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Análisis de Football Manager 2018

The special one.

Eurogamer.es - Recomendado sello
Pese a su carácter de nicho y a las escasas pero decisivas novedades la saga conserva intacta su capacidad para pulverizar vidas sociales.

Dejando de lado la marcha de Neymar y el culebrón financiero que nos regaló la desesperada búsqueda de un par de nombres que llenaran su hueco, el pasado verano pasó a la historia del barcelonismo por dos noticias: la fulminante destitución de Ernesto Valverde como máximo responsable del cuerpo técnico del club, y su sustitución por Enrique Alonso, un relativo recién llegado que aun así contaba en su palmarés con alguna que otra Champions League a los mandos del club de sus amores, el Real Sporting de Gijón. Para Alonso no fue una decisión fácil, pero contra los números no se puede luchar: con el equipo asomándose de nuevo al pozo de la segunda y una economía seriamente tocada, sus primeros días en el cargo se tornaron en un infierno. El fútbol moderno había evolucionado, y aquello de deshacerse de media plantilla para sustituirla por un cóctel de viejas glorias y jovencitos brasileños con aspiraciones salariales modestas ya no parecía surtir efecto: ahora había que tener en cuenta a los representantes, a sus primas (no en el sentido literal, por supuesto) y a un equipo de ojeadores que ni siquiera parecía saber situar Porto Alegre en el mapa. Podría haber contratado otros, o haber optado por uno de esos nuevos paquetes que, a cambio de una inversión anual variable, nutrirían las bases de datos del club con un saludable número de talentos contrastados o jóvenes promesas, pero todo eso costaba dinero. Dinero que no tenía. Reconstruir el club pasaba sí o sí por atender a las recomendaciones de un puñado de tuercebotas cuyo conocimiento del fútbol internacional se limitaba a un par de barritas escuálidas en territorio europeo, y ni siquiera esas pesquisas resultaban del todo fiables. El remate de este chaval podría estar entre el doce y el diecisiete, el billete para verlo jugar con Boca nos sale por un dineral, a mi no me mires que mi "juzgar potencial" es de doce y ni siquiera tengo la licencia. Así no se puede trabajar.

Tocaba hacer las maletas, así que tras besarse el escudo un montón de veces y llorar un poco en televisión nuestro héroe se embarcó en un Alsa Supra camino a la ciudad condal, donde todo sería diferente. Puede que no en lo estético, porque pese a la elegancia de su diseño y el prodigioso trabajo volcado en facilitar el acceso a semejante volumen de información su interfaz de trabajo seguía rehuyendo cualquier tipo de golosina visual y asemejándose a una aplicación de contabilidad. Su día a día era un mar de listados, emails, hipervínculos y gráficas de quesitos, pero ahora había potencial. Sobre todo en lo financiero, con lo que el primer paso era obligado: adquirir todos los paquetes de datos, poner de patitas en la calle al ojeador jefe y ofrecerle una obscenidad de pasta al del Arsenal, un cincuentón con sendos veintes en sus habilidades de juicio y evaluación de juveniles y un abultado conocimiento de las ligas brasileña y argentina. Ahora, con un equipo de cazatalentos a la altura y el mapa mundial mostrando un sano colorido, era el momento de plantearse como dilapidar los 90 millones largos que la directiva pensaba poner a su disposición. No era mucho, pero para algo Dios nos había dado este piquito de oro. Tras reunirnos con directiva y segundo entrenador para dejar claros nuestros cometidos y las tareas que preferiríamos delegar (la gestión de las categorías inferiores, la organización diaria de los entrenamientos, las ruedas de prensa especialmente peliagudas, ese tipo de cosas), atacamos los puntos realmente candentes y abandonamos la sala con un par de promesas bien rotundas sobre la mesa: que apostaríamos por un estilo ofensivo, que íbamos a traer estrellas, y que este año ganábamos liga y Champions.

La inyección económica resultante de semejante sarta de mentiras nos permitió acercarnos a la centena, una cifra algo más seria que permitiría a Alonso comenzar a edificar el verdadero pilar de carga de su nuevo proyecto: un mediapunta de garantías que permitiera darle boleto a un fiasco como Arda Turán. No eran en absoluto los planes de su cuerpo técnico, que tras evaluar la plantilla con un completísimo email trufado de consejos tácticos y financieros comenzó a inundar su bandeja de entrada con currículos de defensas. Según parece la pareja formada por Piqué y Umtiti no contaba con recambios de garantías, y los rumores que situaban a Jordi Alba en la órbita del Manchester City no hacían más que empeorar las cosas. Eran fichas detalladísimas, y todo el sistema parecía gozar de una profundidad incomparablemente mayor a lo que recordaba de campañas pasadas, pero aquella gente no tenía visión: sí, podía ordenar un ojeo exhaustivo que indicara el potencial futuro de un jugador o su precio de mercado estimado, podía navegar entre decenas de ofertas hechas por los propios representantes y tenía a su disposición complejísimos desgloses de pros y contras que indicaban que el chaval va bien de cabeza pero no sabe una palabra de castellano, pero nada de eso iba a vender camisetas. La solución fue, claro, ignorar todo aquello y abandonarse a una orgía de búsquedas manuales que, filtro arriba filtro abajo, no tardó en arrojar un nombre, un príncipe de ojos saltones. El objetivo era Mesut Özil.

