Análisis de Football Manager 2019
Pim, pam, tiki taka.
Tras un inicio de temporada incierto por la posible llegada del cuestionado Antonio Mohamed acabé presentado como nuevo mánager del Celta de Vigo -aquí llamado solamente Vigo por cuestiones de licencias-. No necesité largas introducciones: conozco el club como la palma de mi mano, tengo grabado a fuego los acontecimientos de las al menos dos últimas décadas y la afición sabe que soy uno más, ya que no han sido pocas las veces que me han visto animando en la grada con ellos. Después del típico paseo por las instalaciones y conocer al equipo técnico comencé a preparar el primer partido de la pretemporada, una pachanga amistosa contra el juvenil para ir viendo las herramientas con las que construir un equipo que haga historia. Momentos antes de salir al campo el segundo entrenador me ofreció la posibilidad de realizar un pequeño discurso motivacional, una charla con la que poner las pilas hasta al jugador más rezagado. Ebrio de poder por mi conocimiento superior sobre la filosofía del equipo celeste acepté y comencé a escupir todo un sermón, arengando a mis tropas para que soñasen con ser grandes, con tocar la cima, con erigirse sobre los demás como auténticos dioses del balompié. El resultado fue el esperado: el equipo al completo se vino abajo anímicamente, perdiendo para colmo en el '89 con un gol en propia puerta.
Y es que por mucho que Football Manager aspire al realismo, no hay que olvidar que estamos ante una ficción cuyo desarrollo de los acontecimientos depende de nosotros mismos. La intención de este simulador de fútbol nunca ha sido necesariamente la de representar la realidad a escala 1:1, sino imitar sus mecanismos para acercarse a la experiencia de dirigir un equipo tanto en su parte deportiva como en su parte más "empresarial". En ese sentido, el juego de Sports Interactive y Sega sigue sin tener más rival que sus versiones anteriores, un hecho del que pueden sacar pecho con orgullo pero por el que también deberíamos de preguntarnos algunas cosas.
Lo digo porque, aún existiendo un esfuerzo consciente y palpable por introducir novedades con las que justificar el lanzamiento de una entrega anual, hay que empezar a reconocer que son cada vez menos los motivos que invitan a hacer el cambio. El juego publicita por ejemplo la introducción del VAR y la licencia de la Bundesliga, pero no dejan de ser añadidos simpáticos con poca repercusión en los partidos, más allá de dar una alegría a los fans del fútbol alemán y crear unos segundos artificiales de intriga sobre una situación sobre la que no tenemos ni la más mínima posibilidad de intervenir. Otra cosa son los entrenamientos y las tácticas, que sí sufren una evolución notable en comparación con el año pasado. Fieles a su filosofía, ahora la planificación del trabajo de cada semana cuenta con más opciones -siempre y cuando no decidamos delegar en algún otro miembro del equipo técnico-, que van desde fijar todo el calendario de entrenamientos a ir sesión a sesión o incluso jugador a jugador; lo que que influye directamente en el rendimiento de nuestro equipo pero también en la moral, en su estado físico o en lo bien que han asimilado nuestra idea de cómo jugar. A esto último ayudan también las nuevas tácticas, que nos permiten elegir un estilo fácilmente reconocible -el tiki taka o poner el autobús son algunas de las opciones disponibles- y orientar a nuestros pupilos tanto con el balón como sin el.
Parte de lo bueno de todo esto, aunque es justo reconocer que también de lo peor, se ve especialmente en los nuevos tutoriales activos durante nuestros primeros días como mánager. Hay una intención clara por parte del estudio de hacer el juego más accesible para el recién llegado, de que la cantidad apabullante de iconos y texto sea digerible y afrontemos nuestras semanas iniciales en el cargo con cierta tranquilidad, pero cuando acaban de explicarnos lo más importante y nos sueltan sin más supervisión que la que nosotros fijemos nos damos cuenta de que apenas hemos llegado a mojar los pies en la orilla. El mundo del fútbol es complejo, y Sports Interactive parece hacer cada vez menos esfuerzos por simplificarlo, introduciendo variables sobre las variables que dificultan el acceso a todo aquel que no venga estudiado de casa. Es cierto que tras dedicarle el tiempo necesario todas las piezas comienzan a hacer clic: una vez acomodados en nuestro puesto podemos comenzar a pulir las aristas, ir dándonos más control y acabar desafiando a la suerte con habilidad; pero el componente de azar es inevitable, tal es la cantidad de posibilidades que nutren hasta el aspecto más nimio, como por ejemplo elegir quién es el capitán -arriesgándonos con ello a tocar la moral de nuestro equipo-.
Que conste en acta que nada de lo dicho hasta ahora es indiscutible. Critico la falta de novedades o la complejidad creciente para los novatos, pero no cabe duda de que es lo que esperan -y casi, CASI, esperamos- los aficionados más acérrimos; e incluye herramientas suficientes de todos modos para evitar que ninguno de los dos casos afecten demasiado al núcleo del juego. Hay, aún así, algunas cosas inexplicables, como la escasísima evolución de los menús, tan asépticos como siempre; o lo increíblemente pobre del editor de aspecto para nuestro mánager, que debería de ir incluyendo más opciones aunque solo sea por el hecho de que el muñeco protagoniza todos y cada uno de los momentos importantes en él y es ridículo seguir viendo un avatar anclado gráficamente en la década de los noventa.
Resumiendo mi intervención Football Manager 2019 es un juego especializado y, como tal, requiere una respuesta a la altura. Se nota que está diseñado tanto para los que quieren estar siempre a la última, con sus jugadores debidamente actualizados y muchas más posibilidades de intervenir en la organización del equipo; como para los que llevan tiempo interesados en dar el salto a este simulador completísimo y no se han atrevido hasta ahora. Los primeros suponen a estas alturas una compra segura; los segundos solo tienen que valorar hasta qué punto están dispuestos a pagar el peaje para dejarse absorber por esta vorágine de datos, estadísticas y texto. ¿Y qué pasa con quienes se encuentran en el medio? Pues de ellos depende lo más complicado: aceptar una deriva hacia el conformismo que llevamos viendo ya durante años, o renegar del género y hacer las paces con el hecho de que no hay nada que se le parezca ni remotamente. Ventajas e inconvenientes de un estatus merecido por la dedicación y el esfuerzo mostrado durante años, cuya vigencia podría ir siendo hora de empezar a cuestionar.