Análisis de Fuser - Una idea tan buena en teoría como limitada en su ejecución
Golpe de remix.
Si Marvel es conocida popularmente como la Casa de las Ideas, Harmonix debería de empezar a empujar la narrativa que les acredite como poseedores de ese título en el mundo de los videojuegos, aunque haya que cambiar el sustantivo a singular. No en vano, y pese a que otras compañías más grandes hayan dado un mayor número de personajes e IPs, ninguna ha llegado a generar un concepto tan definitorio de todo un género y época como el de Guitar Hero y Rock Band; dos juegos que, basándose en el ritmo, dominaron durante más de un lustro ese sector difuso conocido como juegos de fiesta, o "party games" en inglés, con poco más que unos pocos instrumentos de plástico y unos cuantos temazos muy bien elegidos.
De tocar el cielo, llegó la irrelevancia: más de cinco años casi en blanco después de una mediocre última entrega de Rock Band pusieron a la compañía en una situación de invisibilidad dentro del sector. Fuser llega, en principio, para reclamar de nuevo ese trono; y lo hace prescindiendo de cualquier tipo de añadidos innecesarios como baterías, guitarras de plástico o micrófonos de sorprendente calidad - no pocos podcasts se han llegado a grabar con ellos, ojo cuidado - para centrarse en lo que en su momento fue capital en su estrategia y es, sin duda, el elemento que más fácil tiene para devolverles al centro de la pista. Me refiero, claro, a la propia música.
Y lo hace, establezcamos esto volviendo al punto del que partíamos, con una idea brillante, como es la de convertirnos en una mezcla entre productor musical y pinchadiscos de club. Lo interesante aquí es que, para ello, se basa en conceptos de teoría musical muy básicos (mayormente en el tempo y en el ritmo, ya que el tono varía según las canciones que queramos sincronizar), que sirven aún así para entender de una manera rápida y sencilla cómo funciona todo esto de pinchar temas en la vida real. No se trata solo de cuadrar las canciones en el momento preciso, sino también de aprovechar las propias composiciones para incorporar poco a poco sus distintos elementos, que pueden ir desde voces y percusión a arreglos de cuerda, por ejemplo; e ir dando rienda suelta a combinaciones inesperadas que funcionan como un tiro. Por entendernos, si alguna vez habías soñado con mezclar la parte vocal de Sin Pijama con el monumental riff de guitarra de Symphony of Destruction - ¿y quién no? -, me atrevería a decir que pocos juegos van a darte esa oportunidad.
El sistema que nos permite todo esto se apoya, y esto ya es un poco marca de la casa, en códigos de colores muy fácilmente asimilables que se corresponden a los instrumentos de cada canción y a los colores de los botones principales del mando, los cuales debemos de pulsar en el momento exacto del compás que el juego nos señala para que nuestra mezcla no pierda fuerza en las transiciones. El nivel de dificultad es progresivamente ascendente: lo que comienzan siendo unos pocos instrumentos acaban por convertirse en un conjunto enorme de capas que se enriquecen con la posibilidad de silenciar o retirar discos, cambiar el tono o añadir incluso instrumentos proporcionados por el juego para crear composiciones más personales. Es más fácil de entender viéndolo que leyéndolo, pero igualmente tiene su miga, ya que para triunfar de verdad en los festivales del juego hay que responder rápido a las órdenes que nos va dictando, hacer caso a las ocasionales peticiones del público y mantener siempre la máquina funcionando en un complicado reto de coordinación constante.
De nada serviría todo esto si no contase con una colección nutrida de canciones, y las que hay tocan distintos y numerosos géneros: aunque abundan los temas de pop y hip-hop por encima de todo, tenemos rock, tenemos country, tenemos dance y varios más que abarcan un total de más de cinco décadas. La idea es por tanto no solo jugar con los temazos que ya conocemos (ninguno es especialmente desconocido, todo sea dicho), sino también descubrir nuevos sencillos; a la vez que entendemos mejor cómo funcionan y valoramos partes sueltas de dichas composiciones a las que seguramente no habíamos prestado atención en el mix final. Fuser funciona como librería de canciones, pero no solo en un sentido cuantitativo sino también cualitativo: no son pocas, seguro, las personas que saldrán de él con nuevos temas que añadir a su lista de temas habitual.
Todo esto pinta muy bien, pero el problema que tienen las grandes ideas es que deben de venir acompañadas de una estructura igualmente robusta, y me temo que este no es el caso. A Fuser le falla el contenido, no en el lado de la música, sino en el lado de los modos y, también, en el interés que es capaz de mantener una vez generado. En cuanto a lo primero, el juego cuenta con una campaña que funciona estrictamente como tutorial de poco más de ocho horas, y que nos deja con solo dos opciones nada más terminarla: jugar con los sonidos desbloqueados a lo largo de la partida para crear mezclas con las que participar en desafíos con otros jugadores y jugadoras; o competir en batallas online que se deciden por puntos, otorgando distintos valores a los discos usados y obligándonos a planificar nuestras jugadas e improvisar algunos movimientos para vencer al rival.
Pero es lo segundo lo verdaderamente preocupante. Rock Band o Guitar Hero partían de un concepto similar, pero la existencia de un elemento físico como las guitarras o la batería y otro digital como las puntuaciones ofrecían el aliciente de practicar y mejorar, dando lugar a retos que siguen perviviendo dentro de la cultura internetera (grupos como Dragonforce han basado la totalidad de su carrera en ello, prácticamente). Aquí todo eso queda diluido, y hace que una vez superado el shock inicial por lo brillante del concepto y los temas que lo acompañan, poco a poco vayamos perdiendo ese sentimiento de novedad y, por ende, las ganas de volver a él; a excepción de aquellos momentos en los que se lo enseñemos a alguien para que vea lo guapo que está sentirse como un DJ por unos minutos o nos reunamos en grupo y queramos animar la fiesta.
Honrando debidamente su legado, Fuser sigue siendo un excelente juego de fiesta y una oportunidad fantástica de acercarse por primera vez al mundo de la música desde un punto de vista técnico sin necesidad de saber el nombre de una sola nota. Pero al igual que los festivales que tanto echamos de menos en este mundo post-pandemia, la gracia está en dejar que la música sea tan solo el vehículo en el que viaje el resto de la experiencia. Harmonix ha sabido cuidar lo primero como nadie, pero de nada sirve tener semejante coche en este viaje si los otros asientos están vacíos.