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Tras arrojar un primer tejazo en la forma de 70 millones de euros no negociables, el técnico decidió no quedarse de brazos cruzados. Los días pasaban, los informes seguían llegando, y este tipo de operaciones suelen envenenarse. Había que busca planes de contingencia, y jugar a varias bandas pronto se probó desafortunado: por Gabriel Jesús pedían barbaridades, y pese al enfrentamiento abierto entre De Bruyne y Guardiola el técnico del City se negaba a escuchar ofertas. Se intentó con Dybala, se intentó con Coutinho, e incluso nuestra propia junta tuvo que interceder ante las constantes demandas de más dinero. Mantener todas estas pelotas en el aire simultáneamente es una tarea titánica, y durante estos días convulsos el renovado centro de fichajes, de una pulcritud ejemplar, demostró ser una herramienta imprescindible a la hora de manejar ofertas, contraofertas, y la añorada respuesta: El Arsenal había dicho que sí. Sin matices. Sin aspavientos. Una situación sospechosa y una nueva oportunidad para que Alonso demostrase al mundo que los técnicos de su estatura no se chupan el dedo, retirando de manera unilateral la oferta y volviendo a presentarla al día siguiente por 55 millones pelados. Un par de semanas y de portazos en la cara después el culebrón terminaba de la única manera posible, con una operación cercana a los 140 millones de euros de coste global que dejaba al alemán en su casa, intercambiaba a Turan por Hazard y permitía que el representante de este último se comprara una isla o un país pequeño. Es cierto que la estrella del Chelsea no tenía sitio en el esquema, pero si algo nos enseñó Florentino es que hay que atreverse a soñar. Por eso importó poco malvender a medio banquillo, renegociar el presupuesto para sueldos o recortar drásticamente el correspondiente a las primas por ganar Liga y Champions. Y por eso tampoco hablaremos de los desesperados intentos de traerse a Ibra el 31 de agosto para calmar a las masas: son todo especulaciones de la prensa.

Así las cosas tocaba sentarse a dibujar un esquema nuevo, uno que diera cabida a la estrella y a la otra gran novedad del equipo, un delantero danés de 19 años que la prensa bautizaba como "chico maravilla" y por el que se habían aflojado otros 30 millones de euros. En el calor de las negociaciones y enfrentado a colosos de todo el continente Alonso había prometido minutos (y un curso de castellano intensivo), pero en el tridente de ataque la realidad otra, algo que no tardaría en aprender por las malas. Por fortuna herramientas no faltaban, y a nivel de opciones y configuración de instrucciones individuales aquella suite táctica era el sueño de cualquier mánager. La profundidad no le pilló por sorpresa, pero todo era más gráfico, más visual, y configurar un esquema de toque que mantuviera la posesión y buscara doblar por la banda derecha o seleccionar el miembro de la plantilla más en forma como volante izquierdo estaba siempre a un par de clicks de distancia. El propio dibujo del once permitía analizar qué áreas del campo quedaban o no cubiertas mediante un código de colores, y los nuevos roles seleccionables para cada posición (carrileros, mezzalas, interiores inversos...) permitieron finalmente cuadrar el círculo, reconvirtiendo al belga en un organizador adelantado que surtiera de balones a Suárez de cara al primer encuentro oficial, la Supercopa, que enfrentaría al equipo contra el eterno rival.

Todo parecía dispuesto para el clásico, pero pronto surgieron las dudas. En la víspera del partido Alonso recibía un email del equipo de preparadores señalando un conjunto de ajustes urgentes (quizá sería buena idea marcar de cerca de Benzema, quizá jugar con tres defensas sea una locura) que podrían corregirse mediante un simple click en el cuerpo del texto, pero quién tiene tiempo para molestarse con estas pequeñeces: a fin de cuentas, solían hacer lo mismo con las renovaciones de los juveniles o el temita de fichar a un entrenador de porteros. Su cabeza estaba ya en otro sitio, así que tras dejarse caer por la sala de prensa para recordarle a Zinedine Zidane que era un soberano imbécil e iniciar así un cruce de declaraciones que daría de comer a cientos de cronistas deportivos durante meses el míster se encaminó al estadio. La charla de equipo se la dejó a su segundo, por supuesto, y una vez el balón comenzó a rodar intentó centrarse en tomarle el pulso a un tipo de fútbol que prometía novedades, pero quizá no eran tan grandes como proclamaba la prensa. No era un fútbol demasiado estético, y resultaba difícil no establecer comparaciones odiosas, pero sobre todo era funcional: pese a lo económico de texturas e iluminación los jugadores se movían con cierta soltura, había una mayor sensación de peso en todo el conjunto y el desplazamiento del balón parecía responder más a las acciones de cada futbolista y menos a la matemática pura. Habrá quien siga prefiriendo la pureza táctica de las chapitas, pero hablamos de una sensación de feedback constante y de un motor que puede no regalar estampas para el recuerdo, pero plasma con certeza el resultado concreto de cada ajuste y de cada instrucción; un motor que sirve para tomar decisiones, que es lo que importa. Sobre él, un sin fin de estadísticas sobreimpresionables y de accesos directos al menú de sustituciones rápidas o al selector de mentalidades deberían haber puesto la victoria al alcance, pero visualizar solo las jugadas más importantes y dedicarse a preguntar por el precio de Asensio durante el partido suele tener un precio. Concretamente, el de un fatídico tres a cero.

