo refrescante y agradecido de su propuesta, no pasa de ser un modo secundario. Un aperitivo del futbol serio, del de verdad, de ese ramillete de modalidades once contra once que hubiera hecho bien en reservar para sí algo del descaro y las ganas de innovar de sus primos de tierra y cemento. Pero en la particular liguilla a dos de los simuladores del deporte rey FIFA va ganando (en ventas, al menos), y cuando uno va ganando está feo perder el tiempo con tonterías. Cuando uno va ganando lo suyo es replegarse, pasarse el balón con pereza y especular con el resultado. Y si no que se lo digan a Neymar.
Y quizá por eso el fútbol que exhibe FIFA 20 sea tan solvente y tan impecable en lo técnico, pero a la vez deje esa sensación de inmovilismo y falta de ideas. Alguna hay, e intentaré desgranarlas más adelante, pero si comienzo hablando de errores subsanados y de vías de agua en las que alguien ha puesto un tapón es por reservar a ese tipo de "novedades" la misma importancia que han tenido en la escala de prioridades del propio estudio: que la palabra más repetida, con mucho, en la documentación del juego sea "feedback" es esperanzador porque demuestra que se ha escuchado al público, pero no es exactamente lo que uno espera encontrarse antes de que se desate una revolución. En su lugar, lo que tenemos es un juego que retoca ángulos, que mueve números, que ajusta mecánicas, y que en definitiva se juega de manera muy similar a lo visto en FIFA 19, explotando sus mejores ideas y subsanando algunos de los errores más graves.
Es un propósito de enmienda que se aprecia en una inteligencia artificial mucho menos propensa a perder los papeles, en una defensa manual que gana en agilidad e importancia, o en pequeños ajustes para situaciones concretas, como las ocasiones en uno contra uno o el control manual de los porteros. Además, y supongo que esto aliviará a muchos, el sistema de tiro sincronizado ha dejado de ser una barra libre. La mecánica se mantiene (y personalmente me alegro, porque es una buena idea), pero su efectividad se ha reducido drásticamente en las situaciones para las que suponía una ventaja excesiva. En cristiano: enganchar una volea sin ángulo y casi de espaldas ahora resultará en un churro de campeonato un cien por cien de las veces, sin importar lo verde que tengamos el medidor.
A esto colabora también la física del balón, responsable quizá de los momentos más ilusionantes que puede deparar esta nueva versión de FIFA. Ignoro hasta que punto se trata de código totalmente nuevo o de una evolución de lo visto hasta ahora, pero en condiciones de fuego real lo que vamos a ver es una pelota con más tendencia a alejarse botando o decelerarse progresivamente según las condiciones del pase, y también unos choques más naturales, con menos tendencia al rebote caprichoso que deja en canicas al defensor. Y tiros. Vamos a ver muchos tiros. Tiros bombeados, trallazos de aúpa, efectos envenenados y en general una sensación de aleatoriedad que en el fondo creo que ha hecho posible que Volta salga tan bien. Es, creo, la novedad estrella, la pizca de sal y pimienta que más anima a seguir jugando, aunque habíamos quedado en hablar de mecánicas concretas y añadidos contantes y sonantes, así que aquí van unos cuantos.
El modificador de fintar con el cuerpo ha desaparecido, con lo que a cambio de hacer un poquito más difícil imitar las diabluras que hace Messi sin tocar el balón lo que tenemos es un nuevo sistema de regate controlado que se ejecuta con el bumper izquierdo, pisando el balón en movimientos cortos y explosivos y dando pie al proverbial cambio de ritmo devastador. Es una mecánica resultona pero en ocasiones innecesariamente compleja (de hecho incluye un segundo modificador para poder operar en cualquier ángulo, sin orientarse por defecto hacia portería), y algo parecido ocurre con el llamado "toque de preparación": desde una posición estática, una pulsación a R1 + dirección basta para que nuestro jugador se aleje la pelota un par de palmos de manera orientada, multiplicando las posibilidades de éxito del disparo que venga a continuación. Cuando sale bien da mucho gustito; cuando sale mal, el noventa por ciento de las ocasiones, el defensa mete la pierna y nos quedamos con cara de primo.
Hay más cositas, como un nuevo sistema más centrado en los "gestos" con el stick para penaltis y tiros libres, o una doble pulsación para pases rasos y al hueco que pica ligeramente la bola sin la que ya no sabría vivir, pero nada que merezca grandes titulares. Así las cosas, y enfrentados a lo que es claramente una entrega de transición en lo estrictamente jugable, uno podría pensar que era el momento para que las modalidades de juego brillaran, aportando ese extra de originalidad que el fútbol en sí mismo parece demasiado timorato para ofrecer. Y entiendo que es el papel que le ha tocado jugar a Volta, porque en lo tocante a las modalidades clásicas la cosa tampoco es para tirar cohetes.
