Final Fantasy IX
Un clásico que regresa para PS3 y PSP.
Hace diez años la por aquel entonces Squaresoft que todavía no se había fusionado con Enix se despedía de la PlayStation original lanzando su tercer Final Fantasy para esta consola. La novena entrega era la última con un solo dígito en el título y en cierto modo se encargó de cerrar el círculo de lo que había dado la saga hasta entonces antes de dar el salto a la siguiente generación. De hecho, a nivel personal Final Fantasy IX fue el juego con el que estrené mi flamante PlayStation 2, y es que aunque la nueva consola de Sony me ofrecía nuevos y espectaculares mundos todavía no era capaz de darme la magia que sí irradiaba esta aventura clásica.
Ayer mismo este juego fue lanzado en la PlayStation Store con lo ya que podemos volver a jugarlo en nuestras PS3 y PSP, algo que ya sucedió hace unos meses con la séptima y la octava entregas. Rápidamente me abalancé sobre la Store para desembolsar 9,95 euros que costaban esos 1525Mb de buenos recuerdos y puedo deciros que el tiempo no ha hecho mella en él, al menos para los que lo disfrutamos en su momento. Porque los tiempos han cambiado.
En efecto, los tiempos han cambiado y donde más se nota es en los gráficos, que es lo primero en que nos fijamos antes de comprobar si es simpática y de buen corazón. En el año 2000, cuando las teles con las que jugábamos eran más pequeñas, los festivales de píxeles bailarines de PlayStation eran algo común y aceptado. Sin ir más lejos, cuando salió FFIX lo vimos como una proeza gráfica, uno de los mejores juegos de su tiempo a nivel visual aunque se basará en un concepto de fondos pre-renderizados que empezaba a extinguirse. Hoy en día los juegos de aquella máquina en las teles actuales cantan que da gusto, y en cierto sentido pueden resultarnos como un puñetazo en el estómago, pero pasada la primera impresión uno se olvida.
De hecho, si el juego es bueno -como le pasa a este FFIX- uno acaba pasando bastante de las concentraciones masivas de píxeles que ve en la pantalla para entrar en la trama y disfrutar de su rico mundo. Si aún así el píxel sigue resultándote matador siempre tienes la opción de activar la opción de suavizado, que afortunadamente da un resultado aceptable en este port (aunque no tanto como cuando lo hacíamos con PS2 para jugar a juegos de PSOne).
Pasado el drama gráfico se abre ante el jugador uno de los mundos más bellos que nos ha dado el género de los juegos de rol japoneses. La ambientación en plan medieval-industrial con la que este FFIX se distanciaba de las dos anteriores entregas para volver a los orígenes más remotos de la franquicia le da a este juego una personalidad única. El aficionado a los JRPG se siente como en casa en este mundo que recopila muchos de los elementos de la tradición de la saga y el género. "Queríamos transmitir la sensación de que estábamos en un punto de inflexión de la serie, una especie de gran colección de todo lo que habíamos visto anteriormente", comentaba Hideo Minaba en un entrevista a IGN cuando apareció el juego.
Lugares como la gaudiniana ciudad de Burmecia (donde siempre llueve), la aristocrática Treno o el pueblecito abandonado de Conde Petié nos transmiten, junto al hecho de que todo transcurre en un mundo anegado por la niebla, cierta sensación de nostalgia.
Los personajes siempre son un elemento fundamental en todos los Final Fantasy y en esta entrega brillaron con fuerza. Su aspecto super-deformed quizás les hacía parecer más infantiles pero era todo lo contrario. Era de agradecer no estar ante otra entrega hecha y pensada para hikikomoris emocionalmente inestables. Yitán, su protagonista, era un rufián levantafaldas de cuidado; Vivi, el pequeño e inocente mago homenajeaba al clásico mago de la saga y el comandamente don Adalbert Steiner nos hacia crujir de risa con su torpeza sentimental. El resto no eran tan buenos pero encajaban bien (excepto Quina, vale).
"Nos atrajo la historia y la mitología de Europa por su profundidad y drama", decía el director de esta entrega, Hiroyuki Itou; y esto es algo que se notaba sobre todo en las divertidas charlas que mantenían estos personajes mientras iban de un lugar a otro del mundo de Gaia. En muchos momentos la gran influencia de las tragedias shakespereanas y de las leyendas nórdicas se dejaban notar bajo un tono humorístico. En este sentido la traducción que se hizo al castellano fue brillante y reflejaba a la perfección las distintas personalidades a través de la forma de hablar característica de cada personaje.
Lástima que a nivel argumental no fuera el novamás ya que su historia era típica a más no poder, quizás por su vocación de querer ser una especie de "reflexión" acerca de las antiguas entregas, como comentó el gran Hironobu Sakaguchi, el padre de la saga. Lástima también que el villano de la historia acabara siendo un gran fail, una especie de reciclado biónico que fusionaba a todos los malotes de los anteriores juegos. Suerte, eso sí, que el virtuosismo del mundo y de los personajes se encargó de salvar la papeleta.
Cambiando de tema, a nivel jugable FFIX se mostró como una entrega muy sólida. Los combates por turnos se desarrollaban de forma clásica pero como en las primeras entregas se nos permitía formar una party de hasta cuatro personajes. A diferencia de la entrega precedente cada personaje tiene unas habilidades propias que no son compartidas, y al mismo tiempo al equiparnos una arma adquirimos nuevos poderes a medida que acumulamos puntos de experiencia. Por su parte, el sistema de profesiones nos permite especializar a los personajes en la magia, el hurto, el ataque físico, la sanación, etc.
Esta estructura de juego funcionaba y sigue funcionando de forma formidable y la curva de dificultad está ajustada para que todo el rato los combates resulten activos y emocionantes. Los únicos puntos negativos los encontramos en lo repetidos que pueden resultar algunos combates en determinadas zonas y, sobre todo, en las decepcionantes invocaciones si las comparábamos con las de la FFVIII.
Mención aparte merece la banda sonora con cerca de 150 temas compuestos por el maestro Nobuo Uematsu, el compositor clásico de la saga en el último Final Fantasy cuya música estaba hecha por una sola persona. Acompaña perfectamente la acción en todo momento y tiene ese toque medieval que le da un toque muy especial. Las partes orquestales que escuchamos en las geniales escenas renderizadas (tan de moda en aquella época) y que se encargó de recoger una banda sonora adicional son tan épicas que os pondrán la piel de gallina.
Como habréis podido comprobar mi admiración por este Final Fantasy IX queda patente en esta reseña, y es que no puedo juzgar este título desde una óptica más alejada como exigen algunas estúpidas convenciones. Para mi FFIX es -con diferencia- la mejor entrega de la saga. Soy consciente de que no es la más popular, de hecho vendió bastante menos que VII, VIII y X. Por salir en los últimos días de PSX no gozó de tanto éxito como merecía (igual que FXII con respecto a PS2) pero también es cierto que este es un estigma que suele bendecir a muchas de las obras maestras.
Si en su momento os encantó y queréis volver a jugarlo os recomiendo encarecidamente que le deis una oportunidad. Recordad, eso sí, que no ha cambiado nada y que la bajísima resolución gráfica os echará para atrás de buen principio. Asimismo, si nunca lo probasteis pero os pica la curiosidad os aviso que os puede parecer duro, porque como decíamos al principio, los tiempos han cambiado y la forma de explicarnos historias que tiene este medio ha evolucionado -todo sea dicho, para mejor. Igualmente, lo que queda en Final Fantasy IX tras una década de mejoras es un juego que sigue manteniendo intacta su magia.