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Fue solo el primer mazazo de una temporada que arrancó regular. Las herramientas sobraban, pero ni todos los mapas de calor del mundo parecían hacer carburar a un equipo que se paseaba en Champions contra el Rosenborg y el Olympiakos pero palmaba en casa contra el Girona y arrancaba un cochino punto del estadio del Real Hispalis, un equipo sevillano que por un feo asunto de licencias había dejado de utilizar su nombre real. Cuartos en liga, con la afición en contra y los medios internacionales pesadísimos con el asunto Zidane, poco sospechaba el técnico que la verdadera patata caliente se cocía en el vestuario y en una pestaña de dinámicas que hubiera sido mejor controlar a tiempo. Dentro de ella, y representando con una elegancia suma el circo de tres pistas en el que se ha convertido el fútbol moderno, una pirámide de colores desgrana la distribución social y los juegos de poder que realmente llevan el mando: los capitanes, los nuevos, el grueso de jugadores que lleva en el club una barbaridad y ese otro grupito que suele quedar a solas porque solo saben hablar francés. Y ahora podría hacer un montón de chistes sobre Casillas, pero intentemos centrarnos.

El primer golpe vino por aquí, en una a priori inocente charla en la que Vidal, nuestro lateral derecho condenado al ostracismo más absoluto, reclamaba para sí un mayor protagonismo en las convocatorias. La mencionada pirámide lo señalaba como un jugador influyente, así que en un gesto de diplomacia exquisita el míster decidió alinearlo en copa y lavarse las manos. La noticia cala en el vestuario, y dos días más tarde Nélson Semedo, también suplente y también lateral derecho, se persona en la puerta del despacho preguntando que qué hay de lo suyo. La respuesta es acorde a su situación como miembro del Grupo Social Secundario A: vete haciendo a la idea de que no vas a jugar, campeón. Horas más tarde el polvorín estalla, y un grupo de vacas sagradas capitaneadas por Gerard Piqué reclama una reunión de urgencia para apoyar a su compañero, situación que Alonso intenta sortear apelando a su orgullo como futbolistas y a no regalar minutos a quien no los respalde con juego. Messi parece convencido, a Hazard ni le va ni le viene y Vidal, obviamente, se frota las manos. El técnico se envalentona y decide zanjar la situación con un ultimátum, pero Piqué sigue en sus trece y medio vestuario parece alinearse con él. La tensión es insoportable, y finalmente llega la bajada de pantalones: el próximo partido lo jugará Nélson. La plantilla al completo abandona el despacho escandalizada. Sin darse cuenta, Alonso se ha convertido en Rafa Benítez.

Pero lo realmente bonito de todo esto, y la verdadera conquista de Football Manager 2018 y de todos los que llegaron antes que él, es su capacidad para cristalizar la única regla que realmente rige el mundo del fútbol: sean cuales sean las condiciones iniciales todo acaba desembocando en la situación más cómica imaginable. Por eso, y como era de esperar, Sergi Roberto se rompió el tobillo a la mañana siguiente dejando el puesto de lateral libre durante cerca de siete meses, y por eso Nélson Semedo, el responsable último del motín, debutó en copa y acabó en la enfermería en el minuto tres de partido. Ahora Vidal es insustituible, aunque por el camino a Alonso le han surgido otros problemas. De algunos ha podido sacar provecho, porque la lesión de Suárez le permitió cumplir su promesa con el joven prodigio danés, pero afrontar media temporada con el portero suplente es un varapalo importante. Quizá debería haber hecho caso de los que vaticinaban que ese ritmo de entrenamientos era infernal, pero uno no puede estar a todo: ahora mismo todos sus esfuerzos se concentran en convencer a la junta de que le deje algo de dinero para fichar, porque le han reducido los ingresos al 35% y finalmente parece que Jordi Alba se va. Quien sabe, quizá pueda convencer a Iniesta para que hable con él. Sea como sea, no me gustaría estar en su pellejo.

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