Del modo carrera no voy a hablar demasiado, porque pese a su profundidad (heredada de anteriores entregas, ese es el problema) parece seguir siendo plenamente consciente de su carácter de segundo plato, y ha recibido el trato que reciben las cosas que no se pueden quitar pero que tampoco aportan dinerito fresco a las arcas: ahora hay un sistema de moral para jugadores y equipo basado en barras, ruedas de prensa pre y post partido que funcionan exactamente igual que en otras franquicias y afectan a dichos medidores, conversaciones privadas con cada miembro de la plantilla que sirven para lo mismo, y por lo demás todo se sigue pudiendo resumir en encadenar partidos, sesiones de entrenamiento e informes de los ojeadores y en rondarle a Mbappé para que te pida una barbaridad.
No creo que nadie se rasgue las vestiduras si digo que el foco sigue estando en FUT por las mismas razones de siempre, y de ahí que sorprenda que tampoco en ese terreno se haya encontrado motivación para avanzar de verdad. Entiendo que ya es de por sí un modo complejo y profundo (incluso en exceso, como todos los juegos basados en mecánicas free to play) y que andar moviendo los postes radicalmente en cada iteración no sería de recibo, pero frente a los ya archiconocidos modos Squad Battles y Division Rivals, una simple reestructuración del sistema de objetivos termina sabiendo a poco. Y no será porque el modo flaquee a la hora de mantenernos ocupados: aquí el engagement sigue siendo el rey, y prueba de ello es una estructura que, quizá bebiendo de otros títulos con las mismas prioridades, organiza ahora todas esas pequeñas metas y todos esos paquetes de quince partidos ganados o veinte participaciones en FUT Champions en torno a grandes temporadas estacionales con su consiguiente escalafón de recompensas, desde el nivel uno hasta el treinta. Bailes en sí no hay, pero entiendo que todos sabemos de lo que estoy hablando.
Por lo demás, las novedades del modo estrella de FIFA se reducen a unos cuantos ajustes de usabilidad a la hora de navegar entre los menús de club y plantilla, a un puñado de opciones de personalización y a la irrupción de los amistosos, una adaptación de la suite de partidos rápidos que ya se potenció en la pasada entrega con los perfiles de usuario o las reglas especiales, y que ahora permite aplicar todo esto a nuestras plantillas de cromos sin que echar una pachanguita con los colegas y nuestra plantilla de ensueño consuma contratos o apariciones de los jugadores cedidos. Y de cara a los partidos en sí tampoco hay demasiadas sorpresas: el FIFA que se juega dentro de FUT sigue sintiéndose un puntito más maquinal que el que se juega fuera, y pese a beneficiarse del mismo proceso de refinamiento y pulido del juego base la influencia de los números y el sistema de química le restan algo de vida.
Aún así, insisto, no se trata de nada grave. En cualquiera de sus sabores FIFA 20 sigue siendo un juego de fútbol fantástico, y no dudo que los jugadores más implicados sabrán apreciar la generosa lista de ajustes que en el fondo no busca otra cosa que arreglar lo que no funcionaba del todo bien. Irónicamente es lo que termina siendo su cruz: el sentirse como un inmenso parche, al menos hasta que lleguen los de verdad. Hasta que la simple acumulación de partidos haga aflorar nuevos problemas, y nuevas quejas, y nuevo feedback, y comience otra vez el trasiego de versiones que recorten de aquí y estiren de allá hasta que la historia vuelva a repetirse. Es el sino de los juegos como servicio, supongo, aunque sería más fácil hacer las paces con ello si a cambio este FIFA hubiera sido un poquito más valiente. Si hubiera aprovechado ese 20 tan redondo de la portada para animarse con cambios de verdadero peso, cambios que probablemente se estén reservando para la próxima generación.
Mientras tanto, la consigna parece clara: defender el resultado e intentar apaciguar a su base de usuarios más fieles, a sus abonados, a los que acuden a la tienda año tras año religiosamente y les permiten ir por delante en el marcador. Es una táctica que tiene sentido, pero en lo personal solo me queda agarrarme a Volta. Porque Volta es, en mitad de ese resultadismo feroz, el extremo brasileño descarado y brillante que sigue intentando tirar caños de fantasía mientras el resto de sus compañeros se contentan con ver los minutos pasar. Y es exactamente el tipo de jugador que siempre quiero en mi equipo